Conversando sobre algunas
investigaciones históricas, volví a escuchar un comentario que ya he oído
varias veces y en distintas circunstancias: “¿y dónde están esas
investigaciones que nadie las conoce?”. Y sí pues, gran parte de libros, tesis y
revistas especializadas, sólo son distribuidos y leídos en ámbitos
especializados.
En la segunda mitad del siglo XX,
el capitalismo logró desvincular a los intelectuales de los sectores sociales
sobre los que recaía su reflexión intelectual. Tal como lo previera Huxley en
“Un mundo feliz”, el mundo académico se ha convertido en esa isla que imaginara
el escritor, en la que todos sus habitantes tenían la libertad de opinar y
hacer lo que quisieran, siempre y cuando eso no alterase el mundo externo.
El academicismo hace que se
produzcan investigaciones, debates y publicaciones; que circulan sólo por el circuito
académico. Unos a otros se citan, aplauden o refutan. Tan preocupados por la
rigurosidad, tan abstraídos en sus metodologías y sistematizaciones, ignoran
que en la sociedad otros son los que influyen en la opinión pública, sin mucha
metodología y con casi nula rigurosidad.
Los profesionales se especializan
cada vez más en cada vez menos cosas, llegan a ser tan expertos en un tema que
ignoran grandemente los otros temas. ¿Cuántas veces no hemos oído a alguien
decir “de eso no puedo hablar porque no es mi tema”? La realidad exige análisis
integrales y multidisciplinarios, pero la academia inculca especialización. Y
para especializarse más se tiene que estudiar maestrías y doctorados, elaborar
tesis ampulosas para demostrar que uno sabe investigar, aunque el producto
resultante sea de lectura tan pesada que no lo lean más que los dictaminantes.
Luego viene ese afán de ser
originales, de formular hipótesis innovadoras que por eso mismo, siempre tienen
algo de especulación. Cada cierto tiempo una nueva teoría desplaza a teorías
anteriores. Se repite que el conocimiento es infinito, que “es muy difícil
llegar a comprender lo complejo de este tema”. Esto en realidad no es cierto.
Hay cosas que ya se saben hace siglos pero la ciencia moderna no toma en cuenta
estos saberes porque no siguieron el método científico.
El resultado es que, por ejemplo,
mientras los académicos debaten sobre la historia, cualquier especulador está
difundiendo teorías de anunakis o similares sin ninguna evidencia como base,
pero que se difunde gracias a que la mayoría del público ignora los avances de
la historiografía. Los grupos de poder difunden fácilmente sus ideas, puesto
que las mentes lúcidas y críticas están arrinconadas en esa “isla académica”.
Por otra parte, las exigencias
académicas hacen que esas mentes terminen encadenándose a sus laboratorios y
escritorios, reduciendo su posibilidad de vincularse con su entorno social,
haciendo que sus mentes sigan siendo lúcidas pero cada vez más ignorantes de
otros aspectos de la realidad. Hay personas que le dedican prácticamente toda
su vida a un tema de investigación, pensando que su esfuerzo contribuirá a
llenar un ladrillo del muro del conocimiento universal. Pero esto es una
ilusión, pues ese muro es utilizado arbitrariamente por los poderosos de turno,
no es universal sino unidireccional, alguien lo administra según sus
necesidades. Mientras tanto, el conocimiento que miles de pueblos han producido
durante miles de años se vuelve objeto de estudio, folklor o se deshecha de los
espacios de transmisión del conocimiento, es decir de la escuela y los medios
de comunicación.
Liberar el conocimiento es lo
único que podría rescatarnos de esa isla y ese muro. Olvidarnos de títulos,
eventos internacionales y ser citados. Un aporte que no contribuye socialmente
no tiene sentido. Por algo muchos de los intelectuales más admirados de la historia
fueron autodidactas, pues lo importante no está en sus méritos académicos, sino
en la utilidad de sus propuestas. En muchos casos influye tanto o más la
sencillez de su lenguaje. Claro que esto no traerá la vida cómoda que brinda el
éxito académico, Gramsci pasó preso casi hasta su muerte porque sus escritos se
enfrentaban al poder, ese es el riesgo que corre un intelectual, pero la vida
está hecha de riesgos.
Además, hay que reintegrarnos a
la diversidad cultural que produce conocimiento de múltiples formas, en la que
hallaremos muchos especuladores, pero también muchas más mentes lúcidas y
críticas, algunas más lúcidas que nosotros. Nuestro conocimiento puede ayudar a
fortalecer los distintos saberes existentes, ya que nosotros conocemos la forma
en que se desarrolla el “mercado del conocimiento” y podemos burlarlo. Por
ejemplo, las comunidades andinas tienen saberes que pueden enfrentar el cambio
climático, los intelectuales urbanos conocen la forma en que se reproduce el
sistema que ha generado ese cambio. Ambos pueden complementarse, el éxito
esperado no será una medalla o un diploma, sino la salvación de múltiples
formas de vida.
Roberto Ojeda Escalante
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