miércoles, 16 de enero de 2019

Reflexionando sobre el triunfo proletario peruano, 100 años después

100 años han pasado y parece que nos contentamos con celebraciones líricas y comparaciones anacrónicas. Pero la historia no sirve si no sacamos lecciones.

El 15 de febrero de 1919 los obreros organizados lograron la jornada laboral de 8 horas tras fuerte lucha. La medida beneficiaba a un reducido sector de los trabajadores de entonces pero abría las puertas a los derechos de los demás. Esos años, apenas las ciudades principales de la costa contaban con proletariado industrial, en la mayor parte del país (incluso en Lima misma) las luchas sociales más sonadas eran encabezadas por comuneros, artesanos y otros trabajadores no asalariados. Al menos en las ciudades, se venían organizando sindicatos bajo orientación anarquista o católica, los primeros asumieron la lucha por las 8 horas aun cuando no todos eran asalariados.

Así, el triunfo fue sentido por todos los sindicatos. Los anarcosindicalistas pensaron algo como “vamos por más”. Las jornadas por el abaratamiento de las subsistencias, las universidades populares y la organización obrero-indígena fueron sus siguientes pasos. Pero al mismo tiempo, iban siendo desplazados en la conducción del sindicalismo por el marxismo, el “ejemplo ruso” era poderoso y ofrecía mayor organicidad frente a la represión y la oligarquía. 11 años después del triunfo, todos los frentes abiertos por los ácratas se hallaban disminuidos, en ese panorama los marxistas crearon la CGTP, organizada con verticalismo y centralización.

El marxismo orientó la lucha sindical como complemento de la lucha política, bajo la idea de que el curso de la historia era la industrialización del país y la proletarización de todos los trabajadores. Si bien esto funcionó con respecto al trabajador urbano de las principales ciudades, no fue así con el sector rural ni las ciudades medias. Esta contradicción fue pasada por alto afirmando que el Perú era un país semifeudal, como para decir que sí o sí se industrializaría a la larga.

Los sindicatos fueron disputados por comunistas y apristas durante algunas décadas. En medio de esa disputa, surgió y se extendió el sindicalismo agrario, hasta que en los años 60 los campesinos sindicalizados decidieron dejar de pedir mejoras laborales a sus patrones, y optaron por ocupar las tierras. No fueron las centrales sindicales quienes orientaron esta lucha, sino algunos militantes trotskistas y de otros sectores marginales dentro de la izquierda.

Esta lucha triunfó y transformó al país, pero nuevamente la izquierda prefirió sus dogmas antes que aprender de la experiencia. La corriente maoísta propuso la guerra popular y un partido nos llevó a una guerra civil que terminó destrozando al movimiento popular más que a la clase dirigente. Esta llamó terrorismo a los “guerreristas” de SL, y con el tiempo extendió el término para calificar a todo el que planteara reformas sociales.

Tras 25 años de neoliberalismo, el obrero industrial es un sector reducido, incluso todos los trabajadores asalariados no llegan a conformar una mayoría. Un gran sector somos trabajadores precarios, de múltiples formas. Sin embargo, la izquierda sigue apostando por el “proletariado” como actor histórico primordial (forzando incluir a la burocracia en dicho sector) y sigue controlando las centrales sindicales, que a pesar de ser casi simples aparatos, son las únicas que pueden movilizar gente orgánicamente en las ciudades.

Algunas lecciones de esta historia que se me ocurren en el momento:

- Un sector bien organizado puede lograr un triunfo nacional, aun siendo cuantitativamente pequeño. Y ese triunfo puede abrir las puertas para diversas luchas.
- Los trabajadores han logrado triunfos cuando priorizan una demanda social antes que una propuesta política. Cuando luchan por una conquista concreta, aun desafiando los dogmas de sus dirigentes.
- A pesar de eso, son fácilmente seducidos por discursos que suenen bien elaborados, y más si vienen amparados por experiencias en otros países (aun cuando lo que conozcamos de dichas experiencias sólo es lo que cuentan los mencionados discursos).
- Haber olvidado la historia del triunfo de 1919, hace que no reparemos en que ese logro fue producto de un largo proceso.

Hoy, parece que la nostalgia es lo que mueve al movimiento sindical. No hay una “experiencia rusa” que sirva de faro guía, pero los pocos trabajadores organizados siguen controlados por la misma orientación. ¿Es posible organizar a los precarios?, ¿o a cada sector de ellos?, ¿cómo interactuar con los trabajadores organizados?, ¿cómo interactúan todos estos a su vez con los movimientos indígenas y campesinos?, ¿qué tipo de organización necesitamos?, ¿qué podemos aprender de los obreros y artesanos anarcosindicalistas de hace 100 años?

No se trata de emularlos, ni en acciones ni en doctrina. Ellos se organizaron por necesidad y con la esperanza de construir un mundo nuevo, pero partiendo por solucionar sus necesidades inmediatas. También fue lo mismo con la rebelión campesina de los 60’, y con todas las rebeldías y triunfos –aunque chicos- en estos 100 años. Eso debería indicarnos un derrotero, en vez de seguir pidiendo que algún gobierno solucione las cosas, en vez de seguir intentando emular experiencias pasadas o extranjeras.

Pero hasta ahora, nuestros esfuerzos por organizarnos desde la autonomía, la autogestión y la horizontalidad, han sido intentos incompletos. Hay más activistas de pérformance, de likes y de currículo que construcciones colectivas, sean del modo que sean. Por eso, ojalá que conocer este centenario nos ayude a encontrar el camino más útil en estos momentos, con la ventaja de no repetir los errores del pasado.

No hay comentarios: