Kochero
Leí por ahí que en Perú los
viejos se sienten jóvenes y los jóvenes envejecen rápido. Es una buena
descripción de la percepción del tiempo en el Perú contemporáneo, donde todo lo
temporal se ha vuelto relativo.
Hace años que escuchamos los
mismos discursos, las mismas críticas, los mismos temores, como si el Perú se
hubiera quedado estancado en el tiempo.
La derecha usa constantemente la
idea de que no podemos volver al pasado, al comunismo, al gobierno de Velasco;
que debemos mirar al futuro, al libre mercado. Tal parece que no se han dado
cuenta que vivimos en ese libre mercado neoliberal y globalizado hace 25 años,
que ese futuro ya es un poco pasado. Que reprocharle los males del Perú a
Velasco es absurdo, pues están hablando de un gobierno derrocado hace 40 años,
cuya herencia fue borrada por las reformas de Fujimori. En todo caso, los males
actuales del Perú son más herencia del segundo.
A veces les oímos mencionar la
palabra “muro”, pero no hablan de muros contemporáneos como el de Palestina o
el de México, sino del muro de Berlín, una estructura que no duró ni 30 años y
fue un símbolo de un remoto tiempo llamado “guerra fría”. Recuerdan el terror
de Sendero Luminoso y la guerra que acabó hace más de 20 años, los ven
presentes en todos lados, les temen más que al narcotráfico que sí es un terror
contemporáneo.
En ese su gusto por debatir con
fantasmas, los defensores del capitalismo neoliberal no quieren ver a sus
interlocutores contemporáneos. Para ellos los indígenas, el ambientalismo, la
diversidad; solo son disfraces del enemigo antiguo: el comunismo.
Y la izquierda también anda en el
pasado, hablando de la unidad por todos lados, para continuar el camino de la
Izquierda Unida que se dividió hace 25 años. Repiten los debates de esos años,
como si el neoliberalismo solo hubiera sido una pausa, una pesadilla que ya
acabó y volveremos a andar donde nos sorprendió su interrupción.
Los nuevos actores son vistos
como variantes contemporáneas de los mismos sujetos históricos de siempre,
“obreros, campesinos y estudiantes”, como si no hubiera tanto ambulante,
informal, independiente. Desde el “baguazo” hasta el “pulpinazo”, esos momentos
de movilización social son vistos como escalones para llegar a la “unidad” y al
gobierno, por eso siempre desembocan en la apuesta electoral.
Y hay algo que todos ellos
comparten: el ideal del progreso, la modernidad, el desarrollo. Aunque este
ideal nos ha llevado a desastres ambientales, sociales y culturales por todo el
país. Siguen buscando la idea de vivir mejor, aun cuando los indígenas
contraponen eso de buen vivir, pero nada, dale y dale con eso de que
necesitamos dinero, éxito, desarrollo. “¿Qué es eso de ser indígenas?, mejor es
ser mestizos, ciudadanos, consumistas”.
Todo eso se refleja en la
cultura, con sus repeticiones constantes de íconos antiguos como Ferrando,
Cubillas y la música chicha. Quizá lo más patético sea el deseo de que la
selección de fútbol retorne a un mundial después de más de 30 años. Se habla de
lo contemporáneo en referencia a fines del siglo XX, se ignora las corrientes
de pensamiento actuales, se silencia la crisis civilizatoria mundial. Por otra
parte siguen ahí el ejemplo del “Che” en lugar del Marcos, la experiencia rusa
en lugar de la boliviana, la cubana en vez de la kurda. Varias veces he estado
en reuniones con jóvenes que reflejan tan viejos pensamientos.
Sin embargo el tiempo no puede
dejar de filtrarse por esta cortina de estancamiento. Celendín, Valle del
Tambo, el Pastaza y las Zonas nos lo mostraron, también la constantemente
renacida cultura tradicional, y la utopía por la soberanía alimentaria en
contra de la viejísima “revolución verde”. Apenas atisbos, pero tan potentes.
Cuan necesario se hace retomar
aquel grito que remeció al Perú hace más de un siglo: “¡Los viejos a la tumba,
los jóvenes a la obra!”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario