martes, 12 de abril de 2022

Garcilaso no mintió

 


Aunque el Inca Garcilaso de la Vega sigue siendo un referente nacional sobre el pasado prehispánico, también es cierto que le pesa un prejuicio muy arraigado sobre su obra. Se considera que el contenido histórico de la misma es falso o al menos bastante alterado.

Viene aquí uno de los problemas sobre la historiografía del tiempo prehispánico, el uso de textos historiográficos como si se tratase de evidencias escritas. Es necesario aclarar que todo escrito sobre un tema histórico es una interpretación de la misma, que se basa en fuentes, evidencias y testimonios, pero no constituye una evidencia más, sólo las retransmite. Las fuentes escritas propiamente dichas son los documentos que no relatan hechos históricos, sino que cumpliendo otras funciones, nos sirven como evidencia de hechos e ideas de determinada época.

El caso de Garcilaso es un buen ejemplo de un escritor que plasma una visión de la historia inca, una versión propia, como la que realizan todos los que escriben algún tema histórico. El autor interpreta los testimonios recibidos de acuerdo a sus concepciones ideológicas, culturales y sociales. Si bien el libro está dedicado a la población americana, y se esmera en ser entendido por esta, Garcilaso sabía que su principal público inicialmente iba a ser europeo, entonces presenta al Tawantinsuyu de manera que fuera fácilmente entendible por ese público. Como la idea es mostrar que se trataba de un gran imperio, lo hace comparándolo con el mejor ejemplo imperial para un europeo del siglo XVII: el imperio romano. Y lo hace tan bien que por momentos termina distorsionando aspectos propios de la cultura andina.

El contexto cristiano lo hace idealizar a los incas, negando la existencia de sacrificios humanos por ejemplo. Para el pensamiento cristiano de la época esto era visto como una aberración y salvajismo, entonces, para evitar que sigan viendo a los incas como un pueblo salvaje más, niega la existencia de los sacrificios. No sabemos hasta dónde está consciente de esas negaciones o es que se las terminó creyendo. Nos sucede a todos aún hoy en día, hay cosas que queremos creer tanto que terminamos afirmándolas aún sin tener evidencias. Muchas hipótesis fuerzan o sesgan los datos arbitrariamente, lo que ocasiona los grandes debates académicos. Debates que no se dieron en tiempos de Garcilaso.

Garcilaso presenta a los incas como cercanos al monoteísmo, como también lo hacen todos los cronistas indios y mestizos, aunque cada uno lanza una versión diferente. No hubo pues un debate entre estos autores, ni siquiera Guaman Poma y Morúa, que trabajaron juntos, traslucen debates, Guaman Poma critica muy duramente a Morúa, a pesar de que tomó en su libro algunos datos de aquel. Garcilaso pretende corregir a autores anteriores, impulsado por su afán de reivindicar la sociedad andina. A la larga él mismo padecerá otras “correcciones”.

Desde la segunda edición de los Comentarios Reales de los Incas (1720), el libro de Garcilaso se convirtió en la fuente más respetada sobre el pasado inca. Y fue así hasta que a fines de la siguiente centuria se empezaron a descubrir otras crónicas que traían versiones diferentes sobre esa historia. Los historiadores limeños del siglo XX encontraron en estas, grandes coincidencias en los hechos claves del proceso incaico, que sin embargo no coincidían con la versión garcilasiana. Entonces comenzó el ninguneo del famoso escritor, Rostworowsky y Macera fueron los más duros, llegando a calificarlo de “mentiroso”. Pero, así como el inca tenía razones para acomodar la historia que relataba a la versión que iba construyendo, lo mismo sucedió con estos historiadores republicanos. Rebajar a Garcilaso era una forma de golpear al indigenismo que predominaba en el sur andino. Poco a poco, se fue imponiendo un consenso que veía fantasía y falsedad en el discurso histórico de Garcilaso, aunque se le reconocía valor en sus contenidos de temática antropológica.

Este proceso se fue legitimando a la par del desarrollo de las investigaciones arqueológicas. El sector de investigadores “garcilasistas” tuvo en los hallazgos arqueológicos de Luis E. Valcárcel de 1934 su principal arma, se habían encontrado los cimientos de los “torreones” de Saqsaywaman gracias a la información de los Comentarios Reales. Pero no fue suficiente. Garcilaso presentaba un proceso histórico de larga duración, con una expansión inca lenta y que recurría a entablar alianzas tanto como a conquistas. La mayoría de los otros cronistas presentaban un proceso de expansión más bien corta centrada en los últimos gobernantes. La arqueología descubrió la existencia de diferentes etapas de desarrollo cultural, que fue entendida como pre-inca, quedando los incas como el tiempo epigonal de un proceso variado y en gran parte enigmático. La versión de Garcilaso no podía sostenerse.

Sin embargo, conforme avanzaron los estudios arqueológicos llegamos a nuevas contradicciones a fines del siglo pasado, al mismo tiempo que el desarrollo de la disciplina arqueológica presentaba nuevas interpretaciones. La presencia de estilos cerámicos diferentes no era prueba de rupturas necesariamente, aún hoy en día una cultura como la mapuche, por ejemplo, presenta estilos locales diferenciados pese a tratarse del mismo pueblo (conversación con Rodrigo Moulián). Y en ese reaprender, las dataciones radiocarbónicas empiezan a contradecir el consenso imperante. Si bien esta técnica viene desde los años 40 del siglo XX, es comprensible que un país periférico como el nuestro haya demorado en aplicar este procedimiento. Las pocas dataciones de construcciones incas arrojan fechas que van al siglo XIII, esto es doscientos años antes de lo comúnmente aceptado. Y esto se da en lugares del Cusco (Huch’uy Qosqo por ejemplo, Bauer 2018), pero también en lugares ubicados en el altiplano y norte chileno (Schiappacasse 1999).

La historia andina ha sido interpretada siguiendo un modelo europeo, con sociedades que decaen ante rupturas e invasiones, cuando en realidad se parece más al proceso chino, con etapas de unificación y otras de fragmentación, casi siempre producidas por factores internos más que externos. La segmentación en horizontes culturales y periodos intermedios tiene mucha carga ideológica que impide ver más allá de su follaje. El estado inca surge en el llamado intermedio tardío, donde a diferencia de la fragmentación creciente en otras regiones, se da una fuerte centralización que culminará en la gran expansión que encontraron los españoles (Bauer 2018).

La historiografía limeña y un neoindigenismo cusqueño coincidieron en crear un héroe prehispánico a fines del siglo XX: Pachakuti. La versión más difundida presenta a este gobernante como un Alejandro Magno andino, que convierte un pueblo pequeño en capital de un gran imperio. Esta versión se basa en fuentes cronísticas pero no está respaldado por evidencias arqueológicas. En realidad, los “bárbaros” chankas que atacan el Qosqo y producen el heroísmo de Pachakuti, son producto de una interpretación comparativa que termina extrapolando situaciones del viejo mundo a territorio andino. El “cantar de Pachakuti” era la versión de su panaka (sus descendientes), pues cada panaka ensalzaba las hazañas de su progenitor, como lo hacen las versiones familiares en las historias orales contemporáneas. Cada familia puede atribuir los mismos méritos a su respectivo “héroe familiar”, en cada versión el liderazgo puede ser contado de manera diferente.

Parece que la expansión inca se dio al menos dos siglos antes de lo pensado, y se fue desarrollando a lo largo de alianzas, conformando una especie de confederación previa a la final centralización y expansión militar relatada en las historias de Pachakuti y Tupa Yupanki. Entonces, Garcilaso no elaboró su relato arbitrariamente, describió ese tiempo de alianzas como conquistas de los incas urin, y por eso habla de ofrecimientos y adhesiones pacíficas. Finalmente, lo que los “pachakutistas” no quieren mirar, es que en las mismas versiones que encubren al vencedor de los chankas, se refleja también un periodo de complicadas relaciones políticas. Pachakuti se consolida luego de vencer a varios rivales dentro del ejército inca, comenzando con su hermano Urku, luego el chanka Anqo Allo (que figura como capitán del ejército inca) y culminando con su hermano Qapaq Yupanki, uno de los mayores conquistadores del periodo (Ojeda 2021). Incluso Tupa Yupanki también rivaliza y derrota a Tupa Qapaq (su hermano) y Chasuti Qoakiri (capitán qolla). Esas complejidades políticas están presentes en la inestabilidad de la dominación estatal inca que aparece en las evidencias arqueológicas. En muchos lugares, aunque eran sociedades tributarias, muchos pueblos parecen tener bastante autonomía del gobierno del Qosqo.

Como ya lo he propuesto en otro texto (Ojeda 2021), el relato de la guerra inqa-chanka encubre varias historias sumidas en una (Szeminsky 2003, Barreda 1973, etc.). La evidencia arqueológica demuestra que no existió ninguna “horda chanka”, los datos etnohistóricos tampoco lo sugieren. La guerra parece relatar hasta tres conflictos separados temporalmente: la incursión wari, el conflicto Pachakuti-Urku, y la rivalidad Anqo Allo-Pachakuti. La “vuelta al mundo” que representa el monarca, se refiere al momento de centralización y consolidación del poder del Qosqo, pero sobre una base de articulación previa ya bastante extendida, de tipo probablemente confederada. Y esto debió suceder al menos antes de 1420, fecha recientemente datada en estructuras inka imperiales de Machu Pikchu.

Sucede que la versión “pachakutista” se sustenta sólo en crónicas, incluso la datación que da el año 1438 como inicio de la gran expansión, es dato proporcionado por una sola crónica. Es pues una versión que recurre a formas propias de hace un siglo, cuando no habían avanzado la arqueología, la etnohistoria y la lingüística que hoy nos han aportado mucha información. Y si bien estas están presentes en referencia a otras regiones, en el caso cusqueño se sigue priorizando las crónicas en desmedro de las evidencias arqueológicas. La versión “holliwodense” se ha impuesto gracias al manejo turístico, en desmedro del trabajo científico.

Un aspecto curioso de los mismos críticos de Garcilaso, es que formulan teorías a partir de datos de Garcilaso, como el “lenguaje particular de los incas”. Investigadores como Cerrón Palomino (2004) cuestionan las interpretaciones presentados por el inca, pero el pivote de las investigaciones sobre el lenguaje particular es precisamente Garcilaso. Es más, seleccionan parte del dato, pues Garcilaso presenta varios vocablos pero sólo afirma el significado de uno: Qosqo = ombligo. Cerrón y otros niegan tajantemente este significado. Vemos un claro sesgo que no es la forma científica de abordar las fuentes.

Con tantos errores en las interpretaciones del presente, los errores de Garcilaso hay que verlos como interpretaciones suyas, muy osadas en varios casos, pero no se trata de mentiras o alteraciones. La prueba está en lo profesional de su trabajo al relatar la historia de la Florida (La Florida del inca). Una lectura hermenéutica y contrastación con otras fuentes es más útil que una lectura selectiva y sancionadora como se ha venido acostumbrando.

 Roberto Ojeda Escalante


Referencias bibliográficas

Barrera Murillo, Luis (1973). Las culturas incas y preincas del Cusco. Tesis, Universidad Nacional de San Antonio Abad del Cusco.

Bauer, Brian (2016). Cuzco antiguo. Tierra natal de los incas. Cusco: CBC, segunda edición.

Cerrón-Palomino, Rodolfo (2004). El aimara como lengua oficial de los incas. Boletín de Arqueología N° 8. Lima: PUCP, pp 9-21.

Ojeda Escalante, Roberto (2021). Las varias historias en el relato de la guerra inqa-chanka. https://enfoquescusco.wordpress.com/2021/06/24/las-varias-historias-en-el-relato-de-la-guerra-inqa-chanka/

Schiappacasse F. Virgilio (1999). Cronología del Estado Inca. Estudios Atacameños N° 18. Pp 133-140.

Szeminsky, Jan (2003). Acerca de las posibilidades de encontrar huellas de una larga tradición histórica en las fuentes del siglo XVI y XVII. En: Lorandi, Ana María y otros. Los Andes 50 años después (1953-2003). Homenaje a John Murra. Lima: PUCP.

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