miércoles, 27 de diciembre de 2017

Algunas ideas para entender al fujimorismo

¿Qué hace que un cuestionado personaje todavía tenga respaldo? ¿Es el fujimorismo un mesianismo neoliberal posmoderno? ¿Cómo derrotar un movimiento que no se basa en argumentos racionales?

El mito Fujimori
Todas las versiones de lo ocurrido en la última década del siglo XX coinciden en señalar a un personaje histórico, para bien o para mal, llamado Fujimori. Unos le agradecen sus “aciertos en políticas económicas” y haber derrotado al terrorismo. Otros condenan su corrupción y su política represiva y autoritaria. Pero todos siguen señalando virtudes y defectos como propios del individuo, como si de haber estado en su lugar otro presidente, no hubiera tenido los mismos méritos y defectos.
La verdad es que todo lo que hizo Fujimori lo habría hecho cualquiera que estuviera en su lugar. Para comenzar, aplicó el programa económico de Vargas Llosa, shok incluido, por eso muchos partidarios y asesores del novelista, terminaron sumándose al fujimorismo. El maquiavélico asesor Vladimiro Montesinos se iba a presentar a quien fuera, claro que le resultó ideal el “chino”, pero viendo a la distancia, ¿acaso otros candidatos no habrían sucumbido a la presencia de este individuo entrenado por la CIA?
Lo de la derrota del terrorismo ni siquiera fue usado en campaña por el propio Fujimori, recuerdo claramente que hablaba de combatir la recesión para quitarle base a Sendero. La verdad es que Sendero nunca llegó al “equilibrio estratégico” que proclamaba, estaba derrotado por las rondas en el campo y con amplio rechazo de las organizaciones populares en las ciudades. Sus atentados de esos años sólo fueron sus manotazos de ahogado. Los mismos policías que lucharon contra este en los 80, serían quienes finalmente apresarían a Gonzalo, hecho en el que nada tuvo que ver el Chino y menos su asesor.
Sucede que el año 90, la población estaba desesperada por la crisis económica, Vargas Llosa ofrecía el neoliberalismo como única solución y la izquierda padecía los efectos de la crisis mundial del marxismo. Entonces aparece un desconocido que puede crecer en las encuestas. Es iluso pensar que los poderes fácticos no hayan averiguado entonces el pasado de tan “oscuro” personaje. Sus antecedentes laborales y políticos bastaban para darse cuenta que sería un gobernante útil y fácilmente manipulable por los grupos de poder. Estos permitieron que el pueblo se esperanzase con este “salvador” y creyese que había derrotado al neoliberalismo. Ilusión que se acabó con el fujishok al mes de asumido el mando, sin embargo, el respaldo fujimorista creció en vez de disminuir.
Es interesante comparar lo sucedido con Ollanta 16 años después, cuando al igual que el Chino, no cumplió su promesa (caso Conga). Pero esta vez perdió rápidamente su apoyo popular. Los años explican esta diferencia en parte (la decepción fue mayor ante un libreto conocido), y hay un factor adicional:

El fujimorismo es “el otro Sendero”
Una de las características resaltadas en la campaña del 90 fue que Fujimori era “chinito”. Su origen étnico pesó mucho en la gente y fue hábilmente usado por el candidato y más cuando ya fue gobierno. Sus acompañantes eran pluriétnicos, por primera vez se tuvo un congreso lleno de rostros marrones y un vicepresidente quechuahablante. Sin embargo, luego del autogolpe de 1992, el vicepresidente quiso liderar la oposición democrática discursando en quechua. Los hechos demuestran que la identidad andina no era la que pesaba en los “cholos” de entonces.
Fujimori tenía un origen y un discurso que se basaban en lo que se vino a llamar “cultura chicha”. El sujeto de origen humilde que llegó a triunfar en el mundo de blancos, tal como miles de comerciantes, ambulantes y migrantes, venían buscando. Triunfar en el mundo moderno, no cambiar la sociedad ni hacerla más justa, sólo obtener un lugarcito de esa “promesa de la vida peruana”, aunque para obtenerlo hubiera que cometer atropellos.
Fujimori disolvió el Congreso y centralizó el poder en su persona, implementando un modelo que 20 años después sería recurrente: los golpes blandos, las dictaduras encabezadas por civiles. Los partidos políticos se opusieron a la medida, uniéndose en esto derechas e izquierdas. Pero el efecto logrado fue contrario, la población vio en ellos la unión de todos los culpables del malestar del país, y los inclinó más bien a respaldar la dictadura.
Entonces, con un gobierno improvisado que tenía por única doctrina favorecer al empresariado, la corrupción se destapó a niveles nunca antes vistos. Y fue esto lo que terminó debilitando al régimen, jaqueado sus últimos años por la protesta estudiantil y enterrándose con sus propios excesos autoritarios. La re-reelección, la marcha de los 4 suyos y los vladivideos liquidaron un régimen que tan sólo un año atrás parecía muy fortalecido.
Sin embargo, gran parte de sus bases sociales siguieron siendo fujimoristas y son los que ahora respaldan su retorno. Esto no se puede explicar solamente con el clientelismo y el manejo simbólico que tuvo el Chino. Sus bases se siguieron viendo reflejadas en este caudillo que no venía de alguna tradición política sino de una experiencia de vida similar a la suya, era un “emprendedor exitoso” para usar términos contemporáneos.
A partir del 90, los políticos serios y bastante ideologizados, fueron reemplazados por políticos con características de actores de TV o cine: personas en las que el público (los electores) se ven subliminalmente reflejados, alegrándose por sus triunfos así como se alegran por el triunfo de un equipo de fútbol o por los éxitos del galán de la novela. En ambos casos, dichas alegrías no modificarán la vida del espectador, pero este siente una satisfacción simbólica que le ayuda a pasar la vida vacía y alienada que le queda. Tampoco le disgusta que sus “héroes” ganen cifras groseramente elevadas. El neoliberalismo sólo llevó estos modos del espectáculo a la política.

Similitudes y diferencias del fujimorismo y otros neoliberalismos
En Argentina el neoliberalismo fue implementado por Carlos Menem, un caudillo autoritario y corrupto que gobernó todos los 90 (además llegó a ser amigo de Fujimori), posteriormente juzgado y condenado por corrupción. En Brasil lo inició Collor de Melo que renunció por escándalos de corrupción. En México estuvo Carlos Salinas, cuyo hermano Raúl fue condenado por corrupción al acabar el mandato de su hermano. Como vemos, la corrupción y el autoritarismo fueron una constante en los gobernantes neoliberales de la década. La diferencia es que ninguno construyó una base social capaz de retornar 20 años después, quizás esto se deba a la tradición autoritaria más presente en Perú que en dichos países.
En la mayoría de Latinoamérica se había retornado a la democracia en los 80, pero sólo en Perú se desató una guerra civil sin precedentes. Esto explica que el miedo al retorno del terrorismo sea más fuerte que el temor a perder la democracia. El caso peruano se parece más al centroamericano, pero en estos países, las guerrillas negociaron la paz con los gobiernos neoliberales. Dichas guerrillas habían sido bien vistas por un buen sector de sus países, a diferencia de Sendero que no sólo era cuestionado por la izquierda peruana, sino que además se había enfrentado criminalmente a ella. Además la ausencia de un “equilibrio estratégico” hizo que no hubiera negociación posible y Fujimori se ocupó de construir su imagen de vencedor del terrorismo, fomentando el miedo a Sendero en la población. La guerra había acabado en 1993, pero la represión justificó el posible retorno de Sendero, política que se aplica hasta hoy.
El mismo modelo autoritario del Chino fue aplicado por otros gobiernos la década siguiente, pero para contrarrestar el neoliberalismo. El caso de Chávez en Venezuela y Evo Morales en Bolivia son sintomáticos, construyeron caudillismos mesiánicos agitando el temor al retorno del neoliberalismo. Aunque el neoliberalismo nunca fue abandonado realmente, sí fomentaron la inclusión de grandes sectores marginados de sus países, el caso de los indígenas bolivianos es el más interesante. Es decir, los progresistas hicieron lo que Fujimori sólo predicó pero nunca cumplió. Y aun así, este sigue teniendo respaldo popular.

Similitudes y diferencias de la dictadura y la democracia
La caída del fujimorato fue una victoria a medias, pues se mantuvo la Constitución del 93 y toda la estructura del estado neoliberal. La política local se llenó de pequeños fujimoris: caudillos autoritarios y corruptos, que en algunos casos aspiraron a la presidencia. Esta forma de hacer política se prolongó hasta el presente y el caso Odebretch es sólo un ejemplo.
En cuanto a represión, más violencia hemos visto en gobiernos democráticos como el segundo de Alan García, que en los peores años de la dictadura. Es más, si revisamos el informe de la CVR, notamos que hubo más violaciones de derechos humanos en el gobierno de Belaúnde que en el de Fujimori, y es que estos hechos se dan en un contexto de guerra, así, estos delitos se dan a gran escala a inicios del fujimorato, disminuyendo luego.
Lo que sí, el fujimorismo utilizó el miedo al terrorismo para reprimir cualquier protesta, llegando a asesinatos selectivos que también debilitaron su imagen. Estas políticas fueron modificadas sólo en parte y gracias a la presión de la sociedad civil, pero se sigue aplicando en los conflictos sociales. En zonas afectadas por megaproyectos y empresas extractivistas, no hay diferencia entre la dictadura y la supuesta democracia actual.
Otro aspecto interesante es el cultural. Se ha prolongado la “cultura chicha” que bien aprovechó Fujimori, los emprendedores siguen eligiendo caudillos en los que se ven reflejados aunque no haya vínculo real, se contentan con obras o con regalos, bajo la idea de que todos los políticos son corruptos y por lo tanto prefiero elegir a uno conocido. Allí, un Fujimori sigue siendo la mejor opción.
La prisión de Fujimori incrementó este vínculo simbólico de sus seguidores, quienes expresaban que el pobre “chinito” está preso a pesar de que hizo buenas obras, esto es similar a defender al futbolista o galán de la novela que puede haber cometido delitos, pero se le perdona por las “ilusiones y alegrías” que nos hizo vivir. La política convertida en espectáculo no es exclusiva del Perú, se dio a la par que se rebajaba intencionalmente el nivel cultural en todos los países, es una política neoliberal.

Cada generación tiene su lucha
La generación que se rebeló contra el fujimorato en realidad lo hacía contra el sistema, a su modo y con el discurso más comprable en la época: la recuperación de la democracia. Muchos de los jóvenes de entonces luego estuvieron envueltos en gobiernos neoliberales posteriores, justificando que su lucha había sido contra un régimen autocrático y corrupto con nombre propio, el fujimorismo.
Haciendo parangón entre esa rebelión juvenil y la que se dio contra la Ley Pulpín, hay similitudes aparentes pero más diferencias. Los “pulpines” se rebelaron contra una ley en concreto, con discursos más antisistema que sus antecesores. Construyeron una experiencia sin precedentes en el país, las zonas, que sí se han visto en otros países en las últimas décadas pero aquí parecían imposibles. Sin embargo, el espíritu pulpín fue absorbido en gran parte por el antifujimorismo que impidió la elección de Keiko Fujimori el 2016.
Es curioso que gran parte de los antifujimoristas sean jóvenes que no vivieron directamente la época del fujimorato. Pero conocen el temor que generó ese periodo y evitar su posible retorno hace aceptar cualquier gobierno, como hicieron los progresistas en Brasil o Bolivia, presentándose como única opción para evitar el retorno neoliberal. Este miedo compite con otro mayor y más pernicioso, el temor al retorno del terrorismo, miedo que favorece a los neoliberales en general, pero más al fujimorismo en particular, a partir de la idea de que fue el Chino el único que pudo derrotar esa amenaza.
En este panorama, confrontar corrupción con honestidad para derrotar al fujimorismo no da resultados, porque la población considera que todos los políticos son corruptos. Tampoco ayuda la dicotomía democracia-dictadura, porque en la mayoría de los habitantes esa dicotomía es invisible. Así, el poder del fujimorismo no está en sus acciones ni en su dinero sino en sus bases sociales y es allí donde democráticos e izquierdas debieran trabajar. Bases que buscan caudillos fuertes de orígenes “no blancos”, por eso en su momento Toledo pudo competir con Fujimori, aunque luego su caudillismo se vació rápido, como también le pasó a Humala. Otros ejemplos de estos “rivales posibles” son Antauro Humala o Goyo Santos.

Pero remplazar un caudillo por otro sólo tendría un valor simbólico, sería un fujimorismo sin Fujimori (cosa que prometía Toledo en los 90). El tema es cómo llevamos las enseñanzas de las Zonas y otras tantas, a esos barrios acosados por remanentes de Sendero por un lado, y el fujimorismo hoy campante por el otro. Cómo cambiamos el paradigma “progresista”, la búsqueda de éxito personal, de aspirar esa modernidad “chicha”, por un paradigma más comunitario y libertario. La pelea está en las experiencias concretas que podamos construir como alternativas al neoliberalismo y su corrupción.