A los 70 años de establecido el
día del Cusco (posteriormente ampliado al mes), junto a los coloridos desfiles
de danzas, viejos debates retornan a las calles de esta histórica ciudad. Como
si los ecos de lejanas rencillas siguieran cabalgando por sus pétreas calles.
Una lectura histórica de estas discusiones podría ayudarnos a comprenderlas.
El indigenismo cusqueño: recreando una identidad
El siglo XX inició con tensiones
sociales y culturales que desembocaron en un debate durante sus primeras
décadas: hispanismo versus indigenismo. Se trataba de dos
posiciones para explicar la negativa situación del país y las posibilidades de
mejorar en el futuro. Unos consideraban que el problema del Perú era su mayoría
indígena, que no permitía modernizar el país, por lo tanto la solución era
modernizar a este sector a la fuerza o reemplazarlos paulatinamente, ya sea vía
el mestizaje o la llegada de otros occidentales. Los indigenistas consideraban
que el problema era la explotación a la que se había sometido a esta población,
siendo la solución el valorizar su cultura e integrarlos a la nación en calidad
de ciudadanos plenos.
El indigenismo tuvo fuerte
presencia en la ciudad del Cusco, donde llegó a modelar una nueva identidad local,
mestiza pero basada en su pasado inka y el componente indígena andino, como
tronco de su identidad. Esto despertó fuertes cuestionamientos, acusándoseles
de pasadistas. Pero cobró fuerza en la mentalidad popular local, llegando a
establecer una nueva fecha para la celebración local, que dejando de lado la
fundación española (con el sólido argumento que no fue tal, pues fundaron algo
que ya estaba fundado), se escogió el día del indio (24 de junio) para celebrar
el día del Cusco.
Esto fue en 1944, y el principal elemento
de esa celebración fue la representación de la fiesta inka del Intiraymi
(fiesta del sol). No fue el primer lugar en representar una fiesta antigua como
base de su identidad, pues eso se ha dado en muchas poblaciones. Actualmente, muchos
pueblos hacen lo mismo por todas partes de la región, el país y el continente.
Junto a las fiestas, vino la difusión de expresiones artísticas andinas,
creación y recreación de símbolos locales, valoración del idioma quechua,
colocación de monumentos.
Un inka en la plaza, ¡qué buena raza!
En los años setenta, como
antesala al bicentenario de la revolución de Tupac Amaru, se realizó un
concurso para erigir un monumento al héroe indígena de 1780. La idea original
era colocar el diseño ganador en la plaza principal de Cusco, pero una fuerte
oposición generó un largo debate, que se solucionó creando una nueva plaza para
el monumento a tan rebelde personaje. A pesar de la identidad cusqueña tan
promocionada, el héroe fue desterrado de la plaza.
En 1993, el famoso alcalde Daniel
Estrada mandó construir un enorme monumento al inka Pachakuteq en el óvalo que
ahora lleva su nombre, y remodeló varias plazas colocando monumentos alusivos a
nuestra cultura. Para esto, se reubicó las estatuas de héroes oficiales en lugares
como la avenida Pardo, denominándola Alameda de los Héroes. Habían pasado
veinte años desde lo de Tupac Amaru, la identidad andina estaba más
fortalecida, Estrada retiró el monumento a los conquistadores Pizarro de la
avenida El Sol, sin embargo, algunos intelectuales locales ofrecieron una
fuerte oposición al proyecto de remodelación de la plaza principal.
Casi veinte años después, otro
alcalde no tan famoso colocó sorpresivamente una estatua de un inka en la plaza
principal del Cusco. Los mismos críticos de Estrada en el pasado, ahora
cuestionaron este monumento, pero no solo ellos. Cuatro décadas después del
destierro del Tupac Amaru, el mismo debate ocupó las conversaciones locales,
solo que con otras vestimentas. Los críticos al inka en la plaza, argumentan
(porque siguen argumentando) que no respeta los dictados de la UNESCO y que
como fue puesta sin consultar, pues está mal (también hay supuestos artistas
que dicen que la estatua es fea, pero como sabemos, de gustos y colores…). Los
defensores del inka sienten que es necesario tener un símbolo propio en la
plaza.
Al margen de quién y cómo lo
hizo, o si la estatua no agrada a todos; se trata de una expresión de esa
reconstrucción colectiva de la identidad cusqueña. Las identidades se modifican
constantemente y en procesos socioculturales colectivos, a pesar de quienes
quisieran seguir controlando el imaginario de la población, a pesar de los
opositores por diferencias políticas o teóricas. Es por eso que la mayoría de
la población respalda al “inka de la plaza”.
¿Quién decide cómo se escribe un idioma?
Entre los temas impulsados por el
indigenismo, se tocó el de los idiomas nativos. En noviembre de 1953 se
organizó en Cusco la Academia Mayor de la Lengua Quechua (AMLQ), encargada de
promover la escritura de este idioma. En el Congreso Indigenista de La Paz en
1954, se aprobó un alfabeto para las lenguas quechua y aymara, que recogía
aportes que indigenistas como Valcárcel venían realizando desde los años 20. En
el mismo evento, la lingüista norteamericana Hartman propuso que estos idiomas
deberían escribirse con 3 vocales en vez de las 5 que usa el alfabeto
castellano, esta propuesta generó un debate que crecería con los años.
En 1975, el gobierno de Velasco
Alvarado oficializó el idioma quechua y se editaron diccionarios en las
principales variedades de este idioma en el Perú. Recién se logró difundir la
escritura y el alfabeto de 1954 (con pequeñas modificaciones). En 1983 otro
taller aprobó un nuevo alfabeto para las lenguas quechua y aymara, esta vez
trivocálico. La AMLQ desconoció este alfabeto y desde entonces, trivocalistas y
pentavocalistas no se ponen de acuerdo.
El trasfondo de este debate es
más social y político de lo que se cree. El trivocalismo no sostiene (como
algunos pretenden) que se hable con sólo 3 vocales, sino que al momento de
escribir se utilice sólo las vocales A, I, U, las mismas que variarían de
pronunciación en casos específicos (cercanía de la letra Q). Lo que pretenden
es tener una escritura más “pura” del idioma, basada en estudios lingüísticos.
Esta propuesta pretende crear una escritura general para todas las variantes
del quechua, y pretenden “normalizarla”, es decir imponerla desde espacios
gubernamentales y ongs (varias de estas instituciones vienen publicando con estas
normas desde aquellos años).
El principal opositor al
trivocalismo es la AMLQ, argumentando que se usen las 5 vocales, porque “así ha
sido siempre”, exigiendo una escritura diferenciada para cada variedad
dialectal del quechua. Los pentavocalistas son acusados de no ser especialistas
en lingüística y demás ciencias modernas del lenguaje, además se les minimiza
por ser bilingües y mestizos. Pero curiosamente el trivocalismo ha sido
formulado por gringos y académicos, claro que secundados por indígenas letrados
que prefieren unirse a los “lingüistas” antes que a los mestizos.
Este debate sólo ha contribuido a
dificultar la difusión del quechua, quizás porque esa fue su intención original.
Al margen de mayores sustentaciones de ambas partes, nuevamente se trata un
debate de identidades. Se está negando el trabajo que andinos bilingües ya
venían realizando hace décadas, porque no son “especialistas”. Negándoles así
su derecho a decidir la escritura del idioma que también es suyo. Los
trivocalistas pretenden que sólo los indígenas monolingües tienen este derecho,
pero como estos no escriben, entonces los académicos les indicarán cómo
escribir. Es la misma idea de civilizar a los indígenas, curiosamente promovida
por “gringos” y lamentablemente seguida por indígenas educados por entidades
financiadas por gringos. También podría esconder el odio al recuerdo de Velasco
(sentimiento de herencia gamonal) por ser este quien oficializó el alfabeto
pentavocálico.
Nada de cultura viva, el Cusco es un museo
Desde los años 70 se
implementaron desfiles escolares de danzas como parte de los festejos del
Cusco, ahora eso se ha extendido a muchos lugares y en la ciudad “imperial” hay
desfiles de universidades y otras instituciones. Las generaciones actuales han
crecido reconociendo su identidad gracias a estas actividades, sin embargo hay
críticos desde el mismo Cusco, que consideran negativo este modo de
celebración.
Nuevamente algunos académicos,
los “sabelotodos” modernos, plantean que al representar estas danzas en
pasacalles, escenarios y concursos, se está alterando su función, sacándola de
contexto y hasta llegan a decir, que la ciudad las está “expropiando” a las
comunidades, de donde son originarias. Otra vez se comete el error de
considerar la cultura como algo estático y segmentado, no toman en cuenta que
muchos de los danzantes urbanos son hijos o nietos de comuneros. Es lógico que
al llevar estas danzas a colegios urbanos, estas se alteren un poco, porque se
hallan en un contexto diferente, y es un absurdo pedir que la población urbana
no baile estas danzas, “porque las distorsiona”.
En el fondo parecen buscar que
los cusqueños no usen elementos rurales, comunales y andinos en su celebración.
¿Qué bailaríamos entonces? Es la misma actitud que hemos visto líneas arriba:
sujetos “intelectuales”, “académicos” y por ende “modernos” cuestionan la
identidad cusqueña que se sigue construyendo colectivamente. Tal parece que las
élites culturales dominantes del país, es decir “los criollos de arriba”, al no
poder contener el desborde cultural andino, pretenden controlarlo, regularlo,
“normarlo”, para seguir dominando a los andinos. Es pues una actitud colonial
que se expresa a través de los sacerdotes de la civilización dominante: los
académicos (que cumplen el rol que antes cumplían los curas). Aclaremos que
entre los académicos también hay quienes se ubican junto a los pueblos y
cuestionan la estructura dominante, lo malo es que muchos otros que en teoría
defienden lo “nuestro”, terminan asumiendo estas actitudes coloniales.
Felizmente la cultura es fuerte,
los waynas y las sipas del Cusco siguen bailando las danzas de las montañas, el
inka sigue en la plaza, se sigue escribiendo en quechua, con todas sus vocales
y sus variedades dialectales. Pero esta fuerza -como cualquier otra- podría ser
doblegada, si es que no tomamos conciencia de esta nueva extirpación de
idolatrías, y le hacemos frente.
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