Trinidad Enríquez |
Un recorrido por la ciudad del Cusco nos muestra plazas,
calles y monumentos que nos recuerdan mucho, pero que otro tanto olvidan.
Pachakuteq, Wayna Qhapaq y todos los inkas están presentes
en libros, videos turisteros, calles y avenidas. Pero no así las qoyas, sus
compañeras. Apenas el nombre de Anawarqe ha sobrevivido en el cerro ubicado
frente al doble monumento a su esposo. En ninguna parte hallamos a Mama Oqllo,
la esposa de Tupa Yupanki que en el pasado tenía edificadas varias wakas en su
memoria por todo el Cusco. Y de los fundadores de la ciudad, los hermanos Ayar,
hay múltiples menciones y versiones, que ignoran a quien lideró la fundación:
Mama Waqo, que según las versiones más detalladas de los cronistas, fue quien
llevaba las dos varas que marcaron el lugar de la fundación.
Pocos recuerdos quedan de las cusqueñas de la colonia, alguna
vez vi una estatua de Kura Oqllo pero hoy no figura ni en la pintura que
incluye a su esposo Manqo Inka en Avenida el Sol, cuando bien sabemos que sin
ella, el liderazgo de aquel hubiera sido incompleto. El cusqueño y la cusqueña contemporáneos,
ignoran a las sacerdotisas andinas reprimidas por la iglesia. Las mujeres
artesanas, comerciantes, mitanis o nobles sólo aparecen en algunas tradiciones
de Carreño o algunos cuadros como el de Beatriz Coya.
Micaela Bastidas y Tomasa Ttito sí ostentan calles, libros,
monumentos; aunque se las presenta como subalternas de Tupa Amaru solamente.
Mica fue codirigente de la revolución y de sus ejércitos. Y hay olvido con la
madre heroica Marcela Castro, que codirigió la última batalla de 1783, como
también lo hay con Juana Noin o Dorotea Huaraya, y su activa participación en
la única junta de gobierno que tuvo el Perú, en el Cusco de 1814.
El Mariscal Gamarra brinda su nombre a colegios, calles y
una enorme urbanización, pero la Mariscala apenas si es recordada. Francisca
Zubiaga, esposa de Gamarra y colideresa de sus tropas y guerras, que no fue una
simple “rabona”, como probablemente tampoco lo eran las muchas rabonas que participaron
de los agitados combates del XIX.
Un colegio y algún parque inmortalizan a Clorinda Matto de
Turner. Esta valiosa mujer no actuó sola, era parte de un grupo de mujeres que
tras el ejemplo de Flora Tristán y las ideologías modernas, ocuparon un sitial
reservado sólo para varones. Partiendo de la educación, única profesión que la
república permitía a las mujeres, pasaron al periodismo, la literatura y el
sindicalismo en la segunda mitad del XIX. Trinidad Enríquez organizó la
Sociedad de Artesanos y estudió derecho aunque eso no hacían las mujeres,
siendo la primera universitaria del continente. Su hermana Ángela Enríquez
dirigía veladas culturales que fueron el cimiento del indigenismo. Pocos
recuerdan que la iglesia quemó las obras y la efigie de Clorinda, por atreverse
a publicar reflexiones críticas.
Ángel Avendaño menciona que en la revolución del 3 de abril
de 1895, mientras las tropas eran dirigidas por bravos caudillos civiles
(Salas, Baca), las masas urbanas fueron lideradas por la chichera Ulaca. Su
fuente es una parte de la memoria oral hoy ya extinta. Esa misma fuente
proporciona nombres a Uriel García, cuando menciona algunas lideresas populares
y su participación en el Corpus Christi.
Valcárcel recuerda los nombres de las 3 primeras
universitarias, que luego se casaron con destacados intelectuales indigenistas, no menciona que escribieron sobre feminismo y algunas se dedicaron a la enseñanza.
Y mientras Uriel García y otros indigenistas del siglo XX tienen placas
recordatorias, colegios, exposiciones; sólo buscando en libros antiguos hallamos a Elsa Esther María Castro
dirigiendo publicaciones, y Martha Alicia Yépez organizando el comité feminista
de la UNSAAC en 1920. Luego, esa pléyade de feministas, comunistas e
indigenistas como Rosa Rivero (la primera abogada del país), Laura Caller, las
hermanas Bocángel y otras.
¿Y las mujeres del pueblo?, apenas si conocemos los nombres
de algunos personajes masculinos, menos sabemos de mujeres como la esposa de
Miguel Quispe “el Inca”, que compartía algo de su liderazgo.
Y así llegamos a los tiempos contemporáneos, los libros
mencionan y antologan algunas escritoras y periodistas, junto a docenas de
varones aparece por ahí una Alfonsina Barrionuevo, una Ana Bertha Vizcarra o
más recientemente Karina Pacheco. Los libros y la prensa plagados de varones
destacados ignoran muchos personajes femeninos, por poner sólo un ejemplo
recurriré a mi familia mencionando a las hermanas Escalante: Emperatriz
(escritora), María Olinda (filósofa ya fallecida) y Carmen (la más prestigiosa etnógrafa
mujer del país).
Entre las víctimas de la guerra interna y las represiones de
turno, reconocemos muchas como las que padecieron las esterilizaciones
forzadas. Una dirigente que llegó a ser congresista fue Hilaria Supa, que para
la mayoría se hizo visible recién en el congreso, como también se hizo visible
Vero Mendoza. Pero entre las “invisibles” están las que impulsan y le dan
fuerza a las luchas antimineras o las profesoras que no dirigieron la última
huelga, pero fueron la base creativa y consecuente.
Para contrarrestar esa invisibilización necesitamos liberar
nuestra memoria histórica del machismo aún imperante. Luego de recorrer la
ciudad observo los cerros que la rodean, Mama Simona y Anawarqe nos recuerdan
que en el territorio de los apus eso no pasa. Paseo por el Corpus, Santa
Bárbara y la Virgen de Belén evidencian que en su territorio tampoco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario