En 1782, los españoles supieron que no podían vencer a los runas rebeldes, entonces les propusieron un trato de paz y el inka Diego Tupa Amaru aceptó firmarlo en la ciudad de Sicuani. Pero en Azángaro, Pedro Vilca Apaza desconfió de ese acuerdo y siguió luchando, sus enemigos lograron vencerlo ahora que tenía menos fuerzas. Antes de que lo despedazaran 8 caballos gritó: “aprendan a morir como yo”.
Su pueblo aprendió, ¡claro que lo hiso!, aprendió que morir con dignidad es mejor que vivir en la constante humillación. En Azángaro el nombre de Vilca Apaza y su esposa y colideresa Manuela Copa Condori, se sienten por todas partes, no sólo en la memoria de los azangarinos, sino en muchos apellidos de descendientes de aquellos días, que con dignidad siguen llamándose Vilca Apaza.
Hoy como ayer, una nueva invasión está matando no sólo a la gente sino al río mismo, el Ramis dador de vida recibe una recompensa injusta, la minería informal está contaminandolo. Los herederos de Vilca Apaza recordaron sus enseñanzas y se rebelaron, exigiendo la descontaminación de su río, que se vayan las minas, formales e informales, ¡que se vayan!
Para lograr este propósito marcharon a la ciudad de Juliaca, a dialogar con el gobierno, pero el gobierno les dijo que sólo dialogaría con los de Carabaya. Entonces tuvieron que bloquear las carreteras y como seguía la indiferencia, fueron a bloquear el aeropuerto. Allí la policía les respondió con balas, igual que aquel triste 1782, cayeron 30 heridos y 5 llegaron a morir. Aprendieron, capitán Pedro Vilca, aprendieron de tu ejemplo y ahora, nos toca a los demás aprender de ese ejemplo renovado.
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