jueves, 19 de junio de 2014

Los enemigos del Cusco


A los 70 años de establecido el día del Cusco (posteriormente ampliado al mes), junto a los coloridos desfiles de danzas, viejos debates retornan a las calles de esta histórica ciudad. Como si los ecos de lejanas rencillas siguieran cabalgando por sus pétreas calles. Una lectura histórica de estas discusiones podría ayudarnos a comprenderlas.

El indigenismo cusqueño: recreando una identidad

El siglo XX inició con tensiones sociales y culturales que desembocaron en un debate durante sus primeras décadas: hispanismo versus indigenismo. Se trataba de dos posiciones para explicar la negativa situación del país y las posibilidades de mejorar en el futuro. Unos consideraban que el problema del Perú era su mayoría indígena, que no permitía modernizar el país, por lo tanto la solución era modernizar a este sector a la fuerza o reemplazarlos paulatinamente, ya sea vía el mestizaje o la llegada de otros occidentales. Los indigenistas consideraban que el problema era la explotación a la que se había sometido a esta población, siendo la solución el valorizar su cultura e integrarlos a la nación en calidad de ciudadanos plenos.

El indigenismo tuvo fuerte presencia en la ciudad del Cusco, donde llegó a modelar una nueva identidad local, mestiza pero basada en su pasado inka y el componente indígena andino, como tronco de su identidad. Esto despertó fuertes cuestionamientos, acusándoseles de pasadistas. Pero cobró fuerza en la mentalidad popular local, llegando a establecer una nueva fecha para la celebración local, que dejando de lado la fundación española (con el sólido argumento que no fue tal, pues fundaron algo que ya estaba fundado), se escogió el día del indio (24 de junio) para celebrar el día del Cusco.

Esto fue en 1944, y el principal elemento de esa celebración fue la representación de la fiesta inka del Intiraymi (fiesta del sol). No fue el primer lugar en representar una fiesta antigua como base de su identidad, pues eso se ha dado en muchas poblaciones. Actualmente, muchos pueblos hacen lo mismo por todas partes de la región, el país y el continente. Junto a las fiestas, vino la difusión de expresiones artísticas andinas, creación y recreación de símbolos locales, valoración del idioma quechua, colocación de monumentos.

Un inka en la plaza, ¡qué buena raza!

En los años setenta, como antesala al bicentenario de la revolución de Tupac Amaru, se realizó un concurso para erigir un monumento al héroe indígena de 1780. La idea original era colocar el diseño ganador en la plaza principal de Cusco, pero una fuerte oposición generó un largo debate, que se solucionó creando una nueva plaza para el monumento a tan rebelde personaje. A pesar de la identidad cusqueña tan promocionada, el héroe fue desterrado de la plaza.

En 1993, el famoso alcalde Daniel Estrada mandó construir un enorme monumento al inka Pachakuteq en el óvalo que ahora lleva su nombre, y remodeló varias plazas colocando monumentos alusivos a nuestra cultura. Para esto, se reubicó las estatuas de héroes oficiales en lugares como la avenida Pardo, denominándola Alameda de los Héroes. Habían pasado veinte años desde lo de Tupac Amaru, la identidad andina estaba más fortalecida, Estrada retiró el monumento a los conquistadores Pizarro de la avenida El Sol, sin embargo, algunos intelectuales locales ofrecieron una fuerte oposición al proyecto de remodelación de la plaza principal.

Casi veinte años después, otro alcalde no tan famoso colocó sorpresivamente una estatua de un inka en la plaza principal del Cusco. Los mismos críticos de Estrada en el pasado, ahora cuestionaron este monumento, pero no solo ellos. Cuatro décadas después del destierro del Tupac Amaru, el mismo debate ocupó las conversaciones locales, solo que con otras vestimentas. Los críticos al inka en la plaza, argumentan (porque siguen argumentando) que no respeta los dictados de la UNESCO y que como fue puesta sin consultar, pues está mal (también hay supuestos artistas que dicen que la estatua es fea, pero como sabemos, de gustos y colores…). Los defensores del inka sienten que es necesario tener un símbolo propio en la plaza.

Al margen de quién y cómo lo hizo, o si la estatua no agrada a todos; se trata de una expresión de esa reconstrucción colectiva de la identidad cusqueña. Las identidades se modifican constantemente y en procesos socioculturales colectivos, a pesar de quienes quisieran seguir controlando el imaginario de la población, a pesar de los opositores por diferencias políticas o teóricas. Es por eso que la mayoría de la población respalda al “inka de la plaza”.

¿Quién decide cómo se escribe un idioma?

Entre los temas impulsados por el indigenismo, se tocó el de los idiomas nativos. En noviembre de 1953 se organizó en Cusco la Academia Mayor de la Lengua Quechua (AMLQ), encargada de promover la escritura de este idioma. En el Congreso Indigenista de La Paz en 1954, se aprobó un alfabeto para las lenguas quechua y aymara, que recogía aportes que indigenistas como Valcárcel venían realizando desde los años 20. En el mismo evento, la lingüista norteamericana Hartman propuso que estos idiomas deberían escribirse con 3 vocales en vez de las 5 que usa el alfabeto castellano, esta propuesta generó un debate que crecería con los años.

En 1975, el gobierno de Velasco Alvarado oficializó el idioma quechua y se editaron diccionarios en las principales variedades de este idioma en el Perú. Recién se logró difundir la escritura y el alfabeto de 1954 (con pequeñas modificaciones). En 1983 otro taller aprobó un nuevo alfabeto para las lenguas quechua y aymara, esta vez trivocálico. La AMLQ desconoció este alfabeto y desde entonces, trivocalistas y pentavocalistas no se ponen de acuerdo.

El trasfondo de este debate es más social y político de lo que se cree. El trivocalismo no sostiene (como algunos pretenden) que se hable con sólo 3 vocales, sino que al momento de escribir se utilice sólo las vocales A, I, U, las mismas que variarían de pronunciación en casos específicos (cercanía de la letra Q). Lo que pretenden es tener una escritura más “pura” del idioma, basada en estudios lingüísticos. Esta propuesta pretende crear una escritura general para todas las variantes del quechua, y pretenden “normalizarla”, es decir imponerla desde espacios gubernamentales y ongs (varias de estas instituciones vienen publicando con estas normas desde aquellos años).

El principal opositor al trivocalismo es la AMLQ, argumentando que se usen las 5 vocales, porque “así ha sido siempre”, exigiendo una escritura diferenciada para cada variedad dialectal del quechua. Los pentavocalistas son acusados de no ser especialistas en lingüística y demás ciencias modernas del lenguaje, además se les minimiza por ser bilingües y mestizos. Pero curiosamente el trivocalismo ha sido formulado por gringos y académicos, claro que secundados por indígenas letrados que prefieren unirse a los “lingüistas” antes que a los mestizos.

Este debate sólo ha contribuido a dificultar la difusión del quechua, quizás porque esa fue su intención original. Al margen de mayores sustentaciones de ambas partes, nuevamente se trata un debate de identidades. Se está negando el trabajo que andinos bilingües ya venían realizando hace décadas, porque no son “especialistas”. Negándoles así su derecho a decidir la escritura del idioma que también es suyo. Los trivocalistas pretenden que sólo los indígenas monolingües tienen este derecho, pero como estos no escriben, entonces los académicos les indicarán cómo escribir. Es la misma idea de civilizar a los indígenas, curiosamente promovida por “gringos” y lamentablemente seguida por indígenas educados por entidades financiadas por gringos. También podría esconder el odio al recuerdo de Velasco (sentimiento de herencia gamonal) por ser este quien oficializó el alfabeto pentavocálico. 

Nada de cultura viva, el Cusco es un museo

Desde los años 70 se implementaron desfiles escolares de danzas como parte de los festejos del Cusco, ahora eso se ha extendido a muchos lugares y en la ciudad “imperial” hay desfiles de universidades y otras instituciones. Las generaciones actuales han crecido reconociendo su identidad gracias a estas actividades, sin embargo hay críticos desde el mismo Cusco, que consideran negativo este modo de celebración.

Nuevamente algunos académicos, los “sabelotodos” modernos, plantean que al representar estas danzas en pasacalles, escenarios y concursos, se está alterando su función, sacándola de contexto y hasta llegan a decir, que la ciudad las está “expropiando” a las comunidades, de donde son originarias. Otra vez se comete el error de considerar la cultura como algo estático y segmentado, no toman en cuenta que muchos de los danzantes urbanos son hijos o nietos de comuneros. Es lógico que al llevar estas danzas a colegios urbanos, estas se alteren un poco, porque se hallan en un contexto diferente, y es un absurdo pedir que la población urbana no baile estas danzas, “porque las distorsiona”.

En el fondo parecen buscar que los cusqueños no usen elementos rurales, comunales y andinos en su celebración. ¿Qué bailaríamos entonces? Es la misma actitud que hemos visto líneas arriba: sujetos “intelectuales”, “académicos” y por ende “modernos” cuestionan la identidad cusqueña que se sigue construyendo colectivamente. Tal parece que las élites culturales dominantes del país, es decir “los criollos de arriba”, al no poder contener el desborde cultural andino, pretenden controlarlo, regularlo, “normarlo”, para seguir dominando a los andinos. Es pues una actitud colonial que se expresa a través de los sacerdotes de la civilización dominante: los académicos (que cumplen el rol que antes cumplían los curas). Aclaremos que entre los académicos también hay quienes se ubican junto a los pueblos y cuestionan la estructura dominante, lo malo es que muchos otros que en teoría defienden lo “nuestro”, terminan asumiendo estas actitudes coloniales.


Felizmente la cultura es fuerte, los waynas y las sipas del Cusco siguen bailando las danzas de las montañas, el inka sigue en la plaza, se sigue escribiendo en quechua, con todas sus vocales y sus variedades dialectales. Pero esta fuerza -como cualquier otra- podría ser doblegada, si es que no tomamos conciencia de esta nueva extirpación de idolatrías, y le hacemos frente.

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