martes, 7 de julio de 2020

Quispe y Huamán

Por: Emperatriz Escalante Gutiérrez


Señores participantes aquí nos encontramos, en una primera  reunión  de este círculo de estudio que hemos formado con el fin de realizar diferentes conversaciones sobre temas de actualidad, en la vida diaria de este nuestro bello país de las “maravillas”. El tema con el que comenzaremos es acerca de la “Discriminación”. Como moderadora  de hoy y antes de declarar abierto el debate voy a plantear a modo de motivación o más bien lanzar las siguientes frases:
1.-  “Estás Quispe o estás Huamán”, la que aún  se escucha aunque parezca ya desaparecida.
2.- “Ciudadanos de tercera”, expresada por un expresidente corrupto, ladrón, sinvergüenza y enfermo mental.
3.- “No se puede discutir o tomar la opinión de llamas o alpacas”, expresada por un politiquero alienado, retrograda, con una mentalidad de basurero perteneciente a una derecha bruta y achorada.
Quiero invitar ahora a que tomen la palabra de acuerdo a las inscripciones ya realizadas. Primera participante.
-       Compañeros(as) antes de intervenir voy a presentarme, soy Nina Mar Quispe Q. soy abogada. Comenzaré mi exposición relatando mi propia experiencia.
    Mi madre, niña aun, fue entregada por sus padres a una familia de comerciantes que la trataban como a una esclava, le encargaban todas las tareas del hogar desde que amanecía hasta altas horas de la noche, mal alimentada, mal vestida, durmiendo en un viejo colchón en la cocina casi sin frazadas, no le daban sueldo, sin días domingos, ni vacaciones, ni mucho menos educación. Cuando estaba por cumplir los 15 años, fue abusada sexualmente por el hijo mayor de sus patrones y es así, como yo vine al mundo; cuando yo era todavía una niña de unos 10 años, mi madre enfermó gravemente, los señores, no se preocuparon por hacerla curar y así ella falleció.
            Al morir mi madre, ellos echaron toda la carga doméstica sobre mis débiles hombros de niña, pero eso fue, felizmente, por poco tiempo, ya que apareció en mi vida, como una luz, mi madrina, yo no la conocía, alguna vez mi mamita me había hablado de ella y me dijo también que cuando la necesitase mucho ella vendría a mí. Mi madrina se enfrentó a mis patrones que a la vez eran mis abuelos pero que nunca me trataron como a nieta sino como a  sirvienta. Mi madrina no les pidió nada, solo les exigió que me entregaran a ella para que se hiciera cargo de mí y que si no lo hacían les denunciaría y que les iría muy mal, entonces logró conseguirlo.
Me llevó a su modesta casa, me puso ropa nueva, me alimentó y sobre todo me educó, me puso en la escuela y así fue que pude llegar a la “U”. Ella era una luchadora social, era una mujer fuerte, decidida y organizaba a las trabajadoras del hogar, luchaba junto con ellas para exigir sus derechos y es con ella que aprendí a defenderme y a luchar junto con las servidoras del hogar, de las obreras, de las campesinas, de las sub-empleadas.  Estudié derecho y me gradué, pero no con el afán de ganar mucho dinero poniéndome al servicio de los poderosos o del Estado, sino, para ser servidora de los marginales, de los ofendidos y humillados, además en la biblioteca de mi madrina me encontré por primera vez con los grandes escritores comprometidos con la lucha y la defensa de los pobres como el Amauta Mariátegui, los grandes indigenistas de la patria, novelistas como la gigantesca Clorinda Matto, Alegría, Scorza, el poderoso maestro Arguedas, y muchos otros más del país, de América y del mundo. Hasta aquí mi primera intervención, ya después daré mi opinión sobre el tema a tratarse hoy.

Segunda intervención:
    Compañeros, me llamo Qori Alba Huamán, yo estudié y me gradué como doctora en pediatría. Realicé mis estudios en nuestro país, pero pude salir becada hacia otros países para cursar mi post-grado y maestría. No tengo consultorio particular, trabajo en un hospital del Estado, en mis horas y días libres atiendo en un local comunal donde hemos establecido una posta médica gratuita, con  mi esposo que también es médico, y unas enfermeras, entre ellas está mi hermana, las que son voluntarias. Porque cuando elegí la carrera de medicina no lo hice con el afán de ganar mucho dinero, sino con el deseo de servir a los demás seres humanos sobre todo a los más  pobres y a los niños. Mi familia es campesina, mis padres aún viven allá en nuestro pueblo sembrando en sus chacras y criando a sus animalitos. Yo salí hacia la ciudad para estudiar, recibí el apoyo de mi tía que tenía un puesto de ventas de productos en un mercado de la ciudad, llegué a su casa, luego me dediqué a ayudarla, pero también pude ingresar a la U y estudiar. Tengo varios hermanos, unos siguen en el pueblo, una de mis hermanas también se vino a la urbe y estudió enfermería, ella siempre está conmigo, me apoya en los servicios de salud que damos en un pueblo joven. En el colegio nacional en el que estudié sí la mitad de estudiantes teníamos apellidos quechuas y nunca sentí que nos discriminaran por eso, tanto apellidos quechuas como castellanos se entremezclaban en forma normal. Lo mismo pasaba en la U nacional en la que continúe mis estudios. Solamente, recuerdo, que en una ocasión, escuché a un profesor, médico él, que en una conversación informal entre docentes, dijo en forma muy enfática, lo siguiente:
-“Ahora la U y la facultad de medicina están plagadas de Quispes y Huamanes”
   Como yo estaba cerca escuché ese cometario y quedé muy indignada ante tal expresión tan racista, yo admiraba a ese docente por sus amplios conocimientos científicos, además nunca creí que a pesar de que tal docente no era muy blanco que se diga, sino más bien mestizo de piel trigueña, sin embargo y se apreciaba que tenía sentimientos discriminatorios. En esa ocasión otro docente le contestó, muy extrañado:
-Me sorprende Ud. Doctor, hoy que vivimos tiempos muy modernos, más bien estamos ya en plena era cibernética, y creo firmemente que discriminar a las personas de apellido quechua es algo tan anacrónico, tan retrógrado, tan pasadista, y pienso más bien que a cada estudiante o a cada profesional no se le valora por sus apellidos o por sus aspectos físicos, sino por su capacidad y talento que demuestren y punto.
   Yo estoy segura de que la discriminación racial en nuestro medio, en esta nuestra ciudad sagrada, se viene arrastrando desde hace muchos años y que aun existe hasta hoy. Así sucede pues a pesar de que muchos que son mestizos  o criollos más cobrizos que blancos, se alucinan ser blancos y discriminan a los apellidos quechuas, creo que en sus mentes hay tal confusión que no pueden ubicarse en el lugar que les corresponde y se hunden en un charco de sentimientos entre retrogradas pasadistas, colonialistas mentales, realmente absurdos, por eso creo yo que esto durará aun por bastante tiempo para que las ideas discriminatorias desaparezcan totalmente.       

-Voy a dar uso de la palabra a la siguiente participante.
-Compañeros casi todos ustedes ya me conocen, soy la tía Sabina Qolqe, la tía terca, que siempre estoy metida en toda protesta, marcha, vigilia, etc, etc. En esta ocasión quiero hablar, primero relatando algo que me sucedió en el centro de trabajo en el que estuve por un buen tiempo y quizá sirva para ilustrar mejor el tema que tratamos ahora sobre la discriminación. En el centro educativo al que hago referencia, habían varios profesores, casi la mitad de ellos tenían apellidos quechuas.
Esta anécdota que voy a contarles sucedió hace tantos años sin embargo aún me causa tanta indignación, en aquel centro educativo en el que yo trabajaba, había una docente tan especial, tan absurda en sus “ideas” pasadistas y retrógradas, que maltrataba siempre a los demás, sobre todo a los colegas que tenían apellido quechua, un día en una reunión le hizo callar a otra profesora la que se puso a contradecirle en una decisión que se refería a participar o no en una marcha de protesta, y ella se atrevió a decirle:
-“cállate oye Aucca, que te crees tú, aquí no estás en tu comunidad” – la profesora aludida se quedó paralizada, no dijo nada, pero yo sí hable; y dije:
-¡Qué!, acaso te das cuenta de lo que dices, quien eres más bien tú, para referirte así a nuestra colega. Nosotras las que tenemos apellidos quechuas nos sentimos muy orgullosas de ello, nos sentimos herederas de aquellos nuestros padres y antepasados Incas que lograron una alta cultura, aquí en esta nuestra ciudad sagrada vivimos aun con todo el furor de sus queswa runas y queswa warmi, somos así fuertes, valiosos, valientes, representamos aún muy altos valores de solidaridad, colectivismo. Tú te sientes orgullosa ¡de qué!, ¿de ser descendiente de un pastor de chanchos y de unos cuantos analfabetos, delincuentes, aventureros que lo único que buscaban aquí fue oro y más oro, para salir de su miseria y de su hambruna?, que pena, que asco, estás enfangada en tus ideas retrógradas, eres una triste colonialista mental, que pobre espíritu tienes realmente das pena-  que la raza de aquellos que vinieron, trajeran una cultura basada en el egoísmo, la soberbia, el caos moral, etc, que tienen algunos valores dignos, sí que tiene grandes hombres, sí que también hay quienes luchan por sus derechos, sí, además que su cultura era muy diferente a la nuestra. Ella no respondió nada, tampoco dijeron nada los demás.
Daremos paso al siguiente participante: al ingeniero David Pardo Huillca.
-Señores participantes, yo soy ingeniero y aunque mi primer apellido es castellano, yo me siento más orgulloso de mi apellido quechua que significa “sagrado” y que me une con un fuerte lazo sanguíneo no solo a un glorioso pasado, sino también a una cultura aún vigente que no ha muerto, no muere, ni morirá nunca, aunque cholo me siento más unido a una raigambre “india” que me da identidad, que me muestra mis raíces ancestrales porque sí señores, provenimos de un pasado estupendo, de runas y warmis que alcanzaron una alta cultura  solidaria, colectivista, comunitario, con una filosofía humana y sabia basada en el respeto y veneración a la Mamapacha, a la naturaleza, a los hermanos menores los animalitos. Quiero recordar y recalcar también que tuvieron como lema el “yachay, munay y llank’ ay (sabiduría, amor y trabajo)” he vivido muchos años en la gran capital y lo que he captado entre muchas cosas es que ha habido muchas migraciones de serranos hacia la ciudad, en unos casos huyendo de la violencia, en otros casos en busca de mejores oportunidades, pero que con esto han hecho crecer desmedidamente un inmenso cinturón de casuchas míseras ubicadas sobre todo en los cerros que rodean a la ciudad. Y han llevado a ella sus costumbres, sus usos, sus fiestas, su música, sus danzas, sus artesanías, etc, etc, colmando y copando inmensos espacios de la gran urbe, y casi han ido arrinconando a los auténticos capitalinos, entre blancos (pocos) y más mestizos, también criollos, los que se han ido atrincherando en ciertos barrios de la ciudad y es entre ellos, sobre todo entre sus intelectuales, artistas, políticos, comunicadores, en esos que guardan muy en sus fueros internos gran resentimiento, desubicación, mucho colonialismo mental, mucha alienación, aquellos que se creen más españoles que naturales del país, que se apegan más a todo lo que sea traído de fuera sobre todo de Norte América, por lo tanto dejan sentir con fuerza la discriminación que sienten por los serranos y selváticos, por ejemplo en un tal político… dijo en una ocasión con mucho desprecio: que no se podía dialogar con llamas y alpacas, también un tal presidente entre desequilibrado sinvergüenza, ladrón, asesino, corrupto, tuvo el desparpajo de opinar acerca de los habitantes selváticos tratándolos de ciudadanos de tercera categoría. Cuando yo era muy joven y tenía ideas violentistas, las que ya no tengo ahora, creía que a las comunidades indígenas debíamos ganarlas hacia la “civilización” a través de una adecuada “educación”, pero después que conocí al gran amauta Arguedas, comprendí que debía ser lo contrario, que debíamos aprender de ellos, que debíamos comprender y conocer mejor la “cultura andina” tan sabia y que ahora basándose en ella, podríamos más bien salvar en lo posible a esta tan distorsionada humanidad, también me nutrí mucho con los trabajos de C. Alegría, de la grandiosa Clorinda Matto, M Scorza, los demás indigenistas cusqueños y peruanos.
-Compañera coordinadora pido nuevamente el uso de la palabra.
- Prosiga ud  compañera:
- A todo lo ya expuesto deseo agregar lo siguiente compañeros; es más bien una reflexión   acerca de ciertas publicaciones en las que se enfatiza abiertamente en lo referente a la defensa de lo “Incaico” y el despreciar abierto y directo hacia los llamados “indios” incluso utilizando una frase aberrante: “ Incas si, indios no”, lo que constituye una plena aceptación y hasta cierto orgullo por lo Incaico y gran desprecio por los indios actuales. Una tal historiadora (C. Méndez) escribe afirmando que algunos de los historiadores del siglo XX a los que se suman también muchos peruanos, que se sienten muy orgullosos del pasado incaico, pero nada que ver con los indios de hoy. Otros historiadores del siglo XIX, afirman también que “estos indios son los descendientes degenerados de los incas”, y que como tienen una gran historia pasada, podrían llegar a ser mejores si los regeneramos y los educamos y así los indios serían incorporados a la nación, aunque  en un lugar secundario, como grupos subalternos, como a incapacitados sin iguales condiciones que los blancos y mestizos y que debían ser guiados, asesorados, conducidos, hacia el desarrollo, el progreso, a través de una política educativa eficaz, etc, etc. Qué tales opiniones absurdas y retrógradas, porque los pueblos nativos nuestros, queswas, chancas, qollas y demás, no requieren ser tratados como seres inferiores, como incapaces; porque más bien ellos son los actuales defensores de la Mamapacha, de la naturaleza, del agua, de la vida y ofrecen a valiente desafío su sangre y sus vidas mismas, como fuertes luchadores, hombres y mujeres de arcilla y de piedra, valiosos, tercos, solidarios, comuneros colectivistas, son ellos, los que hasta hoy mantienen sus costumbres, su cultura, su sabiduría, su filosofía , es de ellos de quienes se debe aprender, son los ojos de todo el mundo, es decir de todos los que quieren aun salvar al planeta tierra, que se dirigen hacia la cultura ancestral andina para beber en sus fuentes, para aprender y aplicar una vida distinta que pueda humanizar más al ser humano.
 Compañeros es ahora pues que los Quispe, Huamán, Qori, Sonqo, Willka, etc, etc, no digo retomamos la lucha sino que sigamos luchando como antes, como siempre, que somos forjadores de patria y de futuro, estamos ahora en cualquier campo profesional, pero sin olvidar nunca nuestras raíces, nuestra identidad quechua y andina, que nos sentimos orgullosos del apellido quechua que llevamos como un estandarte forjado en piedra, oro y luz, y que caminamos siempre junto a nuestros hermanos campesinos, labradores, obreros, pobladores, estudiantes y siempre en busca de la verdad, de la justicia y del amor.

jueves, 18 de junio de 2020

La casa de Mama Coca (cuento)



Por: Emperatriz Escalante Gutiérrez

Van la abuela y la nieta, se van por el río en su bonita canoa, les lleva la corriente, ellas van cantando. También canta el río con su numerosa corriente, cantan las ramas, cantan las hojas, cantan los árboles, cantan los pájaros con millones de trinos, cantan los insectos y las flores, toda la naturaleza canta en un inmenso himno a la vida, a la Pachamama, a la Mama Coca.
-          ¿Abuela nos falta mucho todavía? – pregunta la niña.
-          Recién comenzamos nuestro viaje – responde la abuela.
-          ¿Estamos buscando la casa de Mama Coca? – dice otra vez la nieta.
-          Claro que sí – responde la vieja – tenemos que encontrarla, me contaron mis abuelos y los más viejos del pueblo que si seguíamos el camino que nos indiquen los hermanos centinelas, podremos encontrarla. Ellos dicen que está hecha de juncos, palmeras, adornada con orquídeas, enredaderas y miles y miles de flores.
-          Abuela, mi papá me dijo una vez que la Coca fue una planta sagrada en la época de los Inkas.
-          Sí, así fue, la planta de la Coca fue sagrada, en aquellos tiempos antiguos cuando gobernaban los sabios y poderosos Amautas Inkas.
-          ¿Entonces por qué persiguen y castigan a los que cultivan a la Mama Coca?
-          Porque en estos tiempos modernos hombres de muy mal corazón, sacan sustancias peligrosas y prohibidas de las hojas de la coca.
-          Pero las hojas de coca, hijas de la Mama Coca, ¿son buenas, verdad?
-          Claro que sí, querida niña, las hojas de la Coca naturales son curativas y alimenticias porque tienen todo lo necesario para calmar el hambre y para curar, sólo por un pequeño alcaloide del cual sacan una droga, con decirte que de un quintal de hojas de coca sólo extraen un gramo de droga.
-          Mi papá y mi profesora, me han contado acerca de nuestros antepasados Inkas, me dijeron que en esos tiempos no había hambrunas, ni muchas enfermedades, ni injusticias, ni maldad. Quiero que me cuentes abuela, como era el Inka, a veces sueño de que él todavía existe, que está escondido en una misteriosa ciudad perdida hecha de piedras, adornada con oro, plata y piedras preciosas, que algún día él va a volver… pero esto que siento es solo un sueño.
-          El Qapaq Inka, mi bella niña, no fue un humano cualquiera, tenía grandes poderes, descendía de una casta escogida, no fue como los reyes de los países de los blancos tiranos, corruptos, viciosos y más. El Inka era sabio, inteligente, fuerte, sobre todo justo, bondadoso correcto, él se consideraba un padre para sus súbditos, por eso ellos lo veneraban casi como a un semidiós, porque el Inka sentía amor por su pueblo, por sus runas, warmis y wawas, y gobernaba como un patriarca, no como un tirano, no era ladrón, ni asesino; lo contrario de lo que sucedía en aquellos países de hombres blancos que reinaban sus monarcas, con codicia, traición, maldad, injusticia y más, claro que también siempre hay excepciones. Quiero que recuerdes siempre, mi niña, que no hubo ningún otro lugar que yo sepa, en este nuestro querido planeta, en el que un niño o niña que al nacer recibiese un topo o medio topo de tierra para cultivarla, y esto era para los hijos de la clase popular; que además en ningún otro lugar se practicó el Ayni (trabajo recíproco) quizás hubo alguna acción parecida, pero no igual, en la vida de los inkas se descartaba el egoísmo, se perseguía el bien colectivo y se buscaba el “buen vivir”, siempre bajo la dirección de los sabios Amautas, era un pueblo que veneraba el trabajo, amaba a su Mama Pacha, adoraba a su Tayta Inti, a su Tayta Wiraqocha, quería a sus Apus, practicaba la justicia, el bien, el amor, el arte, el respeto, tanto a la naturaleza, como a todos los demás seres vivos, incluso a los insectos, a los animales, a las plantas, etc. Mi linda niña, tú irás aprendiendo y escuchando así como yo lo hice, irás desgranando poco a poco los conocimientos, la sabiduría, la filosofía, la moral, la grandeza que nos dejaron nuestros Tayta Inkas.
Después que aprendas, transmítelo a tus hijos y  nietos, porque quizá pueda ser que aquí esté depositada alguna salvación para que no se extinga la vida en esta nuestra querida Mama Pacha; repite siempre que nuestra filosofía, nuestro ayni, sean exportados hacia todo el mundo. Otra cosa que quiero aclararte mi niña es que para mí el Tawantinsuyo no fue un Imperio como esos otros, sino que fue más bien una gran confederación de naciones con un gran respeto entre ellos en cuanto a sus usos y costumbres.
-          Abuela – recordó la niña – ¿conoces el camino por donde debemos ir?
-          Sólo lo conozco en parte, mi abuela me explicó bien hasta dónde debemos detenernos y bajar, ya hemos navegado dos días, ya estamos por llegar al lugar donde está ese recodo que es especial, allí acampamos porque ya llega la noche; después seguiremos por el bosque, iremos preguntando.
-          ¿A quiénes abuela, hay gente por allí?
-          Quizá no, pero están siempre nuestros hermanos menores los animalitos del bosque.
Llegaron al recodo del río, que la abuela reconoció y acamparon en el hueco de un inmenso árbol, al día siguiente continuaron su camino casi a tientas, y con los primeros que se encontraron fueron con 3 osos negros, que les preguntaron:
-          ¿Quiénes son ustedes, a dónde creen que van?
-          Yo me llamo Sulla, soy curandera, ella es mi nieta, se llama Illari, le decimos Illa, caminamos buscando la casa de Mama Coca, ayúdennos a encontrar el camino.
-          Nosotros somos los primeros guardianes y no dejamos pasar a nadie, fuera de aquí, regresen por donde vinieron.
-          No vamos a volver, hemos sido elegidas para llevar esta prenda a Mama Coca.
Luego de decir eso la abuela abrió la cesta que llevaba con la prenda y salió una luz verde enceguecedora, también un fuerte sonido de muchas voces, al ver eso los osos deslumbrados le dijeron a la vieja:
-          Está bien abuela puedes pasar, nosotros te guiaremos una parte del camino, pero quizá ya no encuentres la casa que buscas.
Los osos fueron por delante abriendo camino, cuando llegaron a cierto lugar dijeron:
-          Hasta aquí nomás vamos nosotros, los cuidantes de este lugar son los otorongos.
Los osos se retiraron corriendo y aparecieron 4 otorongos, que les preguntaron:
-          ¿Quiénes son ustedes y a dónde van?
La abuela Sulla, les dijo quiénes eran y les mostró la ofrenda que llevaban para Mama Coca, entonces 2 de los otorongos empezaron a  guiarles abriendo además el camino, hasta que llegaron a una gran laguna, allí las dejaron y ellos regresaron corriendo y saltando.
Ya el sol se estaba ocultando, entonces decidieron acampar allí, se sentaron, estaban muy cansadas, se dispusieron a comer algo del fiambre que llevaban, que consistía en fruta y sobre todo pancitos y galletas hechas con harina de yuca y harina de coca. Mientras comían, se presentaron ante ellas unas graciosas monas maquisapas, que les dijeron:
-          Ya sabemos quiénes son ustedes, hemos escuchado lo que hablaban con los otorongos y les hemos seguido hasta aquí, seguro que pasarán la noche en este lugar.
Las monas hicieron una especie de cama entre las ramas bajas de un gran árbol, allí se acostaron la abuela y la nieta, siempre acompañadas por las monas. Esa noche llovió pero las viajeras no se mojaron, las monas habían protegido bien los techos con muchas ramas. Al día siguiente, las monas les invitaron plátanos y otras frutas, la abuela a la vez les retribuyó ofreciéndoles galletitas de yuca y coca, luego las monas se despidieron y se fueron saltando por las ramas y chillando alegres. Mientras despertaba el bosque entre vaporosas brumas, intensos perfumes, y miles y miles de trinos.
Al quedarse solas, ya sin las monas, la niña dijo:
-          ¿Cómo vamos a pasar esta laguna?, no veo ninguna canoa por aquí cerca.
La laguna era  grande, brillaba como si fuera una hermosa charola de plata bruñida y reflejaba los primeros dorados y marcados rayos del Tayta Inti, se sentaron un tanto desalentadas sin saber qué hacer, cuando de repente se sintió un rebullido en las aguas y aparecieron dos grandes hermosas tortugas, una de ellas les habló:
-          ¿Quiénes son ustedes, a dónde van?
La abuela les explicó quiénes eran, que buscaban la casa de Mama Coca, que le llevaban una ofrenda, les mostró la ofrenda. Las tortugas les ofrecieron hacerles cruzar el lago, les hicieron subir a sus espaldas de cada una; luego las transportaron hasta el otro lado de las aguas que seguían reverberando con reflejos multicolores, navegando sin mucho apuro. Al llegar a la otra orilla, abuela y nieta se bajaron de las tortugas, éstas se despidieron de ellas y se hundieron en las ondas verdi azules. Mientras exploraban por dónde continuar su camino se les aparecieron 2 grandes y bellas boas de piel brillante y tatuada con figuras geométricas de colores oscuros, les preguntaron como siempre:
-          ¿Quiénes son ustedes, a dónde van?
La abuela Sulla explicó quiénes eran, que van a la casa de Mama Coca y les mostró la ofrenda que llevaban, una de las boas les dijo:
-          Aún falta un buen trecho que caminar pero nosotras vamos a llevarlas.
Luego de una larga caminata por entre un follaje, lleno de árboles, flores, enredaderas y aves cantoras, llegaron a una entrada en la que se veía una inmensa puerta que estaba entre abierta, la boa dijo:
-          Por fin llegamos a la que fue la casa de Mama Coca, miren, ahora está así abandonada porque Mama Coca ya no está, pero a pesar de eso nosotras la seguimos cuidando aunque no sabemos hasta cuándo.
Dicho esto  las boas se fueron.
La abuela y la niña pasaron por la puerta y penetraron en un gran salón que más parecía solo un espacio abierto, con paredes semi destruidas hechas con troncos de junco y palmeras, adornadas con orquídeas y enredaderas, el piso estaba cubierto de hojas y miles de bellas mariposas multicolores revoloteaban por todo lado. La abuela preguntó:
-          ¿Hay alguien aquí?
Nadie contestó, pero aparecieron del fondo unos guacamayos, otros gallitos de las rocas y unos colibrís, los que contestaron en coro:
-          Sólo estamos nosotros, ¿a quién buscan?
-          A Mama Coca – dijeron ellas.
-          Ella no está aquí, se fue huyendo porque bestias muy malas la calumniaron, la persiguieron, tuvo que huir. Allá atrás solo están muy pocas de sus hijas que también ya están huyendo hacia lo más profundo de las montañas.
La abuela comentó de que habían llegado hasta ahí llevando una ofrenda para Mama Coca, mostró la mencionada ofrenda.
Los guacamayos dijeron:
-          No sabemos si podrán  dejar o no esa ofrenda pero ustedes tendrán que decidir.
-          Siempre la vamos a dejar, ya no podemos devolverla, fuimos elegidas por nuestros hermanos del ayllu y también por nuestros hermanos animalitos y plantas para traer  esta ofrenda – explicó la abuela.
-          Si es así – dijeron los gallitos – podrán dejar su ofrenda allá al fondo donde hay un pequeño altar donde se ponían las ofrendas.
Entraron hacia el lugar que les indicaron, era un pequeño cuarto en el que se veía un altarcito hecho de piedra, al pie de él había un hoyo no muy profundo, allí colocaron la ofrenda, luego la taparon con ramas y flores, mientras la abuela decía:
-          Aquí te dejo esta ofrenda querida Mama Coca, como agradecimiento por todo lo que nos das, alimento, medicina, fuerza y compañía; muchísimas gracias Mamita linda y amada, nos la han enviado todos nuestros hermanos hombres, animales, insectos, plantas, flores y otros más. No hemos podido encontrarte pero sé que Mama Pacha te hará llegar nuestra pequeña ofrenda, hasta donde estés, gracias Mama Coca, gracias.
-          ¿Qué contiene esa ofrenda? – preguntaron  los gallitos.
-          En esta ofrenda colocaron gotas de la esencia de la sabia de árboles y plantas, esencia del perfume de las flores, algunas de las más bellas plumas de las aves, la rica miel de las abejas, representando a los insectos, luego algunos mechones de los pelos de los mamíferos, pedacitos de piel de los reptiles y peces, un poco espuma del río, gotas de lluvia, los niños depositaron un hermoso himno con sus frescas y hermosas voces, encerrado en una ocarina, los hombres enviaron 2 piedras preciosas muy brillantes, las sacaron de una misteriosa y bellísima cueva, la luz intensa que sale de la ofrenda proviene de esas piedras.
La abuela y la nieta tuvieron que quedarse a dormir allí porque ya llegaba la noche y se anunciaba una gran tormenta; comieron sus últimos pancitos de coca que tenían y se acurrucaron al lado del altarcito, porque allí aun había un poco de techo que las protegía, al día siguiente volverían. Cuando todo ya estaba oscuro sintieron la presencia de unas figuras que parecían el reflejo de luces a través de los troncos de las paredes y escucharon, un coro de voces, luego una sola voz fuerte les habló:
-          Soy una de las hijas de Mama Coca, ya nos estamos yendo, queríamos despedirnos de ustedes, queremos que recuerden siempre que las queremos, que las acompañamos en todo momento. Quiero decirles que en este nuestro país, que también hay varias naciones, que algunas de ellas sobre todo las que están cerca del mar y más al norte, incluyendo las grandes ciudades, son como terribles laberintos donde viven seres humanos desgraciados, automatizados, existiendo siempre con los ojos y la mente vuelta hacia otros países de occidente, y que imitan ciegamente todo lo que hacen y cómo viven dichos países, es como si fueran extranjeros en su propia tierra, son alienadas, colonialistas mentales, todo lo que viene de fuera para ellos es lo mejor, desprecian lo que es originario, auténtico, nacional, tanto en costumbres, formas de vida y cultura folklórica. Muchos de ellos, hablo de los habitantes de esas grandes urbes, quizá con excepciones aunque sólo de pequeños grupos; los humanos alienados creen amar a su patria, pero no es así, ellos no tienen ni Dios, ni patria, ni familia; sólo tienen un motivo de adoración que es el dinero, por él mienten, traicionan, roban, hieren, matan. Pero felizmente hay otro grupo de naciones que viven paralelamente en las serranías, en las montañas, en los pueblos pequeños alejados de las grandes ciudades, que viven de acuerdo a las creencias del pasado incaico, que adoran a Mama Pacha, a Tayta Inti, a Illa Wiraqocha, a los  Apus; que se sienten parte de la naturaleza y no como los otros que se creen amos de todo lo que les rodea. Que viven en comunidades colectivistas, que practican el Ayni, el trueque, la reciprocidad, los más grandes valores, que hablan el maravilloso Quechua, el Aymara y otras lenguas más.
Luego la hija de Mama Coca les dio unos pancitos hechos con harina de yuca, plátano y coca. También les entregaron un palo de chonta que llevaba un Coca K’intu en su parte más alta, para que les guiara en su camino de regreso. Antes de marcharse las hijas de Mama Coca, en coro les recalcaron:
-          No se olviden en enseñar a todos los que puedan que con la harina de Coca se pueden preparar muchos buenos alimentos, mezclándola con otras harinas, también con frutas y yerbas. No se olviden también de combatir siempre esos hombres bestias que hacen mal uso de nuestra Mama Coca.
Finalmente se despidieron y se fueron, la abuela y la niña se quedaron muy emocionadas con el corazón apretujado por sentimientos entre dulces y amargos. Comenzó la lluvia, que caía a torrentes como si fuera un tremendo llanto de la naturaleza toda. Cuando amainó la tormenta y solo caía una suave llovizna, abuela y nieta entonaron una canción para Mama Coca:

Te cantamos Mama Coca
con la tremenda fuerza del viento
con el furor de la tormenta
con el estallido del rayo
sobre los riscos de las cumbres
nevadas en las cordilleras…
con el rugido de las fieras montañosas,
 con el bramido de miles y miles de gritos
que se elevan por encima de los bosques,
quebradas, selvas, montes,
ríos, lagos y los nevados.
Porque nuestro canto que es de gratitud
 también es de rebeldía
porque nuestros corazones
 son como volcanes que arden
por la indignación y el dolor
por la forma como te tratan
bendita y querida Mama Coca,
por eso alzamos nuestras voces
nos ponemos de pie con los puños
en alto marchamos, protestamos,
pero sí con la esperanza
de que algún día podrás ser libre
otra vez, sagrada, otra vez
madre, amiga, curandera
y también nosotros seremos libres
en una nueva nación, con luz
justicia, paz y amor.

miércoles, 27 de mayo de 2020

Sal de casa (un cuento para un presente distópico)


No recuerdo si ayer amaneció con la misma lluvia, esas lluvias que no son ni suaves ni fuertes, que golpean la ventana moderadamente, el único ruido que se puede escuchar en este barrio. No recuerdo si ayer fue igual, la monotonía de los días hace que los confunda. Ya son cuatro meses de cuarentena, el gobierno dice que esta vez será menor, que el tiempo cerrado pasará pronto.
En nuestra vida existen sólo dos tiempos. Uno abierto, en el que podemos salir y recorrer barrios y poblados diferentes, en el que podemos visitar y compartir espacio real con nuestros semejantes. Sin dejar las máscaras y respetando la distancia, a menos que el día tenga luz verde y podamos contemplar la sonrisa de quien queremos, y que podamos reunirnos en una casa a celebrar la vida tal como era antes de la pandemia.
Luego viene el tiempo cerrado, un nuevo brote en cualquier lugar del mundo activa la alerta roja, el gobierno mundial invoca el tiempo cerrado y todos a recluirnos a nuestras casas. Allí vivimos conectados a las redes virtuales, que es el único lugar donde ahora trabajamos. Los sistemas de abastecimiento se han perfeccionado este año, el gran dador de comida suministra todos los espacios, le llamamos Papa Noel en recuerdo a una antigua creencia. El gran dador es un consorcio público-privado global, el único con autorización para comerciar alimentos.
Un lejano recuerdo de infancia vuelve a mis sueños de vez en cuando, un campo agrícola y nosotros corriendo descalzos por el campo, pequeños y frágiles, a  merced del mundo todo. Antes de que los virus y los miedos inundaran el planeta y pusieran todo bajo control del gobierno global.
Hoy no podría recorrer esos campos, están infestados de animales salvajes que podrían transmitirme un virus desconocido. Después de todo, dicen que así se inició este nuevo tiempo. Algunos niños me preguntan a veces si todo lo que les cuento no son simples relatos míos, si realmente hubo un mundo libre antes de que ellos nacieran. No estoy seguro de que lo haya habido, pero al menos, con libertades restringidas y todo, era un mundo en el que podíamos respirar la naturaleza, con todos sus peligros y sus regalos.
Un mensaje nuevo. Es ella nuevamente, ya son varios días que se repite el mensaje y la voz robótica detrás de la máscara insiste: “sal de casa. Libérate”. El gobierno nacional dice que ya ha rastreado la pista de estos mensajes, que tiene ubicado al responsable. Pero son varios días y no lo atrapan. No sé qué tan bien funcionen los sistemas de rastreo sincronizado, pero yo siento que él es un ella, si desde eso comienzan mal, entiendo por qué aún no la atrapan.
Recuerdo que en un país al otro lado del mundo se dio un caso similar hace poco, un grupo anarquista convocó a una revuelta que consistía en salir de casa y adentrarse en el campo, llevando sólo cosas necesarias. El ejército fue a impedirlo y corrió la noticia de que fueron exterminados por resistir a la autoridad. Sin embargo, ha circulado el rumor de que lograron fugar y viven ocultos en lo profundo de un bosque.
Los mensajes empezaron a llegar a la semana. No hay relación entre un caso y otro. Pero yo siento en ellos cierta familiaridad, como si pudiese reconocer a quien aparece en el mensaje. Recuerdo que hubo un tiempo en el que nos burlábamos de la posibilidad de que toda la vida llegase a ser controlada digitalmente, recuerdo a una jovencita insistiendo en eso y en la necesidad de prepararnos antes de que sucediera. Mi corazón piensa que es ella la de los mensajes, pero mi cerebro sabe que aquella falleció en una de las primeras epidemias.
Nuevo mensaje. “Es ahora”, dice, y siento nuevamente un combinado de recuerdos. Hace algunos años mi hijo me dijo que deseaba rebelarse y salir al mundo externo. Era aún pequeño, sonaba a ocurrencia infantil. Hasta que una de las epidemias se lo llevó junto a toda la familia. Quedé solo y me especialicé en la vida animal, la que estudié desde los más modernos elementos tecnológicos, que permiten observar especies sin necesidad de tenerlas cerca. Entonces dudo, ¿por qué no?, ya estoy viejo, morir pronto no haría la diferencia en mi caso.
Entonces tomo una decisión alocada por primera vez en mi vida y salgo a la calle en pleno tiempo cerrado. Está atardeciendo, oigo el sonido lejano de algún destacamento militar. Camino lentamente cruzando el barrio, avanzo rumbo a lo que alguna vez fue un parque anexo de la ciudad, que ahora está cercado para evitar el ingreso de las fieras.
Noto que somos varias personas las que hemos llegado al lugar. Un jovencito se quita la máscara y respira profundo. “Es ahora” dice, y saca de sus bolsillos una herramienta que desconozco, corta la reja e ingresa al bosque. La gente titubea en seguirlo, alguien grita “saqueo” señalando un almacén cercano. “No”, replica una señora que debe tener mi misma edad, “sería ir a la mira de los cañones”. Y los cañones ya se han ubicado en la fachada del comercio, poniéndonos en su mira. Antes de oír los gritos de advertencia, ya estamos dentro del bosque, sentimos ráfagas de tiros cayendo cercanas, destrozando los tupidos árboles que cruzáramos hace poco.
Entonces oigo la voz de ella. “Aquí empieza nuevamente la historia”, dice, con esa voz robótica que sale de alguno de nuestros dispositivos. No sé a dónde vamos, no sé si estamos preparados para sobrevivir a los animales que nos topemos, no sé si lograré reconocerlos a pesar de mis lecciones cibernéticas sobre variedad de especies. “Por eso estás acá”, me dice el joven sin máscara. Entiendo que me llamaron por mi experiencia en reconocimiento de especies de la zona, aunque esa habilidad la haya desarrollado sólo teóricamente.
El dispositivo de la señora recibe noticias, la ciudad se ve devastada por una ola de saqueos, hay intervención militar armada por todos lados. Se escucha una voz que dice “el gobierno espera tener controlada la ciudad en 4 horas, no recurrirá a apoyos del ejército mundial, pero fuentes extraoficiales indican que ya se vienen desplegando destacamentos internacionales que esperan llegar en menos de una hora”.
“Sabíamos que pasaría” dice una joven, “no podíamos evitar que sucediera. La gente está cansada”. Y mientras anochece, proseguimos nuestra marcha al rumbo desconocido que la voz rebelde ha indicado. No sé si estaremos seguros o si alguna enfermedad nos aniquilará, pero alguien tenía que hacer este intento. No podemos seguir viviendo cerrados.

Roberto Ojeda Escalante

domingo, 17 de mayo de 2020

Sin agricultores no resistimos


Hasta antes de esta cuarentena, por hace casi 8 años la mayoría de los alimentos que llegaban a casa eran de pequeños agricultores que cultivaban natural, hemos compartido diversas historias con ellas y ellos. Con la cuarentena, ante la falta de transporte privado y por acuerdo con sus comunidades, varios de ell@s decidieron no salir y cerrarse dentro de la comunidad, guardar sus alimentos (pues podían secarlos o guardarlos por algún tiempo) y así puedan seguir haciendo sus actividades cotidianas sean de la chacra, crianza de animales, etc., y sin estar expuestos a riesgos de enfermarse.
Cuando me enteré de esta decisión en un principio me extrañó, con los días fui entendiendo y ahora aún más, que si los sistemas de salud colapsan en las ciudades, que se suponen están mejor implementadas, en las zonas rurales la historia es mucho peor porque no cuentan con suficiente personal, ni medicinas, las comunidades están bastante distanciadas y con caminos bastante accidentados para evacuar o atender pacientes de emergencia, y varias razones que te hacen pensar que realmente fue la mejor decisión.
Supongo que ellas y ellos, están mucho mejor que muchas personas en la ciudad, porque comida no les falta, siguen realizando sus actividades, así que tiempo tampoco les sobra. Es más se deben estar dando cuenta que el azúcar, el fideo y el arroz no eran necesarios (bueno, eso es lo que espero).
Y en casa al ver que las temporadas de cuarentena se alargaban, y nuestras caseras y caseros no llegarían, decidimos comprar algunos alimentos que ya nos estaban faltando, siempre intentando buscar que sean de agricultores, ya no sabíamos si eran naturales pero al menos le comprábamos a alguien de forma directa. De las pocas cosas que compramos, nos resultó imposible no compararlas con el sabor y textura de los alimentos que adquiríamos de productores naturales. Y sí, realmente lo natural no sólo era más sano por no tener químicos sino también sabroso en su esencia (pues no requiere tanto condimento o adicionales y se puede comer puro), y por si fuera poco no está dañando a la tierra ni a otros seres, al contrario son alimentos que siguen conviviendo con la naturaleza.
Supongo que por esa y otras razones, con otras compañeras nos animamos a armar una red de productores naturales que puedan llegar a nuestras zonas, de a pocos estamos conociendo más agricultores y pecuarios, hemos encontrado alimentos sumamente buenos; pero básicamente son las y los productores que cuentan con movilidad propia y medios que les faciliten obtener los permisos correspondientes para transitar en Cusco y por supuesto cuidarse de cualquier contagio.
Pero vuelvo nuevamente a las y los compañer@s que han decidido no salir de sus comunidades. ¿Qué tanto realmente hemos valorado la comida que nos estaban brindando? ¿Qué tanto hemos pagado lo justo por todo su esfuerzo para cultivar por meses de forma natural y encima traerlos a Cusco en condiciones muchas veces bastante incomodas e inseguras para ell@s? ¿Qué tanto los cuidamos para que puedan seguir dándonos vida a través de sus alimentos?
Y si nos ponemos en una situación hipotética, que ell@s ante tantos años de olvido, de menosprecio, de desvalorización a su labor, decidieran sólo producir para su consumo y no vender ningún alimento. Y claro que lo podrían hacer pues viven en territorios comunales que tienen su propia jurisdicción y legalidad, nadie los podría obligar.  ¿Qué pasaría con nosotros? ¿Nos abastecería la agroindustria, muchas veces llena de agrotóxicos, y los alimentos procesados con insumos importados y aditivos químicos?, ¿nos alimentarían de verdad?
La verdad no creo que eso pase, y espero que no. Pero lo planteo porque realmente no estamos valorando lo que nos han dado por años y años.
En estos momentos a esas comunidades deberían ir camiones del gobierno con todas las medidas de seguridad para comprarles sus alimentos al precio real y justo (no mal baratado) y distribuirlos o venderlos en las ciudades, y así también motivarlos a que sigan trabajando para que tengamos más comida los próximos meses. Debemos entender que la buena comida no sale de un día para otro, son meses de cultivo y hasta 1 año, como en el caso del tarwi para poner un ejemplo.
Por supuesto que están alternativas como los mercados móviles o itinerantes desde algunos ámbitos del gobierno que son muy buenas, pero no podrían llegar a tod@s y aún más cuando vari@s han decidido no salir de sus zonas.
Y nosotros como consumidores, desde abajo, también nos toca reaprender nuevas formas para abastecernos y no exponerl@s, que más bien los cuiden y valoren, pues los necesitamos para seguir resistiendo y viviendo. No podemos pedir que vengan todos los días porque se estarían exponiendo demasiado, más bien organicémonos para juntar pedidos y que vengan una vez a la semana, o una sola vez al mes, dependiendo de los alimentos que tengan. Aprendamos a abastecernos como lo hubieran hechos nuestr@s antepasados, adaptemos nuestras dietas a las y los alimentos de temporada, a lo que ell@s producen. En lugar de seguir comprando arroz y azúcar al supermercado, que en varios casos vienen de deforestación de la Amazonía o de monopolios que explotan a sus trabajadores, compremos papa que ahorita es su temporada, para poner tan sólo un ejemplo.
Si empezamos a pensar así no sólo estamos ayudando a una persona, sino que nos estamos ayudando tod@s los seres humanos y no humanos, y estamos aprendiendo a volver a convivir con la naturaleza.

Claudia Palomino Valdivia

jueves, 19 de marzo de 2020

¿Cuánto ha cambiado nuestra vida con la cuarentena?


Hace un par de años decidimos dejar los trabajos formales con horarios y remuneración fija para dedicarnos de lleno a nuestro proyecto de vida, sabíamos que era urgente hacerlo pues teníamos una crisis climática encima y tener distintas alternativas de vida al margen del sistema ayudaría, pero quizá jamás imaginamos que esta alerta vendría tan pronto y de forma mundial.
Y ahora que estamos en medio de una cuarentena (que recién empieza) vemos que aparte de la preocupación por cuidar a los seres cercanos, nuestra vida no ha cambiado nada. Pues seguimos todo el día en las actividades propias de la casa, ya sea trabajar en la huerta, secar alimentos, fermentar, moler, compostar, seleccionar semillas, seguir experimentando e investigando, etc. Y así siempre nos falta tiempo y terminamos pasando tareas para el día siguiente, ahora se nos acumula un poco más porque ya no tenemos visitas o voluntari@s que nos apoyen en casa. 
Además estamos más ocupados, porque queremos estar difundiendo constantemente  información de cómo alimentarnos en este contexto.
Tampoco hemos pasado por la locura de abarrotarnos de alimentos porque ya teníamos alimentos conservados en nuestra qolqita (algunos incluso desde años atrás) y en la huertita, que si bien ahorita no hay muchas verduras frescas, siempre están las silvestres que son comida. Justo el sábado no pudimos ir al mercado de productores al que frecuentamos, luego llegó la cuarentena y decidimos no comprar nada, estamos probando qué tanto funciona nuestra qolqa y el consumo de alimentos de la huerta, les aseguramos que diversidad de comidas no nos falta.
No contamos con netflix, cable, ni una buena señal de internet, tanto así que las pocas veces que hemos intentado ver alguna de las múltiples películas o documentales que cuelgan gratis en este contexto, siempre lo terminamos dejando porque se va y viene con la inestable señal.
Y así nuestra vida sigue, y es que quizá vivimos en una situación de privilegio, pero privilegios que no pasan por tener dinero, lujos y/o comodidades, sino por tener libertad y autonomía. Qué diferente sería que todas y todos podríamos tener espacios individuales o colectivos que nos auto abastezcan, donde allí estén nuestras actividades, donde dediquemos el mayor tiempo de nuestras vidas a intentar construir formas de vida alternativas que no sirvan a un sistema injusto, sino que nos enseñen a criarnos nuevamente con la naturaleza. Suponemos que quizá así también están nuestras hermanas y hermanos del campo, simplemente siguen viviendo.
Lo mejor es que este sentimiento no es sólo nuestro, hemos conversado con otras familias que están en apuestas similares y el denominador común es el mismo. Su vida no ha cambiado, están ocupados, con provisiones naturales, sin tener que llegar a la locura de abarrotarse de productos de supermercados, y trabajando arduamente para contribuir en mejorar la situación de los demás.
Creemos que el  camino hacia la autonomía y soberanía alimentaria, va por allí, claro que aún nos falta un largo trecho, pero hechos como los que nos ha tocado vivir nos demuestran lo importante y urgente que es empezar a vivir de forma diferente. Y al igual que tod@s esperamos que esto pase, pero deseamos que no todo vuelva a ser igual, sino que nuestras miradas cambien y entendamos lo importante que es empezar a cuestionarnos el cómo estamos viviendo, qué estamos comiendo, a quién estamos sirviendo, a qué seres estamos destruyendo con nuestro consumo, entendamos que no todo es “progreso económico” y que los humanos no somos el centro de mundo. Sino que existimos seres divers@s (humanos y no humanos) que nos necesitamos y por ello contribuyamos a construir, desde abajo, espacios autosustentables que puedan convivir con todos los seres, tal como lo hicieron nuestros antepasados, contribuyamos a crear otro mundo posible.

Canasta Solidaria Mihuna Kachun

lunes, 16 de marzo de 2020

El retorno de la gripe

Foto de la gripe de 1918

A principios del siglo XX, la civilización moderna se sentía triunfante, el futuro se mostraba esperanzador por todos lados: el desarrollo tecnológico parecía dejar atrás las epidemias del pasado, las guerras se reducían, los derechos se incrementaban, el progreso económico o social eran el gran desafío. Pero pronto las naciones tan orgullosas de sus avances se enmarcarían en una guerra de dimensiones desconocidas hasta entonces, y una epidemia completaría el panorama.

La gripe de 1918

El año 1918 una epidemia de gripe se extendió desde los campos de batalla durante la guerra que asolaba a Europa. Se sabe que el virus se distribuyó desde las tropas de Estados Unidos, el presidente Woodrow Willson había consultado a sus altos mandos militares sobre la conveniencia de cortar el envío de soldados a Europa, pero eso hubiera significado una baja muy fuerte para los aliados y un rebrote del avance de la Tripe Alianza (encabezada por Alemania), así que decidieron continuar con el apoyo militar y minimizar los datos sobre la epidemia.
Era una extraña epidemia, pues a diferencia de las gripes conocidas, que atacan mayormente a niños y ancianos, esta atacaba especialmente a adultos y jóvenes, y de forma muchas veces mortal (la tasa de mortalidad estimada fue de 10 a 20% de los infectados). Por eso se transmitió desde los campos de batalla, se extendió por los países europeos y los gobiernos prefirieron difundir lo menos posible la información sobre la epidemia. Hasta que llegó a España, país neutral en el conflicto, donde se difundió masivamente la información sobre la nueva epidemia, información que de allí salió a todo el mundo y por eso se la conoció como la gripe española.
El virus se extendió por todo el planeta y fue disminuyendo paulatinamente a medida que el sistema inmunológico humano había aprendido a enfrentar el virus. Ahora sabemos que era el virus H1N1 y que a partir de 1920 desapareció tan abruptamente como había aparecido, luego de haber aniquilado entre el 3 o 6% de la población mundial.
Siendo un virus mutante, la forma de combatirlo recurrió a todo lo que había  ala mano, incluyendo los remedios caseros. No se puede generar una vacuna para este tipo de virus. Lo que ayudó a su control, paradójicamente, fue la existencia de necesidades aún no superadas por el desarrollo industrial, por ejemplo la ausencia de aviones que difundieran el virus tan rápido como puede suceder en el presente. Se recuerda que en localidades de España se organizaron procesiones religiosas rogando a Dios por la desaparición de la enfermedad, siendo estas espacios de posible contagio.

El tiempo del miedo

A partir de entonces, el desarrollo científico permitió enfrentar muchas enfermedades, el uso de vacunas, analgésicos, anestesias y especialmente antibióticos, lograron contener muchas enfermedades, y si bien nuevas epidemias atacaron por diversos frentes, ninguna tuvo esa mortalidad de la gripe de 1918. Aun así, otros males asolaron al planeta, como el crac de New York  de 1929, una crisis económica de fuertes repercusiones. El ascenso del fascismo y el nacismo trajeron consigo una multiplicidad de violaciones de derechos humanos, llegando a la hecatombe con la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).
La ilusión comunista surgida en Rusia en 1918, también terminó derivando en un estado totalitario y represivo tan sólo unos años después. En 1936 la revolución española cayó levantando el estandarte de la libertad como antesala a la despiadada guerra de años posteriores. Las grandes esperanzas quedaban como recueros épicos y como testarudas luchas de algunos movimientos (como el feminismo) ante una sociedad controlada por las injusticias.
El final de la guerra supuso un nuevo ordenamiento mundial que generó tres escenarios: la descolonización de la mayor parte del planeta, que posibilitó una comunidad de naciones libres al menos políticamente. La competencia entre dos superpotencias (USA y URSS), generando la existencia de dos bloques de naciones y la recordada guerra fría, una contradicción política acompañada de múltiples guerras locales entre los dos bandos, desarrollando una carrera armamentista y el peligro de una guerra nuclear. Finalmente, el desarrollo tecnológico post conflicto (y en gran parte nacido en él) propició modernas tecnologías de transporte, comunicación y producción, la llamada “revolución verde” mecanizó la producción agrícola con efectos ecológicos consiguientes.
La población de la segunda mitad del siglo XX creció con el temor a una posible guerra nuclear, la visión del futuro era oficialmente publicitada como el triunfo del comunismo o la democracia (según el campo en que se encontrase), pero en la cultura popular el futuro se veía más sombrío. Los antiutopistas dan cuenta de esto (Huxley y Orwell aún son referentes hoy en día). Finalmente, la guerra fría acabó y todo el planeta quedó bajo la ideología capitalista norteamericana, la amenaza nuclear fue reemplazada por otra más compleja. Sucede que por esa misma época, los científicos descubrieron que el desarrollo industrial estaba alterando el clima del planeta, se empezó a hablar del cambio climático y las nuevas generaciones crecimos con el temor de un futuro cada vez más tenebroso, menos previsible y con menor cantidad de recursos naturales.

El retorno de las epidemias

Mapa de extensión del Coronavirus al 10 de marzo 2020
Sin embargo, no habíamos tomado en cuenta que los enemigos más peligrosos serían los mismos de nuestros antepasados remotos, los microscópicos patógenos que reaparecen en estos últimos años. Con el cambio climático encima, crisis económicas como la de 2007 y cantidad de guerras por todo el planeta, esta vez movidas por intereses económicos ligados al mercado global; las epidemias vienen a colocar una cereza en el pastel de la incertidumbre.
Hay una razón lógica para la proliferación de enfermedades. Cuando una comunidad vegetal o animal se extiende en número, se convierte en caldo de cultivo propicio para algún enemigo, sea un predador o un patógeno. Esto es lo que propicia el equilibrio de la vida en el planeta. La sociedad global ha extendido la población humana a cifras nunca antes imaginadas, además, estas poblaciones se concentran en grandes urbes, no hay escenario más propicio para un patógeno.
¿Cómo pudimos olvidar este aspecto tan básico? La verdad es que no lo olvidamos. La soberbia de los gobernantes, empresarios y científicos nos ha venido diciendo que el desarrollo tecnológico puede controlar cualquier problema, que el desarrollo es infinito. Pero es imposible que exista algo infinito en una naturaleza finita. Por eso existen movimientos que plantean virar el camino del desarrollismo, planteando el decrecimiento, la vuelta al campo, retomar valores indígenas, entre otras propuestas. En el panorama actual, estas son las únicas alternativas viables, sostenibles y lúcidas frente a un panorama de crisis crecientes.
El coronavirus está en desarrollo, no se puede cantar victoria aún, tampoco vale ser fatalistas. Lo importante es reconocer que este virus puede funcionarnos bien como simulacro, porque mientras la sociedad siga conglomerada seguirá siendo sensible a virus nuevos o renovados (el Covid 19 es una mutación), no es casual que haya surgido en el país más poblado e industrializado del planeta. Hasta ahora, la forma en que las poblaciones han reaccionado deja mucho que desear, de tratarse de un virus más letal estaríamos ante una situación peor a la de 1918.
De habernos tocado esta pandemia durante el apogeo del Estado de Bienestar, podríamos haberlo afrontado de mejor manera, pero el neoliberalismo salvaje de estos días no ayuda. El fracaso del capitalismo neoliberal es evidente. A la vez, los valores de una sociedad consumista contribuyen a la propagación del virus, pues la gente tiende a actuar egoístamente. Los llamados de atención sobre estos aspectos plantean la necesidad urgente de modificar la cultura global. El reto está planteado, las lecciones de hace 100 años podrían ayudarnos a no seguir ilusionados en un modelo de sociedad que sólo beneficia a los patógenos (me refiero a los humanos privilegiados de este sistema, principalmente), que la solidaridad se imponga y derrote al capitalismo.


Roberto Ojeda Escalante