Kochero
La dicotomía izquierda-derecha es
una forma fácil de explicar las contradicciones sociales e ideológicas de una
sociedad, costumbre heredada de los tiempos de la Revolución francesa de fines
del siglo XVIII. Para explicarla en forma simple: se denomina izquierda a
quienes defienden a los oprimidos y marginados de la sociedad, y pretenden
lograr una transformación social (revolución) que instaure una sociedad más
justa; en contraposición, se denomina derecha a los que defienden a los
privilegiados de la sociedad dominante, a los opresores y marginadores, siendo
su pretensión evitar cualquier transformación social.
A principios del siglo XX la
izquierda peruana estaba representada por el anarcosindicalismo, poco a poco
este movimiento se debilitó y fue reemplazado por una izquierda partidaria y
moderada. En los años 30 en el Perú, el partido de izquierda más conocido era
el Apra, luego vendrían a disputarle el liderazgo de la izquierda los socialdemócratas
y Acción Popular. El comunismo era el ala más radical de la izquierda de
entonces, que consideraba a los otros de simples reformistas. En la segunda
mitad del siglo XX los “reformistas” terminarían virando al centro y la
derecha, quedando solo el comunismo como expresión de izquierda.
El apogeo del marxismo en el Perú
El impacto de la revolución
cubana de 1959 influyó en todo el continente y contribuyó a difundir el
marxismo como sinónimo de izquierda. En el caso peruano esto se reforzó con la
rebelión campesina de La Convención (Cusco) y la aparición de varias guerrillas.
En los años 60, el Partido Comunista y otras agrupaciones menores pero también
de ideología marxista, quedaron identificadas como la única izquierda.
Todo se volvió marxista, desde la
iglesia progresista a través de la Teología de la Liberación, hasta los
movimientos radicales como el MIR o el ELN. Pronto se dividió el Partido
Comunista y las varias facciones que fueron surgiendo se consideraban mejor
marxistas cada una. Todos buscaban reemplazar la sociedad capitalista por una
socialista, en la que no hubiera clases sociales y el gobierno estuviera en
manos de los trabajadores, a través de un partido directamente controlado por
ellos. El problema de entonces era cual sería dicho partido, cada grupo se
consideraba el indicado, descalificando a los demás.
Para lograr esa meta, se
proponían varias estrategias, que pasaban desde la movilización popular hasta
la participación electoral, según las circunstancias. Pero la estrategia máxima
era realizar la revolución social y política, para lo que era necesario esperar
el momento preciso pre revolucionario. El año 1968, un golpe de estado
encabezado por el General Juan Velasco, inició un proceso de reformas sociales
que autodenominaron “revolución peruana” (reforma agraria, educación
nacionalista, nacionalización de empresas extractivas, bancos y prensa). Aunque
se relacionó con los países comunistas como Cuba y la Unión Soviética, y aunque
captó a muchos comunistas peruanos en sus filas, hubo un sector de la izquierda
que lo calificó de “gobierno fascista”, por su origen militar, su dirigencia
“burguesa” y –principalmente- porque la base de su ideología era el
nacionalismo y no el marxismo.
La revolución no llegó, pero sí la guerra
Derrocado Velasco por otro golpe
militar en 1975, las reformas cesaron y la izquierda combatió la dictadura
hasta que los militares convocaron a Asamblea Constituyente, en la que
participó la izquierda y se promulgó una Constitución que incluía algunas
propuestas de estos grupos, en 1979. El año siguiente se realizaron elecciones
generales y la izquierda estuvo a punto de participar como una fuerza
importante, pero terminó dividiéndose en 3 facciones. Para ese momento, la
izquierda había crecido enormemente en el país, con presencia en casi todos los
sindicatos, en el movimiento campesino, en el universitario, entre los
intelectuales y artistas. Sin embargo, al meterse en las elecciones dejó su
principal propuesta: la realización de la revolución. Aquellos que durante más
de una década habían proclamado la revolución como la única salida, ahora participaron
en la democracia electoral y sólo un grupo decidió realizar la revolución por
su cuenta, el grupo radical Sendero Luminoso.
Sendero era uno de los
denominados “infantiles de izquierda”, despreciado por los otros partidos
marxistas y por la derecha. Pero los infantiles cogieron las armas e iniciaron
una revolución violenta, que rápidamente se convirtió en una guerra interna que
se enfrentó a todo el que los criticara, controlando territorios a la fuerza y
ganándose el rechazo de poblaciones campesinas-indígenas. Entonces, el resto de
los marxistas fueron denominados “izquierda legal”, y aunque la derecha los
acusaba de cómplices del “terrorismo” (de Sendero), esto quedó desmentido
cuando el mismo Sendero se dedicó a atacar a militantes izquierdistas y
dirigentes populares.
En 1984, un grupo heredero del
MIR de los 60, se denominó MRTA y se levantó en armas para hacer la revolución,
en buena cuenta para corregir el camino que Sendero había “desviado”. Contando
con apoyo solo de algunos grupos de izquierda, fue tildado de “terrorista” y
tratado como si se tratase de otro Sendero. A mediados de los 80, el MRTA era
el único sector de izquierda que seguía manteniendo la revolución como
propuesta, pues Sendero aplicaba más terrorismo y la izquierda legal había
abandonado esa idea.
Un año antes, la izquierda legal
logró unirse en la alianza Izquierda Unida, que logró ganar electoralmente
algunos municipios y en 1985 se convirtió en la segunda fuerza política en el
parlamento. Es comprensible que en ese panorama, la revolución fuera pospuesta
o descartada como prioridad. A la vez, muchos izquierdistas encontraron trabajo
en ONGs, implementando proyectos de desarrollo en sectores marginados de la
sociedad.
Como un castillo de naipes
Luego vino la caída del bloque
comunista de Europa y la desintegración de la Unión Soviética. En las
elecciones de 1990, el electorado decidió sancionar a los partidos
tradicionales (derecha e izquierda) eligiendo a un independiente, uno de esos
candidatos pequeños que resultó implementando el neoliberalismo y la corrupción
como forma de gobierno, a la vez derrotó a Sendero y el MRTA, aplicando una
represión despiadada. La izquierda legal resistió poco, perdiendo el apoyo
popular rápidamente, a fines de siglo se convirtió en un sector muy reducido.
¿Por qué esa fuerte izquierda se
desvaneció tan rápido? Las explicaciones no han sido pocas, se reconoce errores
políticos, alejamiento de las bases, la influencia del nuevo panorama mundial,
entre otros. Si bien fue un suceso mundial, hay que reconocer que en otros
países del continente su caída no fue tan fuerte, es decir, en Perú era casi la
principal fuerza política, con influencia en campesinos, obreros, estudiantes,
intelectuales, profesionales; y pasó a ser un sector marginal, mal visto por la
mayoría de esas mismas poblaciones.
Sendero y el MRTA no estaban
locos cuando se mandaron a la guerra, consideraban que el momento
revolucionario había llegado, durante los años 70 casi toda la izquierda veía
un crecimiento que solo podía conducir al momento revolucionario. Pero este no
llegó, o llegó pero fue el grupo menos indicado el que se lanzó a la lucha. La
izquierda que había proclamado la revolución durante dos décadas, terminó
proclamando la participación en la gestión estatal y trabajando en entidades de
desarrollo (ONGs). En cierta medida, la revolución fue desmantelada desde
adentro y antes de realizarse, “como un pan que en la puerta del horno se nos
quema”, parafraseando a Vallejo.
El olvidado factor cultural
Cada movimiento que pretende
transformaciones sociales, busca construir su propia cultura. A principios del
siglo XX, los anarcosindicalistas tenían sus propias organizaciones, sus
propios libros, sus propias escuelas. Décadas después, los marxistas hicieron
lo mismo pero con sus propias características, se llamaba “burgueses” a muchos
elementos culturales oficiales, y eran “taras burguesas” los gustos y
preocupaciones que no reforzaban el marxismo. Los comunistas reivindicaban una
cultura surgida del proletariado, que recogiera elementos de las culturas
dominadas, principalmente de lo andino, pero todos en función a propiciar la
futura sociedad socialista.
Sin embargo, los mismos
intelectuales y dirigentes comunistas, fueron valorando poco a poco a las
culturas marginadas que crecían con la migración del campo a la ciudad. La
lucha por ser aceptados en la sociedad que los marginaba, fue la forma en que
estos sectores se acercaron a la izquierda, y fue también, la razón porque
luego le dieron la espalda. La llamada cultura “chicha” presentó un desafío
para la izquierda, criticada por los elementos de alienación que presentaba, al
final, fue respetada en su búsqueda de inclusión. Total, la izquierda lo que
proponía era la modernidad, una modernidad más justa, pero modernidad al fin.
Lo “chicha” era más afín a esta idea que la tradición indígena.
Pero fue ese pensamiento
“chicha”, de querer ser incluido a la sociedad dominante, el que dio la base
social al Fujimorismo y aún hoy es el principal soporte del neoliberalismo. Los
que buscaban incluirse no iban a apostar por algo que pretendiese destruir el
sistema al que tan esforzadamente se iban incluyendo. La inclusión se convirtió
en el reemplazo de la justicia como aspiración social, por eso un intelectual
de derecha los denominó “el otro sendero”.
El tiempo de la nostalgia
A fines de los 90 nuevos
movimientos sociales y activistas lucharon contra la dictadura camuflada de
Fujimori, luego surgieron luchas contra la economía extractivista impuesta por
el modelo neoliberal, para el 2010 la principal fuerza crítica al sistema
serían el movimiento indígena y los ambientalistas. Todos estos movimientos
serían denominados izquierda bajo la denominación simplificadora que
mencionamos al comienzo, aunque la mayoría no son marxistas.
En este panorama, los marxistas
de ayer y muchos jóvenes que crecieron con la añoranza de aquella “edad de oro”
del marxismo peruano, creyeron que lo lógico era el resurgimiento de esa
izquierda, solo que incluyendo las reivindicaciones de los nuevos actores y
movimientos sociales. Ahora tenemos un fuerte movimiento nostálgico que no
ayuda a enfrentar las dominaciones del presente, y termina aislando más a esta
“vieja” izquierda de los sectores populares.
La apuesta nostálgica insiste en
la necesidad de construir partidos políticos y participar de las contiendas
electorales, aunque la principal idea de aquellos años ha desaparecido por
completo: lo revolucionario. La principal añoranza es reconstruir la Izquierda
Unida, una alianza electoral que les permita continuar el camino donde el
fujimorismo lo interrumpió, los pasados fracasos del Frente Amplio no los hace
reflexionar aún. Lo que queda de aquella izquierda es su expresión “pequeño
burguesa”, los denominados “caviares” (expresión copiada del francés), que
apuestan por propiciar cambios desde las instituciones existentes, priorizan el
espacio de gestión, desprecian el “culto a la pobreza” y han aceptado convivir
con las “taras burguesas”.
Curiosamente la derecha extrema
usa el término caviar como insulto contra los que protestan. No lo hacen por
tontos, sino que de alguna manera, así intentan mantener alejada a la izquierda
de las bases sociales; decirles caviares es como decirles “luchan por los
pobres pero viven (o quieren vivir) como los ricos”. Con las elecciones
próximas vemos a los viejos dirigentes cavando su tumba en una alianza que sólo
une a los más cuestionados de la izquierda, por otro lado el FA reaparece con
nuevos rostros y discursos, pero no logran distanciarse del “caviarismo”.
Lo revolucionario en el siglo XXI
Durante décadas, la izquierda
despreció las reivindicaciones y luchas que no encajaran en su esquema. Cuando
esta izquierda se debilitó, esas otras luchas se hicieron visibles. Ahora, las
resistencias al extractivismo y los valores indígenas son denominados de
izquierda, pero hay dos acepciones a esta denominación. Por una parte, la
derecha los acusa de ser manipulados o dirigidos por los comunistas; por otra,
la izquierda caviar pretende incluirlos en sus propios proyectos.
La izquierda se “quemó en la puerta
del horno” cuando abandonó su principal bandera, la revolución. Pero hay que
aclarar que revolución no es sinónimo de guerra, sino de un proceso de cambio,
que se da de múltiples formas (incluyendo la rebelión pacífica de Gandhi). Así,
lo que se ha perdido es el sentido revolucionario, el deseo de transformar la
realidad. Cosa presente en otros movimientos del continente, incluso en los
gobiernos progresistas que bien podrían ser denominados “caviares”.
Pues lo revolucionario ahora está
en cuestionar el modelo de desarrollo, retomando el respeto a la naturaleza, pero
también cuestionando la cultura dominante. Desde la agricultura orgánica y la
economía justa, educación alternativa o cualquier proyecto autónomo y
autogestionado, pues el neoliberalismo nos domina “comprándonos”, dándonos
dinero o ciertos bienes materiales. No se puede ser revolucionario tomando
Cocacola frecuentemente, ni aspirando tener altos sueldos o “éxito”, pues el éxito es un valor
neoliberal. Tal parece que la izquierda nostálgica se está convirtiendo en una
pieza más de la dominación que cuestiona, como antes les pasó a los masones o a
la socialdemocracia.
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