lunes, 16 de marzo de 2020

El retorno de la gripe

Foto de la gripe de 1918

A principios del siglo XX, la civilización moderna se sentía triunfante, el futuro se mostraba esperanzador por todos lados: el desarrollo tecnológico parecía dejar atrás las epidemias del pasado, las guerras se reducían, los derechos se incrementaban, el progreso económico o social eran el gran desafío. Pero pronto las naciones tan orgullosas de sus avances se enmarcarían en una guerra de dimensiones desconocidas hasta entonces, y una epidemia completaría el panorama.

La gripe de 1918

El año 1918 una epidemia de gripe se extendió desde los campos de batalla durante la guerra que asolaba a Europa. Se sabe que el virus se distribuyó desde las tropas de Estados Unidos, el presidente Woodrow Willson había consultado a sus altos mandos militares sobre la conveniencia de cortar el envío de soldados a Europa, pero eso hubiera significado una baja muy fuerte para los aliados y un rebrote del avance de la Tripe Alianza (encabezada por Alemania), así que decidieron continuar con el apoyo militar y minimizar los datos sobre la epidemia.
Era una extraña epidemia, pues a diferencia de las gripes conocidas, que atacan mayormente a niños y ancianos, esta atacaba especialmente a adultos y jóvenes, y de forma muchas veces mortal (la tasa de mortalidad estimada fue de 10 a 20% de los infectados). Por eso se transmitió desde los campos de batalla, se extendió por los países europeos y los gobiernos prefirieron difundir lo menos posible la información sobre la epidemia. Hasta que llegó a España, país neutral en el conflicto, donde se difundió masivamente la información sobre la nueva epidemia, información que de allí salió a todo el mundo y por eso se la conoció como la gripe española.
El virus se extendió por todo el planeta y fue disminuyendo paulatinamente a medida que el sistema inmunológico humano había aprendido a enfrentar el virus. Ahora sabemos que era el virus H1N1 y que a partir de 1920 desapareció tan abruptamente como había aparecido, luego de haber aniquilado entre el 3 o 6% de la población mundial.
Siendo un virus mutante, la forma de combatirlo recurrió a todo lo que había  ala mano, incluyendo los remedios caseros. No se puede generar una vacuna para este tipo de virus. Lo que ayudó a su control, paradójicamente, fue la existencia de necesidades aún no superadas por el desarrollo industrial, por ejemplo la ausencia de aviones que difundieran el virus tan rápido como puede suceder en el presente. Se recuerda que en localidades de España se organizaron procesiones religiosas rogando a Dios por la desaparición de la enfermedad, siendo estas espacios de posible contagio.

El tiempo del miedo

A partir de entonces, el desarrollo científico permitió enfrentar muchas enfermedades, el uso de vacunas, analgésicos, anestesias y especialmente antibióticos, lograron contener muchas enfermedades, y si bien nuevas epidemias atacaron por diversos frentes, ninguna tuvo esa mortalidad de la gripe de 1918. Aun así, otros males asolaron al planeta, como el crac de New York  de 1929, una crisis económica de fuertes repercusiones. El ascenso del fascismo y el nacismo trajeron consigo una multiplicidad de violaciones de derechos humanos, llegando a la hecatombe con la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).
La ilusión comunista surgida en Rusia en 1918, también terminó derivando en un estado totalitario y represivo tan sólo unos años después. En 1936 la revolución española cayó levantando el estandarte de la libertad como antesala a la despiadada guerra de años posteriores. Las grandes esperanzas quedaban como recueros épicos y como testarudas luchas de algunos movimientos (como el feminismo) ante una sociedad controlada por las injusticias.
El final de la guerra supuso un nuevo ordenamiento mundial que generó tres escenarios: la descolonización de la mayor parte del planeta, que posibilitó una comunidad de naciones libres al menos políticamente. La competencia entre dos superpotencias (USA y URSS), generando la existencia de dos bloques de naciones y la recordada guerra fría, una contradicción política acompañada de múltiples guerras locales entre los dos bandos, desarrollando una carrera armamentista y el peligro de una guerra nuclear. Finalmente, el desarrollo tecnológico post conflicto (y en gran parte nacido en él) propició modernas tecnologías de transporte, comunicación y producción, la llamada “revolución verde” mecanizó la producción agrícola con efectos ecológicos consiguientes.
La población de la segunda mitad del siglo XX creció con el temor a una posible guerra nuclear, la visión del futuro era oficialmente publicitada como el triunfo del comunismo o la democracia (según el campo en que se encontrase), pero en la cultura popular el futuro se veía más sombrío. Los antiutopistas dan cuenta de esto (Huxley y Orwell aún son referentes hoy en día). Finalmente, la guerra fría acabó y todo el planeta quedó bajo la ideología capitalista norteamericana, la amenaza nuclear fue reemplazada por otra más compleja. Sucede que por esa misma época, los científicos descubrieron que el desarrollo industrial estaba alterando el clima del planeta, se empezó a hablar del cambio climático y las nuevas generaciones crecimos con el temor de un futuro cada vez más tenebroso, menos previsible y con menor cantidad de recursos naturales.

El retorno de las epidemias

Mapa de extensión del Coronavirus al 10 de marzo 2020
Sin embargo, no habíamos tomado en cuenta que los enemigos más peligrosos serían los mismos de nuestros antepasados remotos, los microscópicos patógenos que reaparecen en estos últimos años. Con el cambio climático encima, crisis económicas como la de 2007 y cantidad de guerras por todo el planeta, esta vez movidas por intereses económicos ligados al mercado global; las epidemias vienen a colocar una cereza en el pastel de la incertidumbre.
Hay una razón lógica para la proliferación de enfermedades. Cuando una comunidad vegetal o animal se extiende en número, se convierte en caldo de cultivo propicio para algún enemigo, sea un predador o un patógeno. Esto es lo que propicia el equilibrio de la vida en el planeta. La sociedad global ha extendido la población humana a cifras nunca antes imaginadas, además, estas poblaciones se concentran en grandes urbes, no hay escenario más propicio para un patógeno.
¿Cómo pudimos olvidar este aspecto tan básico? La verdad es que no lo olvidamos. La soberbia de los gobernantes, empresarios y científicos nos ha venido diciendo que el desarrollo tecnológico puede controlar cualquier problema, que el desarrollo es infinito. Pero es imposible que exista algo infinito en una naturaleza finita. Por eso existen movimientos que plantean virar el camino del desarrollismo, planteando el decrecimiento, la vuelta al campo, retomar valores indígenas, entre otras propuestas. En el panorama actual, estas son las únicas alternativas viables, sostenibles y lúcidas frente a un panorama de crisis crecientes.
El coronavirus está en desarrollo, no se puede cantar victoria aún, tampoco vale ser fatalistas. Lo importante es reconocer que este virus puede funcionarnos bien como simulacro, porque mientras la sociedad siga conglomerada seguirá siendo sensible a virus nuevos o renovados (el Covid 19 es una mutación), no es casual que haya surgido en el país más poblado e industrializado del planeta. Hasta ahora, la forma en que las poblaciones han reaccionado deja mucho que desear, de tratarse de un virus más letal estaríamos ante una situación peor a la de 1918.
De habernos tocado esta pandemia durante el apogeo del Estado de Bienestar, podríamos haberlo afrontado de mejor manera, pero el neoliberalismo salvaje de estos días no ayuda. El fracaso del capitalismo neoliberal es evidente. A la vez, los valores de una sociedad consumista contribuyen a la propagación del virus, pues la gente tiende a actuar egoístamente. Los llamados de atención sobre estos aspectos plantean la necesidad urgente de modificar la cultura global. El reto está planteado, las lecciones de hace 100 años podrían ayudarnos a no seguir ilusionados en un modelo de sociedad que sólo beneficia a los patógenos (me refiero a los humanos privilegiados de este sistema, principalmente), que la solidaridad se imponga y derrote al capitalismo.


Roberto Ojeda Escalante

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