martes, 20 de abril de 2021

La encrucijada económica

Roberto Ojeda Escalante

Largas colas buscando un poco de oxígeno, los precios de balones de gas se han multiplicado, ni que decir de aparatos como los concentradores de oxígeno, las clínicas privadas cobran en varios miles para atender pacientes Covid. Las muertes y contagios continúan cercándonos. Es el resultado de haber dejado la economía en manos del libre mercado.

Para comprender cabalmente la economía actual, hay que dejar de leer a los publicistas del sistema que pululan por los medios y universidades, basta mirar los trabajos de los economistas ecologistas para entender el origen de las actuales crisis que atraviesa el planeta, pandemia incluida. Eso de leer cifras macroeconómicas resulta hoy demasiado arcaico, se debe incluir en la ecuación el bienestar de las personas, la salud, la ecología, el nivel de desarrollo intelectual y emocional de la persona. Sopesando todos estos aspectos, vemos que el actual modelo económico es un completo fracaso.

El libre mercado funciona en base a las leyes de la oferta y la demanda, priorizando la rentabilidad como valor supremo. Donde muchos vemos una desgracia, el libre mercado te hace ver una oportunidad, quizás la única en mucho tiempo, y te impulsa a no desperdiciarla, aunque asumirla produzca varias muertes, familias destrozadas y penas por montones. Por eso las empresas de la salud están lucrando con nuestras penas este tiempo, y no sólo ellos, también la corrupción se mueve con las leyes del libre mercado.

Hay quienes dirán que no es el sistema en sí, sino el accionar de las personas. Que una persona con serios valores sabrá distinguir entre una oportunidad de enriquecerse y una emergencia, que no está mal el sistema sino la gente. Este pensamiento peca de inocencia cínica, la prueba está en que no se da  el caso de empresas que prioricen la emergencia por sobre sus intereses. Sucede que al haber colocado toda la economía en manos del libre mercado, también la política, la educación y la cultura se rigen por el mismo. Entonces, ya no se fomentan valores solidarios porque no son rentables. Nadie fomenta la solidaridad porque nadie ganaría de ella, es mejor fomentar el consumismo. Para un ejemplo más concreto, si fomentas una buena alimentación, tienes sujetos sanos y fuertes, es poco lucrativo tener personas así, pues consumirán menos que alguien debilitado y enfermizo. Y es que los valores funcionan precisamente para regular los descontroles que pueden generar las dinámicas económicas.

Pongamos otro caso, ¿por qué la gente prefiere televisión basura antes que productos culturales de mayor riqueza en contenidos?, por la misma razón que prefieren consumir alcohol, porque el ser humano puede caer fácilmente en el fango de sus propios instintos desbordados. Todas las sociedades procuran regular esto socialmente, para incentivar el gusto por mejores ideales en sus ciudadanos. Aun así, poco es lo que la mayoría había logrado al respecto, pero al menos lo suficiente como para que sus sociedades fueran viables (generalmente priorizando ciertos valores por sobre otros). Pero el neoliberalismo puso todo en manos del libre mercado y entonces no hubo quien regule nada. La industria del entretenimiento invierte lo menos posible porque esa es la manera de hacer tu producto más rentable, entonces se abandona el estudio, la investigación, la elaboración complicada de productos artísticos de calidad. Se produce espectáculos con la misma lógica que se produce alcohol, justificando que es el consumidor quien exige ese tipo de productos. A esto se suma la publicidad, que siguiendo las reglas del libre mercado, se desarrolla en función de vender el producto, aun cuando tenga que recurrir a la mentira o la verdad a medias.

Por todo ello, para que una sociedad sea un poco más humanamente viable, las instituciones deben cumplir un rol regulador y fiscalizador, que controle al menos los excesos. Sin embargo, no se trata de volver al estado total, que sólo derivó en totalitarismos. Los marxistas solían justificarse con la misma cantaleta de que no falló el modelo, sino las personas, pero ya sabemos que este aforismo es falso. La experiencia histórica demuestra que ni el Estado ni el Mercado pueden controlar la vida, pues derivan en dictaduras extremas o el capitalismo salvaje que ahora padecemos.

No nos preocupemos pues sí hay alternativa. Se denomina autogestión a la capacidad de un colectivo humano para controlar su propia economía, esto es, desde el proceso de producción hasta la obtención de la retribución por su trabajo. Aplicando principios libertarios como la horizontalidad y la rotatividad, y valores como el apoyo mutuo, es como funcionan muchos emprendimientos alternativos por todo el planeta. No voy a mencionar los ejemplos conocidos pues basta decir que esto se da desde proyectos familiares hasta fábricas bajo control obrero. Es más, en parte de nuestras relaciones cotidianas aplicamos autogestión, ya sea en nuestras actividades o colaborando -voluntaria o involuntariamente- con otras personas que sí lo hacen.

Para que la autogestión pueda seguir desarrollándose, necesitamos que el sistema político nos permita ciertas libertades básicas. Es cierto que muchas experiencias le sacan la vuelta al sistema actuando con cierta clandestinidad y/o marginalidad (a veces ilegalidad), pero tener condiciones más favorables ayudaría a que nos desarrollemos con menos angustia ante la represión directa o solapada. Es cuando dirigimos nuestra mirada a las instituciones, para que ciertas leyes o normas nos quiten algunos pesos de encima, es cuando vemos en un cambio constitucional una oportunidad. Que regulen el mercado porque está demostrado que no puede regularse solo, lo demás lo haremos nosotros en el día a día y con la gente más cercana, pero sin tener que competir en desventaja con las reglas de un sistema que todo lo corrompe.