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He tenido la suerte de conocer a dos intelectuales representativos de la izquierda latinoamericana. Esto es casi un privilegio para un activista sin recursos -como muchos-, y digo casi, porque también es un privilegio conocer a tanta gente que sin ser famosa o representar alguna tendencia, construyen esos otros mundos posibles día a día. Claro que estas dos personas me ayudaron a comprender algo más de los caminos de la vida.
Uno es el alemán radicado en México Heinz Dieterich, que llegó a Cusco gracias a un contacto apurimeño. Dieterich es un tipo serio y sereno, con bastante formación académica. Ha realizado uno de los intentos más interesantes de actualizar el marxismo, proponiendo el “socialismo del siglo XXI” que inspira y/o coincide con las propuestas de regímenes progresistas como el de Hugo Chávez. Como muchos otros, continúa proponiendo la ciencia y la teoría marxista como instrumento casi único de liberación de la humanidad, aunque incluyéndole aspectos “novedosos” como el tema de la ética.
El otro -y resalto lo de “otro”- es el uruguayo Raúl Zibechi, a quien conocí en un evento contra los abusos mineros en Arequipa. Zibechi es un ex tupamaru, sencillo, de formación marxista, ha dedicado su trabajo intelectual a explorar los movimientos sociales contemporáneos, junto a ellos. Sus escritos no proponen teorías, analizan la realidad a partir de experiencias concretas, en las que encuentra elementos que serían la base para edificar una sociedad libre.
A través de ellos pude conocer la existencia de dos formas de entender la realidad. Mientras para Dieterich los movimientos indígenas son algo incompletos porque les falta el conocimiento científico; para Zibechi son el principal germen de sociedades postcapitalistas. Para uno los zapatistas son traidores porque no apoyaron la campaña de López Obrador (que dicen es de izquierda), para el otro, los mismos zapatistas son el mejor ejemplo de cómo construir alternativas de sociedad en forma colectiva y creativa. Para el primero, la solución sigue estando en el control del poder, desde el Estado, que posibilita las transformaciones. Para el segundo, la transformación debe hacerse desde la base, desde los movimientos, cuya fuerza garantizará la implementación de los cambios.
Hay quienes comparten la primera visión, generalmente viven bien y leen mucho, aunque leen sólo un tipo de lecturas. Hay entre estos, intelectuales y militantes que separan bien su vida privada de su militancia política, se entusiasman con procesos electorales y menosprecian a los que no comparten su línea, los consideran compañeros pero con poca preparación. Su lucha apunta a superar el capitalismo.
Los que coinciden con la segunda visión, generalmente son más activistas que teóricos, aunque leen más variedad que los anteriores. Desconfían mucho de los procesos políticos y de los llamados intelectuales. Aquí no todos menosprecian a los otros, aunque sí los consideran dogmáticos o comodines. Estos cuestionan no sólo el capitalismo sino la civilización moderna, con su desarrollo incluido.
Ya se que hay otro sector que recién voy a mencionar. Están los que proponen continuar o repetir las experiencias pasadas, con un lineamiento dogmático, casi religioso, siguiendo alguna tendencia marxista (troskistas, maoístas, etc). Estos no participan del debate anterior porque simplemente no participan de ningún debate, se encuentran alejados de los procesos políticos “porque son reformistas” y de los movimientos sociales “porque no se definen socialistas”. Apuestan por un partido pero no quieren ir a elecciones, insisten en que el actor principal es el proletariado aunque este no sea significativo y aunque la historia haya demostrado que ese actor es fácilmente absorvido por el sistema. Además, menosprecian las luchas feministas, indígenas y ecológicas, priorizando más lo económico. También hay grupos anarquistas con dogmas parecidos, sólo que sin partido. Son puristas. Por eso mismo, su impacto en la sociedad es casi pintoresco, la mayoría termina haciéndole juego a las derechas.
Y claro, están los cínicos que se llaman de izquierda aunque en la práctica viven como los derechistas. Consideran atrasados a los grupos puristas, critican a Chávez o Evo más que a los regímenes de derecha, se burlan de los grupos autónomos y pretenden “orientar” a los movimientos sociales. Bien sabemos que todo el que justifique la injusticia como algo necesario o inevitable, es de derecha, no importa lo que diga, los libros que tenga o la música que escuche.
¿Hay posibilidad de unir esos caminos? Descartando el último, sería interesante la unión de las otras tendencias. Pero aparte de las iras y resentimientos acumulados en muchos años, están las “contradicciones”. Los grupos puristas tienen como base el dogmatismo y eso imposibilita cualquier unión. Primero tienen que liberarse de eso para poder dialogar con otros.
En el caso de los “reformistas” (tipo Dieterich) y los “anarcos” (tipo Zibechi), se puede valorar la importancia de ambos procesos, pero lamentablemente uno termina situándose en alguno de ellos, ya que tienen espacios específicos claramente identificables: el partido, la ong, el movimiento, la autonomía. Aún así, el diálogo es posible, porque si bien buscan construir otro mundo, este no podría ser igualito para todos. No es posible liberarnos imponiéndonos sobre los demás, eso ya se intentó el siglo XX y se derrumbó más rápido de lo pensado (el socialismo real). Claro que hay una contradicción fuerte, los movimientos autónomos pueden construir sus alternativas sin imponerlas a nadie, pero los “reformistas” tienden a absorberlos, debilitarlos. Es que su sola existencia es la prueba de que muchas vías son posibles, y eso debilita la opción estatal.
Recién ahí pude entender las críticas de unos a otros. Por ejemplo los troskistas critican a Cuba porque su existencia es una prueba de que “la revolución en un solo país” es posible (se puede cuestionar sus alcances, pero no negarla). Cuando Marcos no apoyó a López Obrador, fue tildado de traidor por muchos. Pero en esa decisión se definía su historia. En términos políticos hubiera sido una gran acumulación de fuerzas, ¡zapatistas y PRD unidos!; pero eso significaba una traición a sus bases, el PRD había maltratado a los indígenas, si el zapatismo lo apoyaba terminaba traicionando la esperanza que había construido. Pero hay algo más, la existencia del zapatismo es la prueba de que se puede construir alternativas autónomas (que tienen el control de sus medios de producción, algo tan importante para todos los marxistas); su unión al PRD hubiera significado que en algún momento, toda alternativa debe rematar en el Estado.
Oí a un dirigente indígena peruano explicar que para el capitalismo el centro de su filosofía es el dinero, para el socialismo es el hombre, pero para los indígenas es toda la vida. Felizmente no sólo para los indígenas (y por desgracia no para todos ellos). El ideal es que no haya privilegios, no importa si eso lo dice la ciencia o algún “profeta” racional; lo importante es hacerlo.
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