Cuando los españoles capturaron al inka Atawallpa a traición, desataron una masacre contra los civiles desarmados que se hallaban en la plaza de Cajamarca. Cuentan los historiadores que huyendo de esa matanza, parte de la gente derrumbó un muro de piedras para abrirse paso. Hoy, casi 500 años después, otro muro cede a la presión de las manos humanas pero en otro contexto.
Luego de una semana de protestas que llevaron a enfrentamientos y represión violenta, generando muchos heridos y un muerto en Espinar, los estudiantes del Cusco culminaron una marcha de protesta dirigiéndose al aeropuerto, que se hallaba con poca vigilancia. Allí, recibieron algo de represión que los enfureció más y sin más apoyo que sus manos y unos cuantos palos, derribaron casi 200 metros del muro periférico. Luego incendiaron la paja del lugar y todo eso obligó la suspensión de los vuelos.
El gobierno y la derecha los han acusado de violentistas, más aún por haber destrozado la estatua del fundador del partido aprista Víctor Raúl Haya de la Torre. La derecha se indigna por la pérdida de una estatua pero no dice nada ante la muerte de un ciudadano kana, quizás para ellos, la estatua de un seudointelectual vale más que la vida de un runa.
Lo que ha sucedido ese penúltimo viernes de setiembre es un hecho histórico. El pueblo de Cusco ha demostrado que ya perdió el miedo a los chantajes neoliberales, pueden llamarnos violentistas, terroristas, desadaptados; sabemos bien que esa acción ha sido justa y simbólica. El objetivo era hacer notar la protesta cusqueña y una forma de lograrlo, ha sido interrumpir los vuelos y el turismo transnacional, produciendo algunos pequeños daños materiales, pero de una enorme carga simbólica.
Los estudiantes no han dañado a la población, sólo han perjudicado a los máximos representantes del neoliberalismo en la región: las empresas turísticas y el partido aprista. En la historia, la destrucción de ciertos monumentos suele indicar un cambio de época. Derribar un muro con las manos también es aleccionador, es como decir “no somos violentos pero tampoco cobardes”, demostrar fuerza sin recurrir al enfrentamiento.
Estos hechos son producto de un proceso de varios años, de una población que va construyendo lentamente su propio destino. En Cusco se están gestando nuevos movimientos sociales. La acción estudiantil contribuyó a fortalecer la lucha de Espinar, y la provincia dio una tregua al gobierno para entablar el diálogo. El proceso de diálogo está abierto así, de manera digna, “altiva” dirían ellos.
Ahora la tarea es explicar al resto del país lo que aquí está pasando, contrarrestar la campaña de calumnias emprendidas por los medios neoliberales. Explicarlo al resto del país, porque aquí, en el Qosqo, los pueblos ya no se dejan engañar por esos seudoperiodistas.
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