¿Qué hace que un cuestionado
personaje todavía tenga respaldo? ¿Es el fujimorismo un mesianismo neoliberal
posmoderno? ¿Cómo derrotar un movimiento que no se basa en argumentos
racionales?
El mito Fujimori
Todas las versiones de lo
ocurrido en la última década del siglo XX coinciden en señalar a un personaje
histórico, para bien o para mal, llamado Fujimori. Unos le agradecen sus
“aciertos en políticas económicas” y haber derrotado al terrorismo. Otros
condenan su corrupción y su política represiva y autoritaria. Pero todos siguen
señalando virtudes y defectos como propios del individuo, como si de haber
estado en su lugar otro presidente, no hubiera tenido los mismos méritos y defectos.
La verdad es que todo lo que hizo
Fujimori lo habría hecho cualquiera que estuviera en su lugar. Para comenzar,
aplicó el programa económico de Vargas Llosa, shok incluido, por eso muchos
partidarios y asesores del novelista, terminaron sumándose al fujimorismo. El
maquiavélico asesor Vladimiro Montesinos se iba a presentar a quien fuera,
claro que le resultó ideal el “chino”, pero viendo a la distancia, ¿acaso otros
candidatos no habrían sucumbido a la presencia de este individuo entrenado por
la CIA?
Lo de la derrota del terrorismo
ni siquiera fue usado en campaña por el propio Fujimori, recuerdo claramente
que hablaba de combatir la recesión para quitarle base a Sendero. La verdad es
que Sendero nunca llegó al “equilibrio estratégico” que proclamaba, estaba
derrotado por las rondas en el campo y con amplio rechazo de las organizaciones
populares en las ciudades. Sus atentados de esos años sólo fueron sus manotazos
de ahogado. Los mismos policías que lucharon contra este en los 80, serían
quienes finalmente apresarían a Gonzalo, hecho en el que nada tuvo que ver el Chino
y menos su asesor.
Sucede que el año 90, la
población estaba desesperada por la crisis económica, Vargas Llosa ofrecía el
neoliberalismo como única solución y la izquierda padecía los efectos de la
crisis mundial del marxismo. Entonces aparece un desconocido que puede crecer
en las encuestas. Es iluso pensar que los poderes fácticos no hayan averiguado
entonces el pasado de tan “oscuro” personaje. Sus antecedentes laborales y
políticos bastaban para darse cuenta que sería un gobernante útil y fácilmente
manipulable por los grupos de poder. Estos permitieron que el pueblo se
esperanzase con este “salvador” y creyese que había derrotado al neoliberalismo.
Ilusión que se acabó con el fujishok al mes de asumido el mando, sin embargo,
el respaldo fujimorista creció en vez de disminuir.
Es interesante comparar lo
sucedido con Ollanta 16 años después, cuando al igual que el Chino, no cumplió
su promesa (caso Conga). Pero esta vez perdió rápidamente su apoyo popular. Los
años explican esta diferencia en parte (la decepción fue mayor ante un libreto
conocido), y hay un factor adicional:
El fujimorismo es “el otro Sendero”
Una de las características resaltadas
en la campaña del 90 fue que Fujimori era “chinito”. Su origen étnico pesó
mucho en la gente y fue hábilmente usado por el candidato y más cuando ya fue
gobierno. Sus acompañantes eran pluriétnicos, por primera vez se tuvo un
congreso lleno de rostros marrones y un vicepresidente quechuahablante. Sin
embargo, luego del autogolpe de 1992, el vicepresidente quiso liderar la
oposición democrática discursando en quechua. Los hechos demuestran que la
identidad andina no era la que pesaba en los “cholos” de entonces.
Fujimori tenía un origen y un
discurso que se basaban en lo que se vino a llamar “cultura chicha”. El sujeto
de origen humilde que llegó a triunfar en el mundo de blancos, tal como miles
de comerciantes, ambulantes y migrantes, venían buscando. Triunfar en el mundo
moderno, no cambiar la sociedad ni hacerla más justa, sólo obtener un lugarcito
de esa “promesa de la vida peruana”, aunque para obtenerlo hubiera que cometer
atropellos.
Fujimori disolvió el Congreso y
centralizó el poder en su persona, implementando un modelo que 20 años después
sería recurrente: los golpes blandos, las dictaduras encabezadas por civiles.
Los partidos políticos se opusieron a la medida, uniéndose en esto derechas e
izquierdas. Pero el efecto logrado fue contrario, la población vio en ellos la
unión de todos los culpables del malestar del país, y los inclinó más bien a
respaldar la dictadura.
Entonces, con un gobierno
improvisado que tenía por única doctrina favorecer al empresariado, la
corrupción se destapó a niveles nunca antes vistos. Y fue esto lo que terminó
debilitando al régimen, jaqueado sus últimos años por la protesta estudiantil y
enterrándose con sus propios excesos autoritarios. La re-reelección, la marcha
de los 4 suyos y los vladivideos liquidaron un régimen que tan sólo un año
atrás parecía muy fortalecido.
Sin embargo, gran parte de sus
bases sociales siguieron siendo fujimoristas y son los que ahora respaldan su
retorno. Esto no se puede explicar solamente con el clientelismo y el manejo
simbólico que tuvo el Chino. Sus bases se siguieron viendo reflejadas en este
caudillo que no venía de alguna tradición política sino de una experiencia de
vida similar a la suya, era un “emprendedor exitoso” para usar términos
contemporáneos.
A partir del 90, los políticos
serios y bastante ideologizados, fueron reemplazados por políticos con
características de actores de TV o cine: personas en las que el público (los
electores) se ven subliminalmente reflejados, alegrándose por sus triunfos así
como se alegran por el triunfo de un equipo de fútbol o por los éxitos del
galán de la novela. En ambos casos, dichas alegrías no modificarán la vida del
espectador, pero este siente una satisfacción simbólica que le ayuda a pasar la
vida vacía y alienada que le queda. Tampoco le disgusta que sus “héroes” ganen
cifras groseramente elevadas. El neoliberalismo sólo llevó estos modos del espectáculo
a la política.
Similitudes y diferencias del fujimorismo y otros neoliberalismos
En Argentina el neoliberalismo
fue implementado por Carlos Menem, un caudillo autoritario y corrupto que
gobernó todos los 90 (además llegó a ser amigo de Fujimori), posteriormente
juzgado y condenado por corrupción. En Brasil lo inició Collor de Melo que
renunció por escándalos de corrupción. En México estuvo Carlos Salinas, cuyo
hermano Raúl fue condenado por corrupción al acabar el mandato de su hermano. Como
vemos, la corrupción y el autoritarismo fueron una constante en los gobernantes
neoliberales de la década. La diferencia es que ninguno construyó una base
social capaz de retornar 20 años después, quizás esto se deba a la tradición
autoritaria más presente en Perú que en dichos países.
En la mayoría de Latinoamérica se
había retornado a la democracia en los 80, pero sólo en Perú se desató una
guerra civil sin precedentes. Esto explica que el miedo al retorno del
terrorismo sea más fuerte que el temor a perder la democracia. El caso peruano
se parece más al centroamericano, pero en estos países, las guerrillas
negociaron la paz con los gobiernos neoliberales. Dichas guerrillas habían sido
bien vistas por un buen sector de sus países, a diferencia de Sendero que no
sólo era cuestionado por la izquierda peruana, sino que además se había
enfrentado criminalmente a ella. Además la ausencia de un “equilibrio
estratégico” hizo que no hubiera negociación posible y Fujimori se ocupó de
construir su imagen de vencedor del terrorismo, fomentando el miedo a Sendero
en la población. La guerra había acabado en 1993, pero la represión justificó
el posible retorno de Sendero, política que se aplica hasta hoy.
El mismo modelo autoritario del Chino
fue aplicado por otros gobiernos la década siguiente, pero para contrarrestar
el neoliberalismo. El caso de Chávez en Venezuela y Evo Morales en Bolivia son
sintomáticos, construyeron caudillismos mesiánicos agitando el temor al retorno
del neoliberalismo. Aunque el neoliberalismo nunca fue abandonado realmente, sí
fomentaron la inclusión de grandes sectores marginados de sus países, el caso
de los indígenas bolivianos es el más interesante. Es decir, los progresistas
hicieron lo que Fujimori sólo predicó pero nunca cumplió. Y aun así, este sigue
teniendo respaldo popular.
Similitudes y diferencias de la dictadura y la democracia
La caída del fujimorato fue una
victoria a medias, pues se mantuvo la Constitución del 93 y toda la estructura
del estado neoliberal. La política local se llenó de pequeños fujimoris:
caudillos autoritarios y corruptos, que en algunos casos aspiraron a la
presidencia. Esta forma de hacer política se prolongó hasta el presente y el
caso Odebretch es sólo un ejemplo.
En cuanto a represión, más
violencia hemos visto en gobiernos democráticos como el segundo de Alan García,
que en los peores años de la dictadura. Es más, si revisamos el informe de la
CVR, notamos que hubo más violaciones de derechos humanos en el gobierno de
Belaúnde que en el de Fujimori, y es que estos hechos se dan en un contexto de
guerra, así, estos delitos se dan a gran escala a inicios del fujimorato,
disminuyendo luego.
Lo que sí, el fujimorismo utilizó
el miedo al terrorismo para reprimir cualquier protesta, llegando a asesinatos
selectivos que también debilitaron su imagen. Estas políticas fueron
modificadas sólo en parte y gracias a la presión de la sociedad civil, pero se
sigue aplicando en los conflictos sociales. En zonas afectadas por
megaproyectos y empresas extractivistas, no hay diferencia entre la dictadura y
la supuesta democracia actual.
Otro aspecto interesante es el
cultural. Se ha prolongado la “cultura chicha” que bien aprovechó Fujimori, los
emprendedores siguen eligiendo caudillos en los que se ven reflejados aunque no
haya vínculo real, se contentan con obras o con regalos, bajo la idea de que
todos los políticos son corruptos y por lo tanto prefiero elegir a uno
conocido. Allí, un Fujimori sigue siendo la mejor opción.
La prisión de Fujimori incrementó
este vínculo simbólico de sus seguidores, quienes expresaban que el pobre “chinito”
está preso a pesar de que hizo buenas obras, esto es similar a defender al
futbolista o galán de la novela que puede haber cometido delitos, pero se le
perdona por las “ilusiones y alegrías” que nos hizo vivir. La política
convertida en espectáculo no es exclusiva del Perú, se dio a la par que se
rebajaba intencionalmente el nivel cultural en todos los países, es una
política neoliberal.
Cada generación tiene su lucha
La generación que se rebeló
contra el fujimorato en realidad lo hacía contra el sistema, a su modo y con el
discurso más comprable en la época: la recuperación de la democracia. Muchos de
los jóvenes de entonces luego estuvieron envueltos en gobiernos neoliberales
posteriores, justificando que su lucha había sido contra un régimen autocrático
y corrupto con nombre propio, el fujimorismo.
Haciendo parangón entre esa
rebelión juvenil y la que se dio contra la Ley Pulpín, hay similitudes
aparentes pero más diferencias. Los “pulpines” se rebelaron contra una ley en
concreto, con discursos más antisistema que sus antecesores. Construyeron una
experiencia sin precedentes en el país, las zonas, que sí se han visto en otros
países en las últimas décadas pero aquí parecían imposibles. Sin embargo, el
espíritu pulpín fue absorbido en gran parte por el antifujimorismo que impidió
la elección de Keiko Fujimori el 2016.
Es curioso que gran parte de los
antifujimoristas sean jóvenes que no vivieron directamente la época del
fujimorato. Pero conocen el temor que generó ese periodo y evitar su posible
retorno hace aceptar cualquier gobierno, como hicieron los progresistas en
Brasil o Bolivia, presentándose como única opción para evitar el retorno
neoliberal. Este miedo compite con otro mayor y más pernicioso, el temor al
retorno del terrorismo, miedo que favorece a los neoliberales en general, pero
más al fujimorismo en particular, a partir de la idea de que fue el Chino el
único que pudo derrotar esa amenaza.
En este panorama, confrontar corrupción
con honestidad para derrotar al fujimorismo no da resultados, porque la
población considera que todos los políticos son corruptos. Tampoco ayuda la
dicotomía democracia-dictadura, porque en la mayoría de los habitantes esa
dicotomía es invisible. Así, el poder del fujimorismo no está en sus acciones
ni en su dinero sino en sus bases sociales y es allí donde democráticos e
izquierdas debieran trabajar. Bases que buscan caudillos fuertes de orígenes
“no blancos”, por eso en su momento Toledo pudo competir con Fujimori, aunque
luego su caudillismo se vació rápido, como también le pasó a Humala. Otros
ejemplos de estos “rivales posibles” son Antauro Humala o Goyo Santos.
Pero remplazar un caudillo por
otro sólo tendría un valor simbólico, sería un fujimorismo sin Fujimori (cosa
que prometía Toledo en los 90). El tema es cómo llevamos las enseñanzas de las
Zonas y otras tantas, a esos barrios acosados por remanentes de Sendero por un
lado, y el fujimorismo hoy campante por el otro. Cómo cambiamos el paradigma
“progresista”, la búsqueda de éxito personal, de aspirar esa modernidad
“chicha”, por un paradigma más comunitario y libertario. La pelea está en las
experiencias concretas que podamos construir como alternativas al neoliberalismo
y su corrupción.
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