miércoles, 20 de febrero de 2019

No discrimino pero me siento superior

Fotograma de la película Roma 

Hace unos días, ante la circulación de un post racista en el que una señora se quejaba de las nanas que usaban el espacio destinado para socios de un club del que ella era parte, se empezaron a dar diversos comentarios que condenaban la discriminación hacia las trabajadoras del hogar. Esto no debería tener nada de malo hasta que me pareció entender que varios de las y los que defendían a estas trabajadoras, las veían en situación de vulnerabilidad y las asumían como personas con casi nada de cultura, ni conocimiento y muy bajo nivel educativo; situaciones que las llevaban a aceptar esos trabajos “no tan dignos”, pero luego gracias al apoyo de la buena familia que las acogía habían salido como mejores personas, emprendedoras y más educadas. Parecía una posición de ser salvadores y hasta de seres superiores, quizás por contar con una mejor situación  económica, tener estudios superiores, ser de un contexto más occidental; pero sobre todo se asumía que la otra persona no traía nada de sabiduría y uno debía “educarla y civilizarla”.
Si bien la persona que llega a trabajar a una casa, puede estar en una menor condición económica, eso no quita que esta misma persona pueda tener saberes y conocimientos muy valiosos que no los enseñan ni siquiera en la mejor maestría del mundo y que deberíamos voltear a escuchar y aprender de ellos. El haber tenido la oportunidad de estudiar primaria, secundaria y luego otros estudios superiores no necesariamente nos hace más sabias o sabios que otras personas. Cuando pensamos así, es porque nos seguimos manejamos dentro de los criterios y prejuicios que nos dicta el sistema, por el que nuestro valor depende de qué tan “instruidos somos y cómo nos desenvolvemos económicamente” e invalidamos todos la educación comunitaria o popular que podemos recibir generacionalmente, en nuestros diversos contextos locales o como parte de nuestra propia experiencia de vida.
Recuerdo una vez que visité a mi familia, y mientras tomábamos lonche, mi mamá hizo un comentario respecto a un mal que le venía frecuente y la señora que trabajaba en casa simplemente dijo: “Mucho cálido está tomando”. Mi mamá no entendió el comentario, pero yo le seguí preguntando al respecto y era cierto, mi mamá estaba tomando muchas cosas cálidas y su mal era respuesta a ello. La señora ya se había percatado días y hasta semanas antes de ello, porque ella había aprendido de sus generaciones anteriores el cómo combinar alimentos pero cuando ella llegaba a trabajar a una casa, olvidaba toda esa sabiduría para adaptarse a la que le indiquen los dueños de casa por más que esté errada. Ella sólo obedece y deja en el rincón todo el saber que puede traer.
¿Cuántas de esas personas trabajadoras o trabajadores del hogar sean las que cuidan niños, cocinan, arreglan el jardín, limpian la casa, etc; pueden traer con ellos o ellas un vasto conocimiento que lo dejan de lado para adaptarse a los conocimientos de las personas que las contratan  porque se “supone” son los más válidos?
Además estamos afirmando que los trabajos de cuidado en casa son menos dignos o menos importantes que otros. ¿Por qué un trabajo que busca convencer a personas de comprar objetos o adquirir un servicio no indispensable,  para que finalmente las y los dueños se enriquezcan más; va a valer más que el trabajo de la persona que determina nuestra alimentación, y el cuidado de nuestros y nuestras hijas, sabiendo que de ello depende cómo nuestra familia se desarrolle posteriormente?.  Y ahora preguntemos: ¿Por qué le damos tan poca importancia a las tareas de los cuidados?, cuando justo de esas acciones depende el bienestar de nuestra familia. Esas son tareas que deberíamos desempeñar todos por igual, y aprenderlas desde la casa y la escuela como parte de nuestro proceso de crecimiento personal y social. Y ya en caso de ser adultos y no podamos asumirlas por alguna razón, pues la persona que llegue a casa para trabajar es sumamente importante y valiosa porque de ella depende cómo vivamos todos los miembros de una familia.
¿Cuántas de las tareas que desempeñan esas personas que trabajan en casa son las que nos hacen “vivir bien” en nuestro espacio familiar? ¿Y cuántas de las tareas que podemos desempeñar para otros y dentro del sistema, son justo las que ayudan a que otros “no vivan tan bien” en sus espacios locales o familiares?
Una prueba de qué tanto el sistema nos ha captado, es que nos ha hecho sentirnos mejor cuando rechazamos esas tareas cotidianas e imprescindibles para vivir, y preferimos servir a otra u otro (sin importar que con nuestro trabajo se esté contribuyendo a oprimir o explotar a otras personas o seres). Y son justo las tareas cotidianas que menospreciamos, las que realmente nos pueden liberar y dar autonomía, pues es hacernos cargo de nuestras vidas (alimentación, salud, crianza de hijas e hijos, autogestión, producción, etc.); y así dejamos de participar en el círculo vicioso y dependiente del sistema.
Luchar contra la discriminación es también empezar a ver a las y los otros con ojos de iguales; pues los estudios formales, el contexto donde nos desenvolvemos y el dinero, no deberían marcar las diferencias, ni tampoco deberían darnos aires de superioridad;  más bien terminan siendo más cuentos del sistema para controlarnos y seguirnos explotando. La sabiduría se construye en la experiencia y el tiempo, indistintamente del contexto donde vivas o la condición económica que tengas.

Claudia Palomino