jueves, 22 de diciembre de 2016

ESA, LA DEMOCRACIA LIBERAL

“Prende la tele y mira que buen rating tiene esta nueva
comedia… bombardeando con publicidad , se convierte
el problema en oportunidad… manipulando, creando
ilusiones y borrando conciencias (…) Y así se mueve la
bolsa y la banca, y el precio por acción aumenta. La
democracia de un pueblo se mide, según el nivel de
sus ventas…”
Tema “La perfección”
Banda Punk Los Suziox de Colombia

Un viejo profesor decía, la democracia se reduce al dicho popular “la mayoría manda” y punto. Lo que difícilmente avisa el dicho es: ¿qué se entiende o pretende denominar con “mayoría”?. Los gobiernos sucedáneos en Perú y en más de los países de la región, de ninguna forma fueron elegidos por mayorías (si mayoría sindica masas de votantes movilizados por embusteras prebendas).

El Marx del Liberalismo, Schumpeter, considera a la democracia como “un método político de elección de representantes; en un marco de sociedades con poca dirigencia, [y] grandes masas”. Manifestaba que, el hombre común (la masa), ocupado en sus cuestiones cotidianas, no posee capacidades políticas y por ello mismo será más fácil captarlos por los grupos interesados en el poder, a través de una eficiente propaganda y así configurar la voluntad popular. El mismo ideólogo sugiere, que la política es un mercado más de oferta y demanda de productos particulares, dándole “una fuerte importancia a la propaganda para vender el producto que los políticos-empresarios ofertan a sus clientes-ciudadanos a través de las plataformas políticas de sus partidos-empresas”. “Política como mercado, partidos como empresas, de competencia oligopólica por la concentración de poder y un público manipulado por una información altamente especializada y dirigida” [1].

No debiera sorprendernos las referencias anotadas arriba, un constructo en la realidad imperante que legitima la posición de los que tienen autoridad, el poder; reafirmada bajo el influjo y la necesidad del capital, además que para su propia reproducción. Si se quiere reconocer a la Democracia como tipo de gobierno (la Ciencia Política así lo concibe), se está diciendo que es una forma de organizar y ejercer poder, por lo mismo un método para “elegir” las dirigencias, las élites para ordenar y mandar (la misma acción política pretende siempre esto); no necesariamente buscar el bien de todos, del conjunto, la sociedad, del bien común.

El juego de la “democracia” en países como el nuestro y bajo el influjo del liberalismo global, donde la economía somete a los espacios de la política, la sociedad, la cultura y a la misma naturaleza; responde a los intereses de los poderes fácticos que controlan los hilos de la economía nacional y en consonancia a los intereses del mercado de recursos y productos mundial. Las disputas políticas, al interior de nuestro país, son también signos de los reacomodos del mercado de recursos-materia prima, industria-productos y comercio. Se comprueba este hecho en la financiación, de parte de estos sujetos económico-sociales, la “gran empresa”, hacia los partidos que participan en las contiendas electorales[2]. El peso sobre nuestra realidad social, depende de cuan lacayos son estas elites políticas de signo diverso.

En la actual coyuntura del país[3] -que también fueron recurrentes a los gobiernos pasados-; hoy se ha ido generando, en inmediaciones de la acción política del espacio estatal, contiendas post-electorales de reacomodos derecho-izquierdistas. Pugnas parlamentarias, de entredichos político-mediáticos; sucediéndose un sinnúmero de confrontaciones entre mayorías y minorías,  entre alas neo-liberales, entre derechas e izquierdas liberales de la llamada democracia representativa, al interior del parlamento y fuera de él.

Las respuestas también coyunturales a tales “disputas”, todas cabalgan y se sustentan en afianzar procesos desarrollistas como aquel del “desarrollo sostenible”[4], defendidas en términos económicos por el “crecimiento” y políticamente acondicionada a la idea de “gobernabilidad”[5]. Ambas, crecimiento y gobernabilidad son patas de articulación del mismo cuerpo liberal, para “mejor” administración de las recurrentes crisis del capitalismo al interior de los países; por otro lado, querer adecentar la ineficacia del estado y por ende de la democracia de las componendas. Todo para igual.

Más, las repentinas confrontaciones en las “alturas”, para ver los problemas en el sector educación –por ejemplo entre mayoría y minorías parlamentarias, entre ejecutivo y legislativo, que decían evaluar los “avances” educativos salpicados de corrupción-; no son más que signos de reacomodo y pugna de las fuerzas reales de control del poder, los tutores factuales de manejo de la economía y política del País. El negocio de las universidades en disputa, tanto en orientación, los contenidos para la “competencia” y las pingües ganancias a generar por su control. Luego, es aquel mismo poder que gesta, para una necesaria “paz social”, un discreto “entendimiento de las partes en democracia”. Los llamados realizados por los empresarios en la última CADE 2016 de Paracas, no solo era un signo, sino un mandato a ambos extremos de su misma corpulencia. Que lo implemente el cura mayor de la iglesia, no importa, mejor así. Un periodista “bien informado” decía en una radio de alcance nacional: “lo que cualquier democracia hace es… pactar!” (Radio Exitosa, emisión del 9/12/2016). Es el discurso precisamente liberal, que dice que para la afirmación del modelo es “saludable” mostrar las discrepancias a escala “mayoría–minoría”.

Preguntamos: ¿Qué diferencias puede haber, entre mayorías y minorías, en el actual parlamento peruano? Aquí un ejemplo para-patético: qué distancias sustanciales encontramos entre Fujimorismo delincuente (hoy en el control del parlamento) y “pepekausismo” lobista y doblez (gobierno de turno)??… ¡¡Ninguno!!; sólo inclinaciones hacia diferente gran empresario o multinacional. Y allí, la izquierda liberal ¿a que juegan?; pues sí, balancean hacia la defensa de la “institucionalidad democrática” (léase gobernabilidad), en auxilio de las “reformas” (como la ¿educativa?, ¿universitaria?, ¿del Estado?). Todos, unos y otros, se disputan el renombre de demócratas por supuesto. Aquellos, legitiman la posición de los que tienen autoridad, que en el fondo mantiene las relaciones de poder, el control de los recursos para la reventa, afianzadas en el libreto político liberal. Así, la democracia se resume en eso, la “mayoría” manda. Claro que sí, la suma hace mayoría. El suelo está parejo.

Antaño -luego de la putrefacción fujimorista de los 90-, en defensa y para “recuperar la democracia”, negociaron unos y otros el reacomodo de las cuotas de poder. La perversidad fujimorista ganó e impuso su constitución; los otros, partidos, gremios y sindicatos -aliados o con “cautos” apoyos- ganaban elecciones. El gran empresariado, los burgueses, sin mayor disimulo ganaban la constitución de sus sueños y financian a candidatos elegibles/elegidos…, ganan presidentes. La ética liberal del fujimorismo, suerte de moral “exitosa” embadurnada de corrupción, muerte y populismo, había hecho carne, se inyectaba en cada conducta de la gestión estatal y la empresa; y, acorrala a la sociedad en general. El Estado excreta(ba) su función histórica sin mayor reparo: malea(ba) la sociedad. Hoy se hace obras y se es exitoso robando; el éxito es de una notoriedad gerencial digno del sátrapa; los pueblos consiguen “desarrollo” a punta de prebendas y coimas. La autoridad es sinónimo de éxito y corrupción –a la vez-. La gran empresa acorrala al Estado para ganar y ganar, y tumbar todo aquello que obstruya la democrática economía del crecimiento: aunque sea menospreciar o liquidar al administrador de turno, de su sistema educativo –por ejemplo-. Por supuesto eso es lo menos notable; se ha recuperado la democracia, eso interesa. Estamos ante suelo fértil para el surgimiento de algún fascismo.

“(¡Qué náuseas sentiríamos si conociéramos el número de crímenes y bajezas que simbolizan la banda de un presidente, la mitra de un obispo, la medalla de un magistrado y las charreteras de un general!) (¡Cuántas genuflexiones y curvaturas!) (Cuántos empeños y chismes! (Cuántos perjurios y cohechos! (Cuántas prostituciones de las madres, de las hermanas, de las esposas y de las hijas!) A mayor encumbramiento, mayor ignominia, pues hubo que arrastrarse más para subir más alto.”[6]

 “Preguntaba un viejo yanqui a un inmigrante
recién desembarcado en Nueva York:
-¿Es usted republicano?
-No; yo no soy republicano.
-¿Es usted demócrata?
-No; yo no soy demócrata.
-¿Entonces...?
-Soy de la oposición; siempre contra el Gobierno”.[7]

Sabemos, los gobiernos son sólo administradores del Estado. Viva la Democracia.

Orestes Bellota



[1] Referencias para este acápite: Fernández E., C. M. (2003) Democracia: Definiciones, épocas y sistemas: De los antiguos a los modernos, de los liberales a los revolucionarios. Disponible en: http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/tesis/te.616/te.616.pdf.
[2] Ejemplo dramático el caso del Apra de Alan García y el soporte financiero del Grupo Romero, dueño del Banco de Crédito del Perú. Así, las bolsas para financiar candidatos provienen de sociedades y grupos de poder económico hacia candidatos de una u otra marca, y de forma encubierta en más de los casos.
[3] Temas de coyuntura y en sumo estructurales, entre otros, son: las políticas extractivistas y degradante de nuestros recursos naturales o la privatización de recursos como el agua, la reivindicación ambiental y económica de las poblaciones afectadas por la minería y otros, las exigencia salariales de profesores y empleados públicos; pasando por necesidades de seguridad y resguardo social, la corrupción hecha disciplina; hasta la propia problemática de educación y la reivindicación de derechos sexuales e identidad de genero (aparte se puede agregar la disolución del Congreso, como artilugio legal en disputa).
[4] El llamado desarrollo sostenible, es tema aun a desentrañar. Suerte de timo y ardid del propio capitalismo que viene siendo alertada por muchos estudiosos.
[5] Véase los Planes de Gobierno de las derechas e izquierdas, Partidos involucrados en el último proceso electoral 2016.
[6] González Prada, Manuel. “La anarquía”, sobre La Autoridad. Fundación para la Investigación y la Cultura. Bogotá, D. C., 2010. Pg. 31. www.cronicon.net/fica/index.html. Colección Memoria de nuestra América. www.bicentenariodelasamericas.org.
[7] Ídem. Pg. 30-31.

martes, 6 de diciembre de 2016

Nunca quise ser madre

Ser madre en estos tiempos es difícil  y aún más si apuestas por criar a tus hijos en un ambiente de igualdad, lejos de los estereotipos y roles preconcebidos por un sistema machista y patriarcal, es una revolución y lucha cotidiana constante. Mi admiración para todas aquellas mujeres que apuestan por hacer niños libres, sin odios, ni miedos.

Pero yo no decidí ser madre, soy mujer heterosexual con pareja estable y ahora a mis 37 años lo puedo decir con más firmeza. Es más me divierte la reacción de las personas cuando les digo que no tengo hijos, ni pienso tenerlos. Algunos muestran cara de pena, otros creen que yo o mi pareja por un problema físico no podemos concebir, o en el colmo del machismo dicen que seguro mi pareja se opone y otros me dicen que no es tarde, aún puedo tener bebes. Y cuando les digo que es una decisión de dos, la gran mayoría no lo entiende y se van con la mirada perdida.

Hace algunos años, el hecho de no querer tener hijos, era una presión constante que venía de familiares, amigos, conocidos, extraños y hasta de compañeros activistas que me recordaban constantemente que me iba a arrepentir más adelante, que me perdería de la mejor etapa de ser mujer, que era egoísta, que me quedaría sola, que quién me atendería de viejita, que el bebe nos saldría bonito... incluso alguien me dijo que lo decepcioné y hasta me ofrecieron cuidarlo para que yo pueda seguir desarrollando mis actividades. Fue tanta la presión que llegué a pensar que podía estar errada, y si bien con mi pareja teníamos claro que no queríamos hijos, empecé a dudar, por lo que nos pusimos un plazo de unos años más para definirlo nuevamente.

Pero a pesar de la presión, tuve la suerte de tener también personas a mi lado que respetaron mi decisión, fueron pocas pero estuvieron allí. Sin embargo hay muchas mujeres que son formadas desde niñas en la escuela, en la casa, en la calle y en todo ámbito como futuras madres y se asume como algo natural e intrínseco a una mujer, no existe otra opción. Yo también lo pensé así cuando niña, adolescente y adulta, me sentía extraña de decir que no tenía la sensación de muchas otras mujeres contemporáneas a mí, que me decían que ya sentían la necesidad de tener un bebe.


Hace unos meses mientras me cortaba el cabello me puse a conversar con la chica que me atendía, ella me preguntó mi edad y al saber que tenía 37 años, me preguntó si tenía hijos. Al explicarle porque no quería tener hijos, ella me empezó a contar su historia. La de una joven de provincia que vino a Cusco por mejorar, ella casi llegando a los 30 con un enamorado que no estaba segura si quería vivir más delante con él y con un pequeño negocio que recién había emprendido y que aún no le daba una estabilidad económica; sin embargo estaba con una presión muy fuerte por todos los que la conocían para que se embarace, porque se le iba a pasar el tiempo; y ella realmente estaba pensando embarazarse de alguien que no estaba segura si lo quería, sin un sustento económico sólido y sin estarle claro si quiere tener hijos. Todo porque se educó desde niña en la escuela y en todos los ámbitos por los que pasó para tener hijos. Espero que el hecho de habernos encontrado y conversado, haya ayudado para que no decidan por ella y que conozca que hay mujeres que decidieron no tener hijos y sí son felices.

Qué distinto sería si las niñas crecieran sabiendo que no tienen roles ni identidades predefinidas que las hacen mujer, que pueden crecer libres y descubrir en sus procesos de crecimiento lo que realmente desean ser y hacer en sus vidas.  Qué distinto sería si los niños al igual que las niñas, crecieran no viendo siempre a las niñas como futuras madres sino como seres humanos con los que construirán conjuntamente un lugar mejor para todos. Y no puedo dejar de preguntarme ¿Cuántas mujeres han sido madres por presión social?

Por nuestro derecho a decidir, Sí a la igualdad de género en las escuelas y todos los ámbitos de nuestra vida. 

Claudia Palomino Valdivia

domingo, 23 de octubre de 2016

Anarquismo en el Perú actual


“Es ensuciándose en el lodo de la vida que se hacen las transformaciones revolucionarias”.
Luis Velazco Aragón (1929)[1]

El año 2008, los dirigentes de la FDTC de Cusco acusaron a los líderes del levantamiento de Canchis de ser “anarquistas”[2], el año 2013 en Cajamarca se acusó a los manifestantes más radicales de ser “anarquistas”, un dirigente del MAS declaró además que estaban vinculados al Movadef (el nuevo nombre de Sendero)[3]. La misma vinculación afirmó el jefe de la Región Policial de Arequipa el 2015, acusándolos de propiciar la campaña de linchamientos de ladrones que en realidad era promovida por el fujimorismo[4]. Estas declaraciones expresan la intención de criminalizar al anarquismo, vinculándolo con los rezagos de Sendero, aunque ambos sectores son completamente opuestos (Sendero es extremadamente autoritario).
Sucede que, como en otros países, las voces libertarias están multiplicándose y la represión pretende vincularlos a propuestas violentas y el recuerdo del “terrorismo”. Los grupos de poder buscan a quién echarle la culpa de los conflictos sociales. En una actitud racista y clasista piensan que los pobladores son ingenuos que se dejan manipular por agitadores, acusan a la izquierda, a los “comunistas”, los “chavistas”; y son algunos grupos de izquierda los que mencionan a los libertarios, como diciendo “no somos nosotros, sino ellos”. La vinculación con el Movadef también la manifestaron simpatizantes del FA en la pasada campaña, porque este grupo llamaba a votar viciado (aunque por razones distintas a los libertarios). Esta situación plantea varios retos para el anarquismo peruano.
Quizá un rasgo de la época sea esa necesidad de renovar la política, que ha generado reformismos diversos, en los que la izquierda se entrelaza con el ambientalismo y el indigenismo; pero también se presenta en el cuestionamiento a la modernidad misma, a sus derechas y a sus izquierdas. Entre los colectivos surgidos en el cambio de siglo, se combinaban ideales libertarios, marxistas y reformistas. Con el transcurrir de los años vemos que muchos de esos activistas en realidad usaron lo libertario sólo como decoración de su discurso, para diferenciarse de la vieja izquierda, pero terminaron apostando por la vía partidaria y electorera.

El nombre ausente

“Los anarquistas nunca triunfaremos en los niveles ordinarios de la vida política, pero nuestra presencia es indispensable para recordar que nuestra esencia es la libertad”.
Alberto Benavides[5]

Parece que la anarquía se da más desde la práctica que desde la idea, el activismo ha terminado ganándonos en todos estos años. Quizás un debate ideológico en un medio con una tradición tan señorial, patriarcal y jerarquista no nos ayude tanto como el compartir acciones, demostrar principios en la práctica, en las calles, rescatando a la vez esos valores ancestrales indígenas que coinciden con el anarquismo, pero por ser más antiguos se merecen más respeto.
Ha existido una dificultad de asumir definiciones. El temor a ser mal entendidos nos ha impulsado a no definirnos públicamente, antes que anarquistas nos llamamos libertarios, y las más de las veces permitimos que nos confundan con los izquierdistas. Llamarte socialista o izquierdista estaba estigmatizado a inicios de este siglo, ahora ya no tanto pero sigue remitiendo al siglo XX. Muchos izquierdistas del pasado terminaron de funcionarios gubernamentales o no gubernamentales (ongs), incluso algunos acabaron en partidos neoliberales. Y los libertarios somos vistos como parte de esa izquierda; la falta de definiciones ha jugado en nuestra contra.
Y es que las definiciones también generaron los divisionismos y aislacionismos de muchos grupos en el pasado. Los nombres, las ideologías, han contribuido en los debilitamientos de los anticapitalistas antes que a su fortalecimiento. Entonces no se trata de definirnos, de ponernos rótulos, pero sí de dejar en claro el rumbo de nuestras luchas, porque una cosa es querer llegar al poder (para hacer cambios) y otra querer construir alternativas a ese poder; una cosa es luchar contra la dominación de clase y otra hacerlo contra toda forma de dominación.
El término libertario ya no define nada hoy en día, desde que partidos como Tierra y Libertad o Perú Libertario, están usando este término para mostrarse como políticos “renovados”. Aunque tengamos nuestras críticas a eso de las denominaciones, hay que reconocer que la palabra anarquía mantiene la potencia destructora-constructora que nos impulsa. Por su significado (sin dominio, sin amos) se convierte en el término más adecuado para explicar lo que somos, lo que buscamos.

“En el lodo de la vida”

“Para cambiar el estado de las cosas importa abandonar el hábito de la autoridad y la vieja idea de la linealidad de la historia, para construir creativas y diversas líneas de fuga que establezcan espacios liberados en la vida cotidiana, redes de intercambio económico, cultural y de servicios que no sean secuestradas por las garras del capitalismo y el Estado”.
Desobediencia N° 7 (Lima, 2003)[6]

En ese panorama, el reto es cuestionar la ilusión electoral, pero proponiendo opciones autónomas y autogestionarias. Algo de eso se vio con la rebelión juvenil del pulpinazo, contribuye también la desilusión del gobierno humalista y los vaivenes de la izquierda electoral. Hemos visto a viejos dirigentes arrimándose a cualquier partido derechista; hemos visto cómo Ollanta traicionó su palabra, evidenciando que nada garantiza que los candidatos cumplan sus promesas; y cuando un dirigente popular resulta electo, y cumple las promesas electorales, como en el Valle del Tambo, el gobierno lo puede retirar del cargo con cualquier argumentación. Es decir que por más que logremos poner a uno de los nuestros en un cargo, lo pueden convencer o lo pueden retirar. El sistema está hecho como para que nunca ganemos.
Citar el reciente fraude electoral debiera bastar en este punto. Pero casi nadie denunció el fraudulento proceso, porque con fraude y todo permitió que la izquierda tenga una buena bancada luego de casi 30 años. Claro que en un par de meses volvió a dividirse.
Las experiencias autogestionarias son muy pocas en el país, lo que sí existe es una forma de organización y economía ancestral, que se considera vigente pero limitada al espacio rural-comunal. Esto es falso; el colectivismo, la reciprocidad y la economía redistributiva comunal son perfectamente aplicables en espacios urbanos, sólo que el sistema nos dice que es imposible. Nuestro desafío es integrar nuestros ideales con lo que parecen ser solo recuerdos, pero están ahí, como los anarquistas: “no se les ve sino cuando se les teme”[7].
Casi todos coinciden en que lo básico para cambiar nuestra sociedad es la educación. Y sí, necesitamos reeducarnos para enfrentar los valores injustos y alienados con los que nos vienen bombardeando; pero muchos lo dejan en algo declarativo, como si la educación siempre fuera competencia de profes, colegios y del ministerio. Aquí el reto es propiciar espacios de educación, información y aprendizaje colectivos, horizontales, anárquicos. Este es un campo importante de lucha, que se engrana con lo que ahora se denomina educación comunitaria, la capacidad de educar que tienen todos los sectores de la sociedad.

La rebelión femenina

“Las mujeres somos la mitad de la población … y no somos ni una minoría, ni un tema a tratar, ni un sector, ni un problema; las mujeres somos la mitad de todo”.
Julieta Paredes (La Paz, 2008)[8]

Una característica de estos tiempos es el potente despertar del feminismo. Si bien desde fines del siglo XIX hubo feministas célebres como Trinidad Enríquez, Clorinda Matto y Mercedes Cabello, y ya antes de los años 20 se organizaron las primeras organizaciones feministas (nombres como el de Miguelina Acosta no deben ser olvidados); todos sus esfuerzos fueron lentamente opacados por el clasismo marxista. El feminismo fue visto como algo exótico o complementario, incluso algunos lo tildaban de “pequeño burgués”.
En gran medida, el feminismo quedó reducido al trabajo de algunas ongs y la participación de mujeres rebeldes dentro de las organizaciones. La presencia libertaria de los últimos años ha ayudado a desplegar el ideal feminista. En la masiva movilización nacional “Ni una menos”, expresando el rechazo a la violencia contra las mujeres y el feminicidio crecientes en nuestra sociedad, se oyó también el cuestionamiento a la raíz de esa violencia: el machismo y el patriarcado, que generan múltiples formas de violencia contra las mujeres.
Como en los grandes movimientos mundiales de estos tiempos, el feminismo es clave. Aunque en estos espacios participan partidistas, reformistas, desarrollistas y demás; la forma horizontal y diversificada de organizarse es un buen síntoma. Al ser un espacio con participación mayormente femenina, se ven reducidas viejas taras como debates excesivos y teoréticos, propios de una cultura patriarcal.
Aquí será importante tomar en cuenta la propuesta del Feminismo Comunitario desarrollada en Bolivia, que cuestiona al patriarcado pero también al colonialismo de Occidente.

Los “rojos”, compañeros y rivales

“Los libertarios deben recordar que el Socialismo, en cualquiera de sus múltiples formas, es opresor y reglamentario, diferenciándose mucho de la Anarquía”.
Manuel González Prada[9]

Con la caída de los gobiernos comunistas, muchos piensan que el marxismo ya fue derrotado. Se equivocan. La historia nos enseña que las ideologías no se derrotan políticamente, que un fracaso puede impulsarlas a renovarse y lanzarse con fuerza años después, como sucedió con el cristianismo después de las persecuciones. Por eso, considero que el trabajo de Agustín Candía[10] debe continuar de alguna forma, debemos denunciar lo que el marxismo busca en el fondo: remplazar este sistema de dominación por otro sistema de dominación.
Esto implica una actitud que no caiga en el rechazo pero tampoco en el consentimiento. Recoger sus aportes teóricos y prácticos, reivindicar sus luchas en nuestros pueblos, pero rechazar su visión mesiánica y sus justificaciones de lo jerárquico. Algunos grupos marxistas son compañeros en la lucha, pero los dogmas de su ideología pueden hacerlos repetir la historia, e instrumentalizar el movimiento popular como ya pasó en el siglo pasado. Su jerarquización de las luchas y priorización de la lucha de clases, los lleva a despreciar el feminismo, el indigenismo o el ecologismo.
Es interesante entender por qué el marxismo vuelve a tener acogida en sectores juveniles (principalmente universitarios), lo que se explica por un sistema educativo autoritario, que nos forma para ser subalternos de alguien. Entonces la necesidad de que alguien nos libere, es fácilmente llenada por una ideología autoritaria, sea una religión o el marxismo, que tiene mucho de religioso en este aspecto[11]. Es complicado decirle a la gente que piense y actúe autónomamente cuando culturalmente están programados para lo contrario, entonces no se trata de palabras sino de hechos, mostrar la posibilidad de la autonomía en experiencias prácticas, por más chiquitas que sean.

Gestión y autogestión: hanan y urin

“Es necesario ser agentes de cambio, pero no desde los recalcitrantes sectores que han ayudado al aniquilamiento de los movimientos sociales en el país, es necesario organizarnos desde abajo, usando como principios la horizontalidad y el apoyo mutuo”.
Lucía Prada (2016)[12]

El gran debate de estos tiempos es cómo cambiar la situación del país, entendiendo que ese cambio es tan grande y abarca tanto territorio, que parece imposible sin participar en espacios de gestión del Estado. Bueno, los zapatistas nos muestran cómo se puede construir otro tipo de relaciones de poder, otra sociedad, paralela a la sociedad dominante. El tema de la autogestión es importantísimo, pero a veces lo confundimos con autofinanciamiento. Entendamos que autogestionar es mucho más que conseguir fondos para nuestras actividades, se trata de lograr manejar acciones, organizaciones y territorios, desde adentro y sin depender de nadie para su funcionamiento.
Esto no implica negarse a diversos niveles de colaboración con otros espacios, pero sí controlarlos nosotros. Que las decisiones sean por acuerdo interno, aplicando los principios de horizontalidad, autonomía, federativismo. El reto es llevar la autogestión más allá de núcleos pequeños y acciones esporádicas, hacerla visible en los diversos niveles de organización con los que interactuemos.
No basta criticar a los partidos, porque el verticalismo y el desarrollismo están insertados en todo tipo de organizaciones. Los sindicatos refuerzan ese verticalismo, convirtiéndose en dependientes de las cúpulas de las federaciones sindicales. Tenemos el desafío de reorientar las organizaciones en un sentido horizontal, comenzando por las nuestras propias y por las más cercanas. Las revoluciones comienzan en las bases, no en las dirigencias.
Aquí me viene a la cabeza un pensamiento andino hoy en desuso, la dualidad hanan y urin. Estas divisiones eran comunes en el mundo prehispánico, hanan (lo de arriba) era lo actual, lo político, lo visible; urin (lo de abajo) era lo antiguo, lo social, lo privado. Podríamos tomar esta idea para evitar ser aplastados por la “unidad”, y a la vez evitar el conflicto y la contradicción con grupos partidistas. Que la lucha sea paralela, los que apuestan por el poder que lo hagan, serán los “hanan”, los de la lucha política; los que apostamos por la autonomía seríamos los “urin”, los de la lucha cotidiana.
Esta idea puede ayudarnos a marchar juntos cuando sea necesario, pero hacerlo separados en otros momentos, y también a evitar que lo político termine imponiéndose a lo social, como ha sucedido tantas veces. Recordemos que en el pasado, en algún momento lo urin y lo hanan podían trastocar su importancia.

Roberto Ojeda Escalante



[1] “Ideario Andino”, en Kuntur N° 2, enero de 1929.
[2] Las mismas acusaciones lanzaron dirigentes de la FDCC (filial de la CCP) a la FARTAC (gremio campesino de origen velasquista) en setiembre de 2016, en Cusco.
[3] La República, 12 de setiembre de 2013, declaraciones de Segundo Matta Coluncha, dirigente del Movimiento al Socialismo (MAS), partido liderado por Gregorio Santos.
[4] Declaraciones en diario El Pueblo de Arequipa, 31 de agosto de 2015.
[5] Citado en La lira rebelde libertaria…
[6] Editorial del periódico Desobediencia, N° 7, Lima, diciembre 2003.
[7] Frase de la canción “Los anarquistas” del francés Leo Ferré (1969).
[8] Hilando fino desde el feminismo comunitario. Edición virtual. La Paz.
[9] Anarquía. Lima, Anarcrítica y Colmena editores, 2016, pp 79.
[10] Ver “un Quijote ácrata”, en el artículo Libertarios en el corazón de los andes.
[11] Existen varios autores que han analizado el aspecto religioso del marxismo.
[12] Anarquistas frente a las elecciones del 2016 en el Perú. Renso Forero (compilador), Lima, anarcrítica, edición virtual, pp 46-47.

domingo, 16 de octubre de 2016

Buscando aliados; los movimientos sociales y sus múltiples orientaciones

“Si observamos la distribución de las organizaciones por oficio y por industria, según su tendencia política, [...] podemos constatar que indistintamente, artesanos y obreros manufactureros se inclinan mayoritariamente primero por una y luego por otra alternativa política.”
Piedad Pareja (1978)[1]


Cuando se revisa la historia de los movimientos anticapitalistas en el Perú, pareciera que se tratase de etapas bien marcadas: liberalismo, anarquismo, aprismo, marxismo etc. Pero cabe hacerse la pregunta de por qué los movimientos sociales cambian de ideología en determinados momentos. Unos intentan hallar la explicación en la mayor o menor fuerza de los difusores de estas ideas, otros al debilitamiento de las ideologías en el contexto político, algunos apelan incluso a un evolucionismo histórico hoy ya en desuso.
Para comprender esto es necesario oír las voces de los movimientos mismos, qué es lo que buscaban las organizaciones sociales al emprender sus luchas y por qué se adherían a tal o cual ideología. Esto podría complejizarse al constatar la diversidad de los sectores involucrados en las protestas, las diferencias de clases, regiones, etnias y géneros; pero se puede hallar puntos en común que nos ayuden a entender sus procesos locales en un contexto macro.

Varias formas de luchar

“Los que se llaman la nación peruana no adivinan cuánto sufre el indio campesino, y este indio no adivina que su sufrimiento individual importa la lenta sangría y la muerte de la nación a que pertenece”.
Dora Mayer (1912)[2]

Todo grupo humano que se siente oprimido o cree soportar una injusticia, sabe que tiene varias formas de enfrentar este problema. Para los movimientos sociales existen cuatro formas de luchar. La primera es la vía legal, utilizar los mecanismos que da el sistema para reclamar y hacer respetar sus derechos. Presentar memoriales, alegatos, documentos diversos; buscar entrevistas con las autoridades, mesas de diálogo, apoyo de instituciones como las iglesias, ongs u otras; promover la creación de algunas leyes o decretos. Pero esta modalidad se da en la medida que existen esos mecanismos y esos aliados con los que se puede contar, no está desconectada de las otras formas y en temporadas de fuerte represión, el uso de lo legal es una herramienta muy útil para contener algo de esa represión[3].
Otra modalidad es la presión social. Esta se da en tanto una idea o un reclamo, se vuelve masivo e involucra al menos a la mayor parte de la comunidad local. La huelga, la movilización, el bloqueo o cierre de vías, la toma de tierras, el boicot a un evento o a una empresa, son sus muchas maneras de expresarse. Lo que se busca con este tipo de acciones es que el enemigo -sea el Estado o una empresa- se vea forzado a atender los reclamos, negociar, y dependiendo de la fuerza de la protesta, puede llegar a imponer la decisión de la población que está protestando.
Una tercera y más radical modalidad es la rebelión. Sorprenderá saber la cantidad de veces que ha sido usada esta forma, hoy considerada como algo terrible por el trauma de la guerra interna de fines del siglo XX. Montoneras, guerrillas, atentados, linchamientos, han habido bastantes en nuestra historia. En el siglo XVIII hasta se volvió común que los pueblos ejecutaran a los corregidores abusivos, en menor escala sucedió lo mismo con algunos hacendados o caporales en el siglo XX. Estas acciones tienen un objetivo claro, el cambio de alguna autoridad o sistema de gobierno, sea local o nacional, incluso dentro de una hacienda o fábrica. Consisten en responderle a la dominación con la misma violencia que ellos actúan, muchas veces como un acto de venganza.
Pero hay otra forma no muy visible, que recurre a la autonomía. En la medida que un movimiento social logra ciertos objetivos, se puede abocar a modificar el modo de vida local, de forma autónoma, al margen de la política externa. Esta modalidad también es recurrente en momentos en que no se puede usar las dos anteriores, por falta de fuerza o políticas represivas fuertes, entonces mientras se gestiona legalmente algunos derechos, se van construyendo otros de forma marginal. Como ejemplos tenemos los palenques, la auto educación sindical, las cooperativas.
En cualquiera de las modalidades empleadas, el movimiento necesita aliados. Ya sean abogados para tramitar sus reclamos, medios que difundan su problemática, políticos que asuman sus reclamos. Pero los principales aliados de un movimiento social son organizaciones similares, con las que puedan coordinar o cooperar en la lucha. Esto es lo que genera la formación de organizaciones amplias, como las federaciones o frentes de defensa, y para esto muchas veces influye el liderazgo de algunas personas. Entre los aliados de un movimiento están las ideologías que puedan justificar su lucha, pues estas ayudan a obtener solidaridad casi inmediata de otros sectores de la sociedad.  

De la revuelta a la huelga

“Pero para que esas huelgas tengan todo el éxito posible es necesario organización, abandono de añejas doctrinas y acumulación de fondos para el auxilio de los huelguistas”.
Manuel Caracciolo Lévano (1906)[4]

A fines del siglo XIX, las formas violentas de protesta eran comunes. Las rebeliones de Huaylas y Huanta son un ejemplo, posteriormente y con la revolución liberal de Nicolás Piérola, las montoneras se convierten en un recurso común para muchos políticos. Tomar las armas era legítimo, en tanto no se pretenda ir contra la legalidad existente. Estas acciones se justificaban con argumentos legalistas como la existencia de un tirano, ya fuera local o nacional.
En ese periodo, los sectores populares encuentran otra forma de lucha: la huelga. La presión social que ejercía esta medida podía doblegar al patrón y hacer obtener triunfos a los trabajadores. Para eso, era necesario contar con el apoyo de amplios sectores de la población, así, los artesanos organizados recurrieron a las ideologías radicales del momento, varios dirigentes trabaron amistad con los masones, pero luego descubrieron que el anarquismo brindaba más oportunidades para su lucha, porque los incluía. Fue así que muchos obreros y artesanos se anarquizan y dotan a sus reclamos de un conjunto de argumentaciones sólidas. Los obreros anarcosindicalistas se vuelven los principales difusores de esta corriente ideológica.
Eran tiempos de penetración capitalista-industrial, el país que había estado fragmentado se unificaba gracias a las nuevas tecnologías y las demandas de los nuevos mercados. Las élites locales resistieron este proceso y por eso en ellos, se difunden también ideas antisistémicas, el liberalismo, la masonería y el anarquismo son combinados por los círculos intelectuales urbanos. En sí, la llegada de la modernidad industrial fue resistida de muchas formas. En 1896 los tabacaleros protestan por el desempleo y destruyen las nuevas máquinas que generaban esa desocupación[5], tal como habían hecho los ludditas a inicios de la revolución industrial en Inglaterra.
El anarquismo fue asumido por obreros, trabajadores, apoyados por intelectuales y periodistas que también se convirtieron en libertarios. La huelga fue el recurso más utilizado, y a la par los sindicatos organizaban bibliotecas, centros de estudios y grupos artísticos, intentando transformar la sociedad desde sus bases. Aquí es importante anotar que el feminismo se insertó en esos términos, más allá de las reivindicaciones legales y políticas por los derechos de las mujeres, los centros femeninos surgidos en el seno de los sindicatos buscaban cambiar la relación varón-mujer en las bases.
Y en el campo, a la par de los recursos legales se suscitaban rebeliones armadas como la de Rumimaki (1915). Los indígenas encontraron aliados en los intelectuales indigenistas y las organizaciones anarquistas, puesto que los liberales tenían una orientación racista. El indigenismo difundió los reclamos indígenas y estos le dotaron de un rostro a la cultura nacional que se estaba construyendo. Los anarquistas dieron apoyo teórico y práctico a las luchas y líderes indígenas, el Inca Miguel Quispe y Ezequiel Urviola son los personajes representativos de ese encuentro. En los años 20, mientras estallan rebeliones en muchos pueblos andinos, los líderes recorren amplias zonas canalizando los reclamos por la vía legal y articulando sus pueblos con las organizaciones anarcosindicales. En la hacienda Lauramarca (Cusco) se da una huelga agraria en 1922[6].

Del sindicato al partido

“Nuestro deber es cuidar la tarea principal haciendo del sindicalismo el único derrotero de todas nuestras aspiraciones, porque en la época moderna en que vivimos el Sindicalismo es el arma más poderosa con que cuentan los trabajadores”.
Federación de Obreros Panaderos “Estrella del Perú” (1963)[7]

Los años 20 son conocidos por sus debates intelectuales y políticos: la polémica del indigenismo, la disputa entre anarquismo y socialismo, la polémica Haya-Mariátegui. Pero mientras en los sectores letrados del país se insertaban estas discusiones, en las bases populares sucedían las suyas propias. Las exitosas luchas sindicales de 1918-1924 consagraron al sindicato como la organización más adecuada y al anarquismo como la ideología precisa, pero esto cambia bruscamente los años siguientes.
Normalmente se interpreta esta situación como consecuencia de la represión que debilitó las organizaciones, o bien porque la ideología anarquista no había penetrado en las bases mismas, y algunos marxistas la interpretaban como un producto de la evolución histórica (concepto por demás anti histórico).  Lo primero puede explicar el abandono de un tipo de organización pero no de una ideología, curiosamente los sindicatos se siguen rearmando pero lo que cambia en los años 30 es su orientación ideológica, pasando del anarquismo al socialismo.
La segunda explicación tampoco tiene fundamento, puesto que el anarquismo sí había penetrado bastante, surgiendo obreros que ellos mismos escribían, publicaban y conferenciaban, fenómeno que no ha vuelto a repetirse. Donde sí podría aplicarse esto es en el vasto campo indígena, pues allí sólo algunos tenían el contacto con indigenistas y anarcosindicalistas. Es necesario ver que las medidas legales que toma el gobierno de Leguía fueron trascendentes, el reconocimiento legal de las comunidades les facilita otra modalidad de lucha. Siendo su principal enemigo el hacendado, el reconocimiento de su territorio por el Estado les brindó un argumento legal muy poderoso, por eso las revueltas cesan casi tan pronto como fue emitido este decreto (1926). Las comunidades se orientan a lograr ese reconocimiento y ya no necesitan aliados para las revueltas.
Los que varían su orientación ideológica son más bien los intelectuales y estudiantes, influenciados por las corrientes de moda en el mundo (la revolución rusa, las vanguardias), ven la necesidad de unificarse y la imagen de un partido fuerte y radical se vuelve el nuevo paradigma. Hay que entender que para la clase media, la modernización del país es un reto y el marxismo les ofrece hacerlo de una forma diferente al de la burguesía, es decir, les permite diferenciarse pero compartiendo el paradigma modernizante. El anarquismo les brindaba lo primero pero era menos útil en lo segundo.
Las décadas de gobiernos militares y represiones que siguen, ponen a los sectores populares en la búsqueda de aliados fuertes, no bastan los ideales románticos libertarios, los partidos (Apra o PC) garantizan mayor posibilidad de contención a la represión. Por eso los sindicatos pasan de la FOL (anarquista) a la CGTP (marxista) sin tantos reparos, luego a la CTP (aprista) y nuevamente a la CGTP. Y si bien el partido se convierte en el paradigma organizativo, crece un nuevo sindicalismo. Los partidos lo ven como herramienta de apoyo al partido, los sindicalizados ven más bien al partido como herramienta política del gremio[8].
Las guerrillas de los años 60 reflejan estas contradicciones. El grupo de Jauja, Javier Heraud (1963) y el MIR (1965) son derrotados prácticamente aislados, sin mucho apoyo popular. Por el contrario, el “tierra o muerte” de Hugo Blanco había despertado un gran apoyo en La Convención. Mientras las guerrillas estaban conformadas mayormente por universitarios altamente ideologizados, los sindicatos que lucharon junto a Blanco (1961) estaban integrados por campesinos que querían acabar con los abusos gamonales y conseguir tierras. Al final de esa década la reforma agraria era efectiva en La Convención y a la vez era una demanda nacional, mientras las guerrillas habían fortalecido la mística de los partidos de izquierda (ahora bastante divididos), pero no mostraban la lucha armada como método exitoso.

Del Estado a la Sociedad Civil

“Cabe destacar que siglos de hegemonía del pragmatismo capitalista no han podido reducir las relaciones interpersonales y, en general, las múltiples dimensiones de la vida al frío cálculo “racional” de costos y beneficios”.
Colectivo Amauta (1998)[9]

En 1968, las tomas de tierras y las huelgas doblegaron al Estado, los propios militares se hicieron del poder para implementar las reformas reclamadas y así contener ese desborde popular. La presión social resultó más efectiva que la lucha armada y el sindicato más útil que el partido, fue entonces que el héroe popular provino del propio Estado: el general Juan Velasco Alvarado lideró un proceso de cambio que fortaleció el Estado. La izquierda y el Apra definieron sus agendas en relación a este. Finalmente, fueron nuevamente la huelga y el sindicato quienes se tumbaron a la segunda fase de la dictadura, de tendencia más derechista.
La mayor parte de la izquierda apostó por la democracia, el grupo maoísta Sendero Luminoso (SL) quedó solitario en su llamado a la “guerra popular”, y así, solo, se lanzó a una guerra despiadada (1980). El movimiento campesino se había transformado con la reforma agraria, viviendo un resurgir de las comunidades, pero con un debilitamiento de la identidad y sus valores culturales. SL quiso imponerles una guerra que terminó siendo ajena a la tradición andina, muchas comunidades decidieron apoyar al ejército, a pesar de que este también cometía barbaridades y masacres. En Puno, la CCP impulsó tomas de tierras enfrentándose a la vez a SL y al ejército.
El MRTA reactivó la orientación guerrillera nuevamente sin mayor apoyo, y terminó arrastrado a la guerra salvaje que había desatado SL. El Apra llegó al gobierno y la izquierda fue la segunda fuerza, en un momento de crisis muy grande. Los espacios estudiantiles, culturales e intelectuales fueron los que más presencia marxista tuvieron esas décadas. Los sindicatos estaban bajo su control autoritario y tal vez por eso, cuando se cayó el bloque comunista mundial, aquí los sindicatos y partidos se vaciaron de gente.
Los diversos sectores populares buscaron nuevos aliados. Paradójicamente el populismo de la dictadura fujimorista calmó muchos reclamos con asistencialismo, esto encajó muy bien con los sectores emergentes de migrantes que buscaban insertarse a la vida urbana. El régimen de los noventas supo aplicar represión sólo a sus enemigos políticos, acusándolos además de estar vinculados con SL. La población, bastante desorganizada, ya no recurrió a partidos y centrales sindicales por temor a la represión, y porque ya no resultaban buenos aliados en el nuevo contexto.
Entonces crecieron las Organizaciones No Gubernamentales (ONG), entidades que fomentan proyectos de desarrollo social, financiadas desde los países ricos, no se rigen por una ideología, aunque sus integrantes venían de formación izquierdista[10]. El vínculo de las ongs con los movimientos indígenas, campesinos, ambientalistas y femeninos es evidente en los últimos 20 años. Actualmente, las luchas territoriales y por derechos de distintas poblaciones recurren a la vía legal o a la presión social con apoyo de ongs de derechos humanos, ecologistas, indigenistas o post extractivistas. Incluso el feminismo estuvo recluido en las ongs esas décadas.
Las poblaciones exigen apoyo estatal, principalmente municipal, y apoyo de ongs en temas económicos y sociales. Los movimientos sociales ven otro aliado en los colectivos anticapitalistas, cuyo apoyo es útil en la difusión de sus demandas, pero no así para lograr triunfos concretos, donde pesan más los apoyos legales. 

Comparando vanguardias

“Hoy saben los jóvenes contestatarios que los viejos errores ya no se combaten con nuevas mentiras, como antes”.
Américo del Campo (2007)[11]

Hoy, el panorama es bastante complejo, pues no hay una ideología antisistema con gran presencia, el neoliberalismo sigue campante gracias a esta ausencia. Los izquierdistas quedan hoy como los masones de hace un siglo, con un pasado de lucha pero un presente insertado en el sistema. Grupos marxistas radicales sueñan con aplicar su teoría sin tomar en cuenta las lecciones de la historia, el anarquismo contracultural no se siente con capacidad de proyección, el ecologismo y el indigenismo asumen luchas concretas pero no elaboran discursos antisistémicos, en muchos casos por su cercanía a las ongs.
Mientras tanto, los movimientos sociales siguen brotando por todas partes, porque hay injusticias que contener y desafíos que superar (crisis ambiental, problema alimentario). Estos movimientos son impulsados por sectores populares, pero que tienen contacto con el mundo urbano y profesional, en mucha mayor medida que hace 100 o 50 años. También utilizan las herramientas tecnológicas modernas, pero la mayoría reivindica los valores ancestrales y la ecología como banderas, en parte porque esto les permite atraer apoyo masivo, pero también porque ambos aspectos están presentes en su realidad cotidiana. Son las herramientas más cercanas para enfrentar las nuevas agresiones[12].
La izquierda o los anticapitalistas urbanos, mayormente universitarios, guardan similitudes con los de hace 100 años. En aquel entonces, las vanguardias literarias se convirtieron en el centro de la innovación del pensamiento tanto como en estos tiempos lo han sido las vanguardias contraculturales. Ambas apostaron por enfrentar el arte oficial adoptando corrientes que venían del norte con una carga antisistémica, se organizaron en torno a artistas (las revistas Colónida, Amauta, Titikaka[13]; como ahora la movida punk y hiphop), finalmente, ambas se recrearon con los elementos indígenas andinos (el indigenismo artístico[14] de antes; el folk rock actual o el hip hop en quechua).
Entre ambos momentos hay uno diferente. Hace 50 años la vanguardia había sido desplazada por el realismo social, el arte abandonaba su experimentación vanguardista y prevalecía su utilidad social y concientizadora, a la vez que se convertía en un complemento del partido y la ideología socialista, en sus múltiples variantes. Los intelectuales debatían el cómo aplicar esa ideología en el país. Colónida y el indigenismo habían sido desplazados por Arguedas[15] y el arte social, por citar sólo los íconos más representativos.
Desde los noventas, artistas e intelectuales contestatarios recurren a la contracultura y el arte popular, desafiando y despreciando al realismo social, utilizando medios audiovisules y el internet como herramientas comunicativas[16]. Se ha reinterpretado los viejos íconos, especialmente Arguedas y Mariátegui, se está redescubriendo a los personajes olvidados como Gonzales Prada y Ezequiel Urviola, las formas de protesta están en constante innovación. Y el debate entre libertarios y socialistas se vuelve a activar. Es como si hubiéramos dado una vuelta cíclica en nuestra historia[17], y ahora, con todo lo vivido, el reto es no repetir la historia.

Roberto Ojeda Escalante



[1] Anarquismo y anarcosindicalismo en el Perú. México, Tierra y Libertad.
[2] El estado de la causa, en El Deber Pro Indígena N° 1, Lima. Mayer era dirigente de la Asociación Pro Indígena.
[3] Fue una estrategia ampliamente usada después de la derrota de Tupac Amaru por ejemplo.
[4] Anarquismo y anarcosindicalismo en el Perú. Ob cit. pp 76.
[5] El movimiento obrero anarquista. Ob cit.
[6] José Tamayo Herrera. Historia General del Qosqo, Cusco, 1992.
[7] Tomado de: La lira rebelde libertaria, breve recopilación de poesía reciente de libertarios (región peruana). Marlet Ríos.
[8] La historiografía marxista desdeña estos temas, algo se puede encontrar en José Luis Rénique, Incendiar la pradera, Lima, 2015. Y en Hugo Blanco, Nosotros los indios, Cusco, 2003.
[9] Cuaderno de debate N° 1, Lima, 1998, pp 27.
[10] El paso de militantes a asalariados de ongs, fue criticado por James Petras en La metamorfosis de los intelectuales en América Latina, La Paz, 1990.
[11] Renovada mentalidad y actitud antiimperialista. En el Antoniano N° 114, Cusco, UNSAAC, pp 183.
[12] Sobre movimientos sociales son interesantes los trabajos de Raúl Zibechi.
[13] Yazmín López Lenci. El laboratorio de la vanguardia cultural en el Perú.
[14] No sólo la literatura, donde los puneños tuvieron gran influencia; sino en la música clásica-andina o la pintura moderna-indigenista.
[15] José María Arguedas es el más importante escritor andino del siglo XX, su arte fue calificado como neo-indigenista, diferenciándolo del indigenismo vanguardista anterior.
[16] La Guerrilla Audiovisual, Tomate, son ejemplos, pero también el largo trabajo de la Red de Microcines del grupo Chaski.
[17] La historia cíclica es una idea de muchos pueblos indígenas. En contra posición a la historia lineal y teleológica que aún es el paradigma en buena parte de la academia.