Las elecciones del año 2006 evidenciaron la fragmentación del Perú. El interior del país, especialmente las zonas rurales, eligieron un presidente; mientras que la costa, sus grandes ciudades y especialmente Lima, eligieron a otro. En la historia republicana del Perú existe una constante diferenciación cultural-territorial (recordemos el “sólido norte” aprista o el sur “revolucionario”), pero casi nunca estas divisiones se habían graficado tan claramente como en el mapa post electoral de mayo del 2006.
El gobierno de Alan García (ganador en la costa) se ocupó de incrementar estas diferencias, gobernando para las ciudades industriales de la costa nor-central y marginando las zonas andinas y amazónicas, especialmente el sur. Implementó una política ultra neoliberal, privilegiando a las empresas mineras y de hidrocarburos, en desmedro del agro y otras actividades económicas. Además ejerció una orientación abiertamente racista, que llegó a expresiones como “no son ciudadanos de primera clase”. Todo esto acompañado de una fuerte política represiva que llegó a producir un centenar de muertes en la población civil.
Este incremento de la agresión neoliberal generó mayor resistencia de las poblaciones afectadas. Creció el rechazo al modelo económico, a las industrias extractivas y megaproyectos que atentan contra los derechos de comunidades y otros sectores. Crecieron también las voces y demandas indígenas, se produjeron varios levantamientos contra el gobierno y el sistema, siendo los más grandes los levantamientos amazónicos del 2008 y 2009. En provincias del sur se dieron los levantamientos de Moquegua, Canchis, Andahuaylas, La Convención y Espinar; así como cientos de protestas en el norte y centro.
En las elecciones regionales y municipales del 2010, el mapa parece distinto y confuso, “sicodélico” lo llamó algún comentarista. Pero no es más que una continuidad de lo anterior. En las zonas industriales ganaron partidos de “derecha”, mientras en el resto del país ganaron quienes dicen apoyar los reclamos populares. Quizás la mayor novedad sea el caso de Lima, donde ha triunfado una alianza de centro-izquierda (que tiene más de “ciudadano” que de “socialista”) logrando captar la simpatía de sectores liberales que también están cansados del neoliberalismo de tipo delincuencial que venía gobernando. El cambio es más simbólico que real.
En los andes vencieron discursos críticos al neoliberalismo, aunque no son de “izquierda” y en su mayoría sólo acogieron las demandas populares para tener votos. Lo interesante es que por eso mismo, resultan cercanos a la nueva alcaldesa de la mega-ciudad de Lima y existe la posibilidad de forjar un Estado que integre, a diferencia del actual que margina; claro que esto no ofrece la posibilidad de cambios profundos, que son los que los sectores marginados esperan. Una alianza contra el neoliberalismo tendrá que vencer la resistencia de la derecha corrupta, racista y criminal, que todavía controla el gobierno; pero principalmente tendrá que vencer los egoísmos de las izquierdas, incluir a los indígenas y otros sectores hasta ahora marginados por la clase política. En caso de que no se logre un gobierno no neoliberal en las elecciones del próximo año, el panorama político y social sería una continuidad de los últimos años, claro que con movimientos sociales más fortalecidos.
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