domingo, 16 de octubre de 2016

Buscando aliados; los movimientos sociales y sus múltiples orientaciones

“Si observamos la distribución de las organizaciones por oficio y por industria, según su tendencia política, [...] podemos constatar que indistintamente, artesanos y obreros manufactureros se inclinan mayoritariamente primero por una y luego por otra alternativa política.”
Piedad Pareja (1978)[1]


Cuando se revisa la historia de los movimientos anticapitalistas en el Perú, pareciera que se tratase de etapas bien marcadas: liberalismo, anarquismo, aprismo, marxismo etc. Pero cabe hacerse la pregunta de por qué los movimientos sociales cambian de ideología en determinados momentos. Unos intentan hallar la explicación en la mayor o menor fuerza de los difusores de estas ideas, otros al debilitamiento de las ideologías en el contexto político, algunos apelan incluso a un evolucionismo histórico hoy ya en desuso.
Para comprender esto es necesario oír las voces de los movimientos mismos, qué es lo que buscaban las organizaciones sociales al emprender sus luchas y por qué se adherían a tal o cual ideología. Esto podría complejizarse al constatar la diversidad de los sectores involucrados en las protestas, las diferencias de clases, regiones, etnias y géneros; pero se puede hallar puntos en común que nos ayuden a entender sus procesos locales en un contexto macro.

Varias formas de luchar

“Los que se llaman la nación peruana no adivinan cuánto sufre el indio campesino, y este indio no adivina que su sufrimiento individual importa la lenta sangría y la muerte de la nación a que pertenece”.
Dora Mayer (1912)[2]

Todo grupo humano que se siente oprimido o cree soportar una injusticia, sabe que tiene varias formas de enfrentar este problema. Para los movimientos sociales existen cuatro formas de luchar. La primera es la vía legal, utilizar los mecanismos que da el sistema para reclamar y hacer respetar sus derechos. Presentar memoriales, alegatos, documentos diversos; buscar entrevistas con las autoridades, mesas de diálogo, apoyo de instituciones como las iglesias, ongs u otras; promover la creación de algunas leyes o decretos. Pero esta modalidad se da en la medida que existen esos mecanismos y esos aliados con los que se puede contar, no está desconectada de las otras formas y en temporadas de fuerte represión, el uso de lo legal es una herramienta muy útil para contener algo de esa represión[3].
Otra modalidad es la presión social. Esta se da en tanto una idea o un reclamo, se vuelve masivo e involucra al menos a la mayor parte de la comunidad local. La huelga, la movilización, el bloqueo o cierre de vías, la toma de tierras, el boicot a un evento o a una empresa, son sus muchas maneras de expresarse. Lo que se busca con este tipo de acciones es que el enemigo -sea el Estado o una empresa- se vea forzado a atender los reclamos, negociar, y dependiendo de la fuerza de la protesta, puede llegar a imponer la decisión de la población que está protestando.
Una tercera y más radical modalidad es la rebelión. Sorprenderá saber la cantidad de veces que ha sido usada esta forma, hoy considerada como algo terrible por el trauma de la guerra interna de fines del siglo XX. Montoneras, guerrillas, atentados, linchamientos, han habido bastantes en nuestra historia. En el siglo XVIII hasta se volvió común que los pueblos ejecutaran a los corregidores abusivos, en menor escala sucedió lo mismo con algunos hacendados o caporales en el siglo XX. Estas acciones tienen un objetivo claro, el cambio de alguna autoridad o sistema de gobierno, sea local o nacional, incluso dentro de una hacienda o fábrica. Consisten en responderle a la dominación con la misma violencia que ellos actúan, muchas veces como un acto de venganza.
Pero hay otra forma no muy visible, que recurre a la autonomía. En la medida que un movimiento social logra ciertos objetivos, se puede abocar a modificar el modo de vida local, de forma autónoma, al margen de la política externa. Esta modalidad también es recurrente en momentos en que no se puede usar las dos anteriores, por falta de fuerza o políticas represivas fuertes, entonces mientras se gestiona legalmente algunos derechos, se van construyendo otros de forma marginal. Como ejemplos tenemos los palenques, la auto educación sindical, las cooperativas.
En cualquiera de las modalidades empleadas, el movimiento necesita aliados. Ya sean abogados para tramitar sus reclamos, medios que difundan su problemática, políticos que asuman sus reclamos. Pero los principales aliados de un movimiento social son organizaciones similares, con las que puedan coordinar o cooperar en la lucha. Esto es lo que genera la formación de organizaciones amplias, como las federaciones o frentes de defensa, y para esto muchas veces influye el liderazgo de algunas personas. Entre los aliados de un movimiento están las ideologías que puedan justificar su lucha, pues estas ayudan a obtener solidaridad casi inmediata de otros sectores de la sociedad.  

De la revuelta a la huelga

“Pero para que esas huelgas tengan todo el éxito posible es necesario organización, abandono de añejas doctrinas y acumulación de fondos para el auxilio de los huelguistas”.
Manuel Caracciolo Lévano (1906)[4]

A fines del siglo XIX, las formas violentas de protesta eran comunes. Las rebeliones de Huaylas y Huanta son un ejemplo, posteriormente y con la revolución liberal de Nicolás Piérola, las montoneras se convierten en un recurso común para muchos políticos. Tomar las armas era legítimo, en tanto no se pretenda ir contra la legalidad existente. Estas acciones se justificaban con argumentos legalistas como la existencia de un tirano, ya fuera local o nacional.
En ese periodo, los sectores populares encuentran otra forma de lucha: la huelga. La presión social que ejercía esta medida podía doblegar al patrón y hacer obtener triunfos a los trabajadores. Para eso, era necesario contar con el apoyo de amplios sectores de la población, así, los artesanos organizados recurrieron a las ideologías radicales del momento, varios dirigentes trabaron amistad con los masones, pero luego descubrieron que el anarquismo brindaba más oportunidades para su lucha, porque los incluía. Fue así que muchos obreros y artesanos se anarquizan y dotan a sus reclamos de un conjunto de argumentaciones sólidas. Los obreros anarcosindicalistas se vuelven los principales difusores de esta corriente ideológica.
Eran tiempos de penetración capitalista-industrial, el país que había estado fragmentado se unificaba gracias a las nuevas tecnologías y las demandas de los nuevos mercados. Las élites locales resistieron este proceso y por eso en ellos, se difunden también ideas antisistémicas, el liberalismo, la masonería y el anarquismo son combinados por los círculos intelectuales urbanos. En sí, la llegada de la modernidad industrial fue resistida de muchas formas. En 1896 los tabacaleros protestan por el desempleo y destruyen las nuevas máquinas que generaban esa desocupación[5], tal como habían hecho los ludditas a inicios de la revolución industrial en Inglaterra.
El anarquismo fue asumido por obreros, trabajadores, apoyados por intelectuales y periodistas que también se convirtieron en libertarios. La huelga fue el recurso más utilizado, y a la par los sindicatos organizaban bibliotecas, centros de estudios y grupos artísticos, intentando transformar la sociedad desde sus bases. Aquí es importante anotar que el feminismo se insertó en esos términos, más allá de las reivindicaciones legales y políticas por los derechos de las mujeres, los centros femeninos surgidos en el seno de los sindicatos buscaban cambiar la relación varón-mujer en las bases.
Y en el campo, a la par de los recursos legales se suscitaban rebeliones armadas como la de Rumimaki (1915). Los indígenas encontraron aliados en los intelectuales indigenistas y las organizaciones anarquistas, puesto que los liberales tenían una orientación racista. El indigenismo difundió los reclamos indígenas y estos le dotaron de un rostro a la cultura nacional que se estaba construyendo. Los anarquistas dieron apoyo teórico y práctico a las luchas y líderes indígenas, el Inca Miguel Quispe y Ezequiel Urviola son los personajes representativos de ese encuentro. En los años 20, mientras estallan rebeliones en muchos pueblos andinos, los líderes recorren amplias zonas canalizando los reclamos por la vía legal y articulando sus pueblos con las organizaciones anarcosindicales. En la hacienda Lauramarca (Cusco) se da una huelga agraria en 1922[6].

Del sindicato al partido

“Nuestro deber es cuidar la tarea principal haciendo del sindicalismo el único derrotero de todas nuestras aspiraciones, porque en la época moderna en que vivimos el Sindicalismo es el arma más poderosa con que cuentan los trabajadores”.
Federación de Obreros Panaderos “Estrella del Perú” (1963)[7]

Los años 20 son conocidos por sus debates intelectuales y políticos: la polémica del indigenismo, la disputa entre anarquismo y socialismo, la polémica Haya-Mariátegui. Pero mientras en los sectores letrados del país se insertaban estas discusiones, en las bases populares sucedían las suyas propias. Las exitosas luchas sindicales de 1918-1924 consagraron al sindicato como la organización más adecuada y al anarquismo como la ideología precisa, pero esto cambia bruscamente los años siguientes.
Normalmente se interpreta esta situación como consecuencia de la represión que debilitó las organizaciones, o bien porque la ideología anarquista no había penetrado en las bases mismas, y algunos marxistas la interpretaban como un producto de la evolución histórica (concepto por demás anti histórico).  Lo primero puede explicar el abandono de un tipo de organización pero no de una ideología, curiosamente los sindicatos se siguen rearmando pero lo que cambia en los años 30 es su orientación ideológica, pasando del anarquismo al socialismo.
La segunda explicación tampoco tiene fundamento, puesto que el anarquismo sí había penetrado bastante, surgiendo obreros que ellos mismos escribían, publicaban y conferenciaban, fenómeno que no ha vuelto a repetirse. Donde sí podría aplicarse esto es en el vasto campo indígena, pues allí sólo algunos tenían el contacto con indigenistas y anarcosindicalistas. Es necesario ver que las medidas legales que toma el gobierno de Leguía fueron trascendentes, el reconocimiento legal de las comunidades les facilita otra modalidad de lucha. Siendo su principal enemigo el hacendado, el reconocimiento de su territorio por el Estado les brindó un argumento legal muy poderoso, por eso las revueltas cesan casi tan pronto como fue emitido este decreto (1926). Las comunidades se orientan a lograr ese reconocimiento y ya no necesitan aliados para las revueltas.
Los que varían su orientación ideológica son más bien los intelectuales y estudiantes, influenciados por las corrientes de moda en el mundo (la revolución rusa, las vanguardias), ven la necesidad de unificarse y la imagen de un partido fuerte y radical se vuelve el nuevo paradigma. Hay que entender que para la clase media, la modernización del país es un reto y el marxismo les ofrece hacerlo de una forma diferente al de la burguesía, es decir, les permite diferenciarse pero compartiendo el paradigma modernizante. El anarquismo les brindaba lo primero pero era menos útil en lo segundo.
Las décadas de gobiernos militares y represiones que siguen, ponen a los sectores populares en la búsqueda de aliados fuertes, no bastan los ideales románticos libertarios, los partidos (Apra o PC) garantizan mayor posibilidad de contención a la represión. Por eso los sindicatos pasan de la FOL (anarquista) a la CGTP (marxista) sin tantos reparos, luego a la CTP (aprista) y nuevamente a la CGTP. Y si bien el partido se convierte en el paradigma organizativo, crece un nuevo sindicalismo. Los partidos lo ven como herramienta de apoyo al partido, los sindicalizados ven más bien al partido como herramienta política del gremio[8].
Las guerrillas de los años 60 reflejan estas contradicciones. El grupo de Jauja, Javier Heraud (1963) y el MIR (1965) son derrotados prácticamente aislados, sin mucho apoyo popular. Por el contrario, el “tierra o muerte” de Hugo Blanco había despertado un gran apoyo en La Convención. Mientras las guerrillas estaban conformadas mayormente por universitarios altamente ideologizados, los sindicatos que lucharon junto a Blanco (1961) estaban integrados por campesinos que querían acabar con los abusos gamonales y conseguir tierras. Al final de esa década la reforma agraria era efectiva en La Convención y a la vez era una demanda nacional, mientras las guerrillas habían fortalecido la mística de los partidos de izquierda (ahora bastante divididos), pero no mostraban la lucha armada como método exitoso.

Del Estado a la Sociedad Civil

“Cabe destacar que siglos de hegemonía del pragmatismo capitalista no han podido reducir las relaciones interpersonales y, en general, las múltiples dimensiones de la vida al frío cálculo “racional” de costos y beneficios”.
Colectivo Amauta (1998)[9]

En 1968, las tomas de tierras y las huelgas doblegaron al Estado, los propios militares se hicieron del poder para implementar las reformas reclamadas y así contener ese desborde popular. La presión social resultó más efectiva que la lucha armada y el sindicato más útil que el partido, fue entonces que el héroe popular provino del propio Estado: el general Juan Velasco Alvarado lideró un proceso de cambio que fortaleció el Estado. La izquierda y el Apra definieron sus agendas en relación a este. Finalmente, fueron nuevamente la huelga y el sindicato quienes se tumbaron a la segunda fase de la dictadura, de tendencia más derechista.
La mayor parte de la izquierda apostó por la democracia, el grupo maoísta Sendero Luminoso (SL) quedó solitario en su llamado a la “guerra popular”, y así, solo, se lanzó a una guerra despiadada (1980). El movimiento campesino se había transformado con la reforma agraria, viviendo un resurgir de las comunidades, pero con un debilitamiento de la identidad y sus valores culturales. SL quiso imponerles una guerra que terminó siendo ajena a la tradición andina, muchas comunidades decidieron apoyar al ejército, a pesar de que este también cometía barbaridades y masacres. En Puno, la CCP impulsó tomas de tierras enfrentándose a la vez a SL y al ejército.
El MRTA reactivó la orientación guerrillera nuevamente sin mayor apoyo, y terminó arrastrado a la guerra salvaje que había desatado SL. El Apra llegó al gobierno y la izquierda fue la segunda fuerza, en un momento de crisis muy grande. Los espacios estudiantiles, culturales e intelectuales fueron los que más presencia marxista tuvieron esas décadas. Los sindicatos estaban bajo su control autoritario y tal vez por eso, cuando se cayó el bloque comunista mundial, aquí los sindicatos y partidos se vaciaron de gente.
Los diversos sectores populares buscaron nuevos aliados. Paradójicamente el populismo de la dictadura fujimorista calmó muchos reclamos con asistencialismo, esto encajó muy bien con los sectores emergentes de migrantes que buscaban insertarse a la vida urbana. El régimen de los noventas supo aplicar represión sólo a sus enemigos políticos, acusándolos además de estar vinculados con SL. La población, bastante desorganizada, ya no recurrió a partidos y centrales sindicales por temor a la represión, y porque ya no resultaban buenos aliados en el nuevo contexto.
Entonces crecieron las Organizaciones No Gubernamentales (ONG), entidades que fomentan proyectos de desarrollo social, financiadas desde los países ricos, no se rigen por una ideología, aunque sus integrantes venían de formación izquierdista[10]. El vínculo de las ongs con los movimientos indígenas, campesinos, ambientalistas y femeninos es evidente en los últimos 20 años. Actualmente, las luchas territoriales y por derechos de distintas poblaciones recurren a la vía legal o a la presión social con apoyo de ongs de derechos humanos, ecologistas, indigenistas o post extractivistas. Incluso el feminismo estuvo recluido en las ongs esas décadas.
Las poblaciones exigen apoyo estatal, principalmente municipal, y apoyo de ongs en temas económicos y sociales. Los movimientos sociales ven otro aliado en los colectivos anticapitalistas, cuyo apoyo es útil en la difusión de sus demandas, pero no así para lograr triunfos concretos, donde pesan más los apoyos legales. 

Comparando vanguardias

“Hoy saben los jóvenes contestatarios que los viejos errores ya no se combaten con nuevas mentiras, como antes”.
Américo del Campo (2007)[11]

Hoy, el panorama es bastante complejo, pues no hay una ideología antisistema con gran presencia, el neoliberalismo sigue campante gracias a esta ausencia. Los izquierdistas quedan hoy como los masones de hace un siglo, con un pasado de lucha pero un presente insertado en el sistema. Grupos marxistas radicales sueñan con aplicar su teoría sin tomar en cuenta las lecciones de la historia, el anarquismo contracultural no se siente con capacidad de proyección, el ecologismo y el indigenismo asumen luchas concretas pero no elaboran discursos antisistémicos, en muchos casos por su cercanía a las ongs.
Mientras tanto, los movimientos sociales siguen brotando por todas partes, porque hay injusticias que contener y desafíos que superar (crisis ambiental, problema alimentario). Estos movimientos son impulsados por sectores populares, pero que tienen contacto con el mundo urbano y profesional, en mucha mayor medida que hace 100 o 50 años. También utilizan las herramientas tecnológicas modernas, pero la mayoría reivindica los valores ancestrales y la ecología como banderas, en parte porque esto les permite atraer apoyo masivo, pero también porque ambos aspectos están presentes en su realidad cotidiana. Son las herramientas más cercanas para enfrentar las nuevas agresiones[12].
La izquierda o los anticapitalistas urbanos, mayormente universitarios, guardan similitudes con los de hace 100 años. En aquel entonces, las vanguardias literarias se convirtieron en el centro de la innovación del pensamiento tanto como en estos tiempos lo han sido las vanguardias contraculturales. Ambas apostaron por enfrentar el arte oficial adoptando corrientes que venían del norte con una carga antisistémica, se organizaron en torno a artistas (las revistas Colónida, Amauta, Titikaka[13]; como ahora la movida punk y hiphop), finalmente, ambas se recrearon con los elementos indígenas andinos (el indigenismo artístico[14] de antes; el folk rock actual o el hip hop en quechua).
Entre ambos momentos hay uno diferente. Hace 50 años la vanguardia había sido desplazada por el realismo social, el arte abandonaba su experimentación vanguardista y prevalecía su utilidad social y concientizadora, a la vez que se convertía en un complemento del partido y la ideología socialista, en sus múltiples variantes. Los intelectuales debatían el cómo aplicar esa ideología en el país. Colónida y el indigenismo habían sido desplazados por Arguedas[15] y el arte social, por citar sólo los íconos más representativos.
Desde los noventas, artistas e intelectuales contestatarios recurren a la contracultura y el arte popular, desafiando y despreciando al realismo social, utilizando medios audiovisules y el internet como herramientas comunicativas[16]. Se ha reinterpretado los viejos íconos, especialmente Arguedas y Mariátegui, se está redescubriendo a los personajes olvidados como Gonzales Prada y Ezequiel Urviola, las formas de protesta están en constante innovación. Y el debate entre libertarios y socialistas se vuelve a activar. Es como si hubiéramos dado una vuelta cíclica en nuestra historia[17], y ahora, con todo lo vivido, el reto es no repetir la historia.

Roberto Ojeda Escalante



[1] Anarquismo y anarcosindicalismo en el Perú. México, Tierra y Libertad.
[2] El estado de la causa, en El Deber Pro Indígena N° 1, Lima. Mayer era dirigente de la Asociación Pro Indígena.
[3] Fue una estrategia ampliamente usada después de la derrota de Tupac Amaru por ejemplo.
[4] Anarquismo y anarcosindicalismo en el Perú. Ob cit. pp 76.
[5] El movimiento obrero anarquista. Ob cit.
[6] José Tamayo Herrera. Historia General del Qosqo, Cusco, 1992.
[7] Tomado de: La lira rebelde libertaria, breve recopilación de poesía reciente de libertarios (región peruana). Marlet Ríos.
[8] La historiografía marxista desdeña estos temas, algo se puede encontrar en José Luis Rénique, Incendiar la pradera, Lima, 2015. Y en Hugo Blanco, Nosotros los indios, Cusco, 2003.
[9] Cuaderno de debate N° 1, Lima, 1998, pp 27.
[10] El paso de militantes a asalariados de ongs, fue criticado por James Petras en La metamorfosis de los intelectuales en América Latina, La Paz, 1990.
[11] Renovada mentalidad y actitud antiimperialista. En el Antoniano N° 114, Cusco, UNSAAC, pp 183.
[12] Sobre movimientos sociales son interesantes los trabajos de Raúl Zibechi.
[13] Yazmín López Lenci. El laboratorio de la vanguardia cultural en el Perú.
[14] No sólo la literatura, donde los puneños tuvieron gran influencia; sino en la música clásica-andina o la pintura moderna-indigenista.
[15] José María Arguedas es el más importante escritor andino del siglo XX, su arte fue calificado como neo-indigenista, diferenciándolo del indigenismo vanguardista anterior.
[16] La Guerrilla Audiovisual, Tomate, son ejemplos, pero también el largo trabajo de la Red de Microcines del grupo Chaski.
[17] La historia cíclica es una idea de muchos pueblos indígenas. En contra posición a la historia lineal y teleológica que aún es el paradigma en buena parte de la academia.

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