sábado, 17 de enero de 2015

Atentados en Charlie Hebdo: salgamos de la emocionalidad, se tienen que plantear los debates de fondo

Caroline Weill

     Ha sido una semana difícil para mí. Siendo francesa y viviendo en el extranjero, hace cuatro años que me distanciaba progresivamente de la realidad que vive el país que me vio nacer. Me asumí crecientemente más peruana que francesa; los atentados contra el equipo de caricaturistas y periodistas de Charlie Hebdo me ha –violentamente- hecho recordar el profundo lazo emocional que sigo manteniendo con Francia. Emocional, pero también cultural, intelectual e ideológico. Llevo una semana sin poder dedicarme a otra cosa que leer artículos, comentarios, reacciones, escuchando la radio, debatiendo con todos y con todas. En una semana, he podido escuchar todas las posturas y las contrarias: posiciones maduramente reflexionadas, otras apresuradas por falta de información, posiciones más o menos críticas. Siento que se ha generado una confusión grande, pues la situación es muy compleja. En medio de esta confusión, y luego de haber escuchado muchas opiniones, quisiera sentar una posición personal en el asunto; y de paso aclarar varias cosas a los y las que no conocían Charlie Hebdo antes de los atentados, y que no conocen mucho de la cultura francesa a varios niveles. Es un tema demasiado importante, para mí, como para dejar que se planteen mal las cosas: estos ataques levantan cuestiones fundamentales y altamente sensibles para Francia, que ha llegado a un momento que considero crucial para nuestro futuro como sociedad. Levantan cuestiones fundamentales, pero se necesita manejar algunos elementos básicos para poder entender el trasfondo del asunto, y no perdernos en cuestiones marginales que no son lo que fundamentalmente se pone en cuestión desde el miércoles siete de enero.  
     Primero lo primero, Francia es un país de tradición colonialista que sigue interviniendo en distintos sitios del mundo, en donde los intereses que defiende son personales, y a menudo económicos. Pero si bien el 11 de setiembre del 2001 fue un ataque de parte de extranjeros, proveniente de lugares del mundo que sufrían de la intervención militar estadounidense, los que dispararon el 7 de enero del 2015 fueron franceses. Nacidos y crecidos en Francia: no se están vengando de algo que hayan vivido por la intervención imperialista francesa. Que hayan sido convencidos que el Occidente es el enemigo del Islam durante su estadía en Siria, donde fueron adrede a entrenarse para su guerra santa, y donde Francia alimenta la guerra civil, es otro problema. A mí me preocupa es que esta ideología extremista y terrorista de guerra, ultraminoritaria pero existente en algunos círculos musulmanes en Francia y en el mundo, agarre igual de fuertemente en jóvenes franceses nacidos en un país que pensábamos en paz –no absoluta, pero vamos, no en guerra como en Siria- igual o casi mejor que en países que viven en un estado de guerra real y cotidiano. Peor, ellos eligieron voluntariamente ir hasta Siria para entrenar. Es preciso recalcar que muchos de estos jóvenes son hijos o nietos de inmigrantes de países norteafricanos que fueron colonizados por Francia, pero por la discriminación racial que se vive en Francia siguen siendo considerados como ciudadanos de segunda clase. Sufren en primera línea del desempleo; no se sienten pertenecer a la sociedad francesa pero tampoco a la sociedad de origen de sus padres; y la explosión de los núcleos familiares a la cual asistimos en toda Francia los deja particularmente vulnerables a los videos religiosos extremistas que aprovechan ese vacío de identidad para reclutar fuerzas vivas para sus tropas de yihadistas. Esta realidad nos pinta un retrato social extremadamente preocupante de la situación de injusticias extremas en Francia, que conocíamos pero que de repente no entendíamos a qué extremo llegaba. Estos ataques son ante todo una señal fuertísima que Francia tiene que cuestionarse, cuestionar sus bases sociales, económicas, políticas, simbólicas, culturales, porque existen jóvenes tan desestabilizado psicológica, económica, e ideológicamente que entran en lógicas extremas más fácilmente que si estuvieran en un país en guerra. Francia tiene desafíos tremendos ante ella, y ahora no puede seguir haciendo la política del avestruz, negándose a ver la verdad en plena luz del día. Por lo tanto, la primera pregunta crucial que Francia se tiene que plantear tras la tragedia en Charlie Hebdo es esta: ¿cómo logramos que todo un sector de la juventud francesa tan discriminado racialmente, por su clase social, su origen religioso, tenga una opción de vida digna, con sensación de pertenencia a la colectividad y de reconocimiento social?
     Sin embargo, y para mí es lo dramático de la situación: Charlie Hebdo no era una revista racista, islamófoba, xenófoba y fascista de extrema derecha que alimentaba esta situación social; al contrario, luchaba por un cambio social radical y siempre ha apoyado a fuerzas progresistas. Han atacado a una revista profundamente lúcida, crítica, libertaria, que luchaba contra las injusticias, las absurdidades y aberraciones, las incoherencias e hipocresías del poder, los dogmatismos de todo lado. Fue fundada en los años 1960, bajo el gobierno autoritario  de Charles de Gaulles, y es hija de mayo del 68, la revolución estudiantil que desató la emancipación femenina, laica, popular, horizontalista, ecológica… progresista. Fue censurada en muchas ocasiones. Siempre ha denunciado los abusos políticos, la corrupción, la “FransAfrica” (relaciones neocoloniales entre Francia y países africanos), todas las injusticias sociales. Criticaban a todos, grandes y poderosos antes que nada, y a las religiones de manera indiscriminada. Algunos argumentan que criticaban desproporcionalmente a los musulmanes, y que eran racistas (lo cual es distinto: no mezclemos raza y religión). Lo que yo puedo acertar es que cada vez que he podido leer a Charlie Hebdo, criticaban a todos, y no a los musulmanes de manera específica (me acuerdo de un titular que decía “Al basural todas las religiones”); y yo siempre escuché de su parte comentarios sumamente inteligentes, críticos, anti-racistas, profundamente tolerantes y abiertos. Es más, Charb era el primer pro-palestino de Francia. Lo cierto también es que Charlie Hebdo es conocido en Francia por ser de izquierda radical, y nadie hasta ahora había dudado su posición política. [Digo “conocido”, pero antes de ser atacada la revista estaba al borde de la bancarrota por la falta de lectores y por negarse a dejar entrar publicidad en sus páginas; poquísima gente ya leía a Charlie Hebdo]. Pero también es conocido por su estilo humorístico provocador, irreverente, insolente, polémico, controversial. (El estilo de debate de ideas a veces violento, pero directo y franco, tocando temas sensibles de frente y no dándole mil vueltas de políticamente correctos también es un estilo francés, por el cual personalmente he podido tener dificultades en momentos de debates con compañeros peruanos.) En el 2006, ya hubo debates apasionados y frenéticos en Francia a raíz de caricaturas de Mahomet que había publicado Charlie Hebdo. Personalmente, en ese momento, yo opiné que se habían pasado de chistosos y que debían de ser sancionados. Son humanos, pues, no son infalibles, y juegan con el tema de doble filo que es el humor; aunque no se cuestione su línea editorial fundamental, a veces pasan los límites. Por cierto, los denunciaron en varias oportunidades, y llegaron más de una vez ante los tribunales. En el 2007, la resolución judicial expresó que se criticaba a una ideología religiosa, no a personas, y que por lo tanto no era un insulto sino una blasfema (lo cual no está castigado por la ley de un país laico); y que dado que no se burlaba exclusivamente de un grupo social sino de muchos y varios, se archivó la denuncia.
Pero a ello voy: el tema no es de saber si Charlie Hebdo era racista o no, porque no lo era. El debate no está allí. El debate está en: ¿hasta qué punto podemos criticar y cuestionar las ideologías religiosas, sus creencias y sus dogmas (es decir las ideas que los creyentes no pueden cuestionar)? Y por otro lado, ¿hasta qué punto podemos reírnos de todo? ¿Dónde está el límite entre el humor satírico y el insulto? ¿Es necesario y/o saludable usar este tipo de humor en una democracia, cuando vivimos con muchas personas distintas? ¿Es variable el grado de humor que se puede emplear con uno y otro sector de la población por características propias?
     Esta cuestión está íntimamente ligada a la segunda, que tiene que ver con el lugar que ocupa la población musulmana en Francia, y que es un tema espinoso por las polarizaciones de la sociedad en torno al tema y la estigmatización que se hace de los musulmanes. Existe un racismo fundamental en Francia, como en muchos otros países, contra la nueva ola de inmigrantes. Fueron los españoles y portugueses huyendo de las dictaduras en los años 1960; hoy son los inmigrantes originarios de países norte africanos. Hoy, existe una amalgama peligrosa en Francia: árabe, musulmán, inmigrante, de clase social baja y desde el 11 de setiembre del 2001, terrorista, violento o potencialmente peligroso; los árabes necesariamente son musulmanes, todos los musulmanes son árabes, los árabes son inmigrantes (cuando hoy, muchísimos son franceses nacidos en Francia), por lo tanto de clase social baja. Las discriminaciones y las violencias hacia las personas llamadas Ahmed o Fátima, con una barba, un velo o una tez de piel trigueña, son constantes. Eso es una realidad innegable. Y en relación a nuestra última pregunta: ¿Es variable el grado de humor que se puede emplear con uno y otro sector de la población por características propias?, vemos en mucha gente una gran tentación en caer en la otra cara de la moneda de la discriminación violenta, que es el paternalismo: ya que, como población en general (asimilando árabe, musulmán y de clase socio-cultural baja), son marginalizados y discriminados, a ellos no se les puede cuestionar para no ofenderlos, para no hacerlos sufrir más de lo que sufren. Sin embargo, yo, como mujer, me siento profundamente ofendida por la cosificación y sexualización de las mujeres en los medios de comunicación, me ofenden los comentarios a carácter sexual en las calles que se me hace, me ofenden los comentarios sexistas a personalidades femeninas. Pero nadie justificaría o minimizaría la violencia que yo podría usar para “defender mi dignidad” porque soy oprimida: si quiero cambiar la sociedad, formo colectivos feministas, hago sensibilización pública, presión política, no uso la violencia. Pero parece que las ofensas a sectores sociales discriminados no tienen el mismo peso en la complacencia general, y a las religiones no se les puede cuestionar tan fácilmente. Por otro lado, no se armó un debate nacional –e internacional- a cerca de las caricaturas de Charlie Hebdo que se burlaban de la religión cristiana (que por cierto hubiera logrado armar toda una revuelta en el Perú), o a cerca de las grandes, grandes ofensas contra algunos partidos políticos (comparando el Frente Nacional de extrema derecha a, literalmente, una mierda). Pero sí a cerca de las ofensas a las creencias musulmanas. Entonces, ¿cómo interpretar la minimización de los atentados contra Charlie Hebdo por el contenido de su revista de otra forma que la idea que la población musulmana tiene menos capacidad de aguantar la crítica y la sátira que otros grupos sociales? Esto es, según yo, caer en la misma trampa: la esencialización de los musulmanes a su religión, sin considerar sus grandes diversidades dentro de la sociedad francesa. Es decir, encerrarles en una identidad única, de la cual no se pueden distanciar ni cumular con otra identidad –la de ciudadano, por ejemplo, con identidades culturales complejas, o de persona libre-pensante y crítica. Los musulmanes son percibidos exclusivamente como musulmanes y limitados a su identidad religiosa por la sociedad francesa: no son franceses con cultura francesa si son musulmanes. Con ellos se debe aplicar un relativismo cultural, porque son fundamentalmente “no de los nuestros”. Esto ha sido integrado por muchos jóvenes, alimentando una suerte de radicalización de su identidad religiosa y una forma cada vez dogmática de vivir su religión. Por lo tanto, la pregunta no es saber si tenemos derecho, si es responsable, si es ético burlarnos de las creencias o prácticas de la población musulmana de la misma manera que nos burlamos de las demás, porque ellos (en su conjunto, sin ver las diferencias sociales dentro del grupo “los musulmanes”) viven una situación que los demás no viven. La pregunta, más bien, es relativa a lo religioso de manera general: ¿hasta qué punto podemos reírnos de símbolos que son sagrados para algunas personas? Si algunos musulmanes se sintieron más ofendidos que otros por las caricaturas, o más que miembros de otras religiones; ¿debemos “respetarlos” y bajar la crítica hacia sus prácticas y creencias (representar o no al profeta, por ejemplo)? ¿O el hecho que ciertos musulmanes aguanten menos la sátira es, justamente, una señal de dogmatismo, que impone su visión de lo sagrado a los que no son de su religión, y es algo positivo que alguien luche contra esa tentación totalizadora de la religión en la sociedad? ¿Hasta qué punto tenemos y/o necesitamos la libertad de pensar fuera de los dogmas religiosos que algunos eligieron, es decir de blasfemar? Y en el fondo, ¿qué espacio dejamos a que las religiones y sus dogmas dicte la conducta de los no-creyentes de manera obligatoria? Plantea el problema de la laicidad de la sociedad de manera muy, muy profunda.
     Soy muy consciente que he aquí una cuestión que me va a ser muy difícil tocar con muchas personas que nunca han vivido en una sociedad que, por lo menos, intenta acercarse a un poco más de laicidad. Antes de seguir adelante con esa reflexión, es preciso recordar que la laicidad no significa la prohibición de lo religioso: significa que ello pertenece al espacio privado, y que en interactuación en el espacio público, lo relativo al religioso no debe intervenir. Tiene como meta la defensa de la libertad de conciencia y la igualdad de derechos, sin consideración por la pertenencia religiosa (incluso el ser ateo o agnóstico). Para entender la importancia que tiene para mí este concepto, tendré que hablar de mi experiencia muy personal. Soy francesa, crecí en un ambiente libre de imposición religiosa: a los 7 años fui bautizada porque lo pedí, hasta fui monaguío, y a los 11 años salí de la institución religiosa por la presión que recibía allí; y en ese proceso no recibí nunca presiones algunas. Nunca tuve prejuicios ante cualquier religión, o ante personas creyentes, podía conversar de todo con todos (con una sola excepción), y nunca fue un tema de mayor interés para mí. Hasta que llegué a Perú. Nunca había experimentado la fuerza que tiene una cultura religiosa en las personas: desde el poder de las instituciones religiosas en espacios públicos como la televisión o la política, hasta los debates sobre problemas de sociedad (y lo recuerdo particularmente que en esos días Francia celebra los 40 años de la legalización del aborto), valores éticos, y la libertad de pensar. Sería demasiado largo relatar toda mi experiencia con la cultura religiosa en Perú, pero me ha impactado; nunca he sido tan agradecida de haber crecido en una sociedad laica, donde puedes elegir ser religiosa, o no, y de por tener debates donde “Dios” o “la moral” son conceptos personales que no se puede usar como base de un argumento. Llegué a la conclusión que la laicidad es la única verdadera garante de la libertad de pensar y la libertad de conciencia: sin laicidad, la cultura religiosa y sus dogmatismos se apoderan de todos los rincones sociales. Sin laicidad, y es una convicción personal pero profunda, la religión toma su peor rostro, algo dogmático que no sufre critica ni cuestionamiento, porque es socialmente impuesto; mientras dentro del marco de la laicidad, es más fácilmente cuestionada, reflexionada, individualizada, y por lo tanto más espiritual que dogmática. En una excelente tribuna de respuesta a críticas llamando racista al equipo de Charlie Hebdo, Zineb El Razoui, periodista marroquí trabajando en la revista satírica, expresa la gran importancia que le da a la laicidad, por vivir en un país donde está perseguida por cuestionar el estatus quo social impuesto por el “totalitarismo religioso”. No soy orgullosa de ser francesa; al contrario, viendo la realidad mundial, histórica y actual, y la responsabilidad de Francia en ello, más me da vergüenza ser francesa. Pero Francia siempre ha transmitido ese valor social de un Estado y una sociedad laica, y de eso yo sí soy orgullosa. Hoy, la cuestión que levanta el asesinato de los de Charlie Hebdo es relativo a eso: la laicidad. Siento que estamos en retroceso a cerca de la laicidad en mi país: las recientes manifestaciones en contra del matrimonio homosexual con la respectiva inundación de las calles con propagando basada en la ideología cristiana extremista, la radicalización de algunas escuelas judías con militares a su entrada, son otros ejemplos de ello. El retroceso de la laicidad en Francia es una cuestión que se tiene que plantear de manera muy seria, honesta, abierta, sin manipulaciones políticas, sin el propósito de estigmatizar a una parte de la población (es decir, denunciar todas las amenazas a la laicidad de parte de todas las religiones, y no subrayar exclusivamente los ataques de parte de una religión pasando en silencio los de parte de las otras religiones).
     Por eso, creo que está habiendo una gran confusión dentro de los manifestantes que se movilizaron toda esta semana pasada y desde el 7 de enero. Cuando gritan “Libertad de prensa”, plantean el debate de forma, según yo, equivocada. No se trata de un cuestionamiento de la libertad de prensa como tal, que en regla general está en peligro por un intervencionismo estatal. Se trata de una cuestión de laicidad: no se atacó a Charlie Hebdo por sus posiciones profundas, sino por un rechazo a la blasfema no sancionada por el Estado laico francés, y que los dogmáticos islamistas no podían soportar. Pero la realidad es que muchas personas no han reflexionado sobre el tema, y han caído en la trampa de un valor-bandera resbaloso, la “libertad de prensa”. Siento que esta noción está siendo usada como un término un tanto vacío, que permite una “unión nacional” emocional sin entrar en un debate de fondo. El momento de la reacción emocional, del shock, es entendible y necesario; es bueno expresar de forma unánime nuestro dolor y solidaridad con las víctimas. Pero por un lado, ya ha llegado a un grado de absurdidad que los muertos de Charlie Hebdo hubieran usado como material para sus caricaturas: las iglesias hacen misas para ellos, ellos que se burlaban de los curas; se canta el himno nacional en su honor, ellos que eran más internacionalistas y anarquistas que otra cosa; el Papa y el Primer ministro israelí dicen “Yo Soy Charlie”, cuando eran sus primeros blancos de burla y de crítica por criminales. Segundo, ya llega el momento de salir de la emocionalidad colectiva y entrar en el debate de fondo; es peligroso quedarnos en la primera fase y evitar la segunda porque no se plantearon bien los asuntos que tenemos que reflexionar. Porque es muy conveniente para el estatus quo socio-político, y el riesgo de envenenamiento de la vida pública en un círculo vicioso es inminente.
     Es ese peligro que me hace temer para el futuro de mi país. No veo que una reflexión seria se esté iniciando en los medios de comunicación de masa sobre el contexto, las causas, las posibilidades que abren estos eventos. Al contrario, las manipulaciones políticas son innombrables y me dan ganas de vomitar: la presencia de dirigentes internacionales criminales en la marcha del domingo 11 (por cierto, separada de la marcha del pueblo francés); una nueva ley que pone en peligro las libertades públicas para “luchar contra el terrorismo”; la seudo-indignación de los que ayudaron a crear la situación de odio y de guerra que costó la vida a los de Charlie Hebdo, como el expresidente Nicolas Sarkozy; el aprovechamiento de las fuerzas de extrema derecha para su propaganda racista, xenofóbica e islamofóbica… Asistimos a una incrementación drástica de los actos de violencia contra los musulmanes en toda Francia desde el pasado miércoles, así como a innombrables gritos de victoria de los extremistas musulmanes en su “guerra contra el occidente”: miles de mensajes de Facebook y twitter de celebración de los asesinatos, y muchísimos jóvenes expresaron en sus clases su apoyo a los asesinos porque habían “blasfemado”. Como lo expresa El Razoui, está habiendo una deriva ideológica dentro de la población musulmana en Francia y en el mundo. Los extremos se radicalizan más aún, y la mayoría silenciosa todavía no tiene las cosas muy claras, hablando de “libertad de prensa” cuando se trata de laicidad, de incremento de las ideologías del odio, de justicia social, económica e histórica. Francia está en una espiral infernal que no veo este desacelerando. Entonces, mi pregunta final sería esa: ¿cómo logramos poner fin a ese círculo vicioso de odio y violencia, cómo lanzamos una reflexión sana, abierta y realmente crítica en toda la sociedad?
     Por todo ello, confieso que a mí me ha conmovido y ocupado bastante el cerebro esta masacre. Sin embargo, entiendo a los amigos no-franceses que critican la cobertura mediática internacional extensiva sobre este hecho, pasando por alto por ejemplo la masacre de 2000 personas en Nigeria, también por los fundamentalistas islámicos de Boko Haram [notemos que los mismos que masacran e imponen su visión dictatorial y violenta de la religión en Paris, también masacran en Nigeria, en una población casi enteramente musulmana, en un contexto social e histórico distinto; así que tengamos cuidado con minimizar los hechos perpetrados por estos individuos en Paris, porque lo mismo hacen en muchísimos otros lugares, donde allí sí se critica duramente como debe serlo]. Es indignante que no se hable más de esta masacre; por cierto, en el número de Charlie Hebdo del miércoles 14 de enero, tocan el tema y expresan su indignación y solidaridad con Nigeria.
      Pues sí, desafortunadamente, la masacre del 7 de enero 2015 en Francia entra en un marco fácil de recuperar para los grandes poderes mundiales en su “lucha contra el terrorismo” que esconde un imperialismo disfrazado. Sí, desafortunadamente, los franceses se mantienen en el espacio emocional de shock y solidaridad. Pero ya necesitamos salir de ese espacio para entrar en una reflexión integral del cómo pudo ocurrir este drama, en qué estamos fallando, qué tenemos que hacer, en qué nos tenemos que cuestionar, hacia dónde vamos. Francia tiene que ser extremadamente cuidadosa de no dejarse llevar por la corriente hipócrita de los políticos, sin dejar de ser firme en los principios del convivir sin violencia dentro de un marco cultural que es el nuestro. Grandes tareas nos esperan. Y no veo el inicio de una luz esperadora al horizonte.

Fuentes de reflexión (en francés y español):
“La religión, como forma medieval de no-razonamiento, cuando está combinada con armamento moderno se vuelve una amenaza real para nuestras libertades. Este totalitarismo religioso ha causado una mutacion letal en el corazón del Islam y vemos las consecuencias trágicas hoy en Paris. Yo apoyo a Charlie Hebdo, como todos debemos hacerlo, para defender el arte de la sátira, que siempre ha sido una fuerza para la libertad y contra la tiranía, la deshonestidad y la estupidez. “Respeto a la religión » se ha vuelto un codigo para decir “miedo a la religión”. Las religiones, como cualquier otra ideas, merecen la crítica, la sátira, y, sí, nuestra falta de respeto sin miedo”.
–Salman Rushdie, escritor indio (de la India) y autor de “Los Versos Satánicos”, por lo cual está en la lista negra de organizaciones fundamentalistas como Al-Qaida.

« Si Charlie Hebdo est raciste, alors je le suis : réponse de Zineb El Rhazoui à Olivier Cyran » : http://www.cercledesvolontaires.fr/2013/12/22/si-charlie-hebdo-est-raciste-alors-je-le-suis-reponse-de-zineb-el-rhazoui-a-olivier-cyran/
“Respetando a los caníbales: Europa es cómplice del fundamentalismo islámico”: http://www.elconfidencial.com/mundo/2015-01-10/respetando-a-los-canibales-europa-es-complice-del-fundamentalismo-islamico_619350/  
« Refusons cette manifestation hypocrite » : http://blogs.mediapart.fr/blog/patricjean/100115/refusons-cette-manifestation-hypocrite