miércoles, 6 de febrero de 2008

Nuestro lugar, nuestro tiempo

John Holloway*

Nuestro lugar. Este es nuestro lugar. No suyo, nuestro. El nuestro es un espacio sin fronteras, sin definiciones. Ellos tienen su propio lugar, ahí, detrás de las vallas metálicas, del alambre de púas, cercado por miles de policías. Ahí está el lugar para los asesinos masivos, en la cárcel que nosotras y nosotros hemos creado para ellos. Los líderes políticos del mundo se mueven solamente cuando están cercados de policías y guardaespaldas, detrás de vallas altas, protegidos por armas y helicópteros. No se pueden mover libremente porque nos tienen miedo.

Nuestro tiempo. Este es nuestro tiempo. No suyo, nuestro. Un tiempo de intensidad, un tiempo de pasión, un tiempo de sueños, un tiempo de romper el tiempo. Un tiempo en él que negamos toda continuidad, un tiempo para hacer un mundo nuevo. Bailaremos hasta el alba y más allá si queremos. El tiempo de ellos es el tiempo del reloj que marca los segundos de la muerte, el tiempo de la continuidad que dice "obedece hoy, obedece mañana". Su tiempo es la agenda de su plan para la destrucción de la humanidad.

Nuestra música, nuestro baile. Esta es nuestra música, este es nuestro baile. No suyo, nuestro. Ellos no tienen música, la única música que conocen es la música que ponen fuerte para ahogar los gritos de las personas que están torturando en Guantánamo y los campos de concentración en todo el mundo. El único baile que conocen es la marcha de sus soldados que pisotean el mundo.

Nuestro lugar, nuestro tiempo, nuestra música, nuestro baile. Somos el centro del mundo.

Es importante tener esto presente. Sobre todo en estos tiempos miserables. Sobre todo cuando ellos han lanzado la cuarta guerra mundial contra nosotras, la guerra de todos los Estados contra toda la gente. Sobre todo cuando el capital está festejando sus orgías. Sobre todo cuando la represión violenta de todos los que queremos crear otro mundo ha llegado a ser la práctica rutinaria de todos los Estados. Nos quieren subordinar. Convertirnos en robots sin mente. Hacernos como ellos.

Quieren que seamos como ellos. ¡Imagínense, ser como ellos, pedazos malolientes de inhumanidad! La sola idea da ganas de vomitar. Eso es la última cosa en el mundo que queremos. Por todos los medios posibles, por brutalidad, seducción, soborno, intentan hacer que nosotros seamos como ellos, que actuemos como ellos. Este es el enemigo real: no ellos, sino ser como ellos. ¡Cuántas revoluciones han terminado así, con los líderes revolucionarios convirtiéndose en nuevos gobernantes! ¡Cuántas movimientos revolucionarios se han quedado atorados en el sinsentido violento de un ejército confrontado con otro, con toda idea de emancipación olvidada desde hace mucho! Si llegamos a ser como ellos, ya perdimos.

La asimetría, entonces, es la clave de nuestra lucha. Ninguna simetría. Sobre todo, ninguna simetría. Nuestra arma es que no actuamos como ellos, que no hablamos como ellos, que no nos parecemos a ellos, que no somos comprensibles para ellos.

Contra sus bardas y vallas ponemos nuestro espacio sin fronteras. Contra su reloj, nuestro tiempo de intensidad y relajamiento. Contra el ruido de su vacuidad, nuestra música. Contra su marcha, nuestro baile.

Contra su jerarquía, nuestra horizontalidad. Contra su Estado, nuestras asambleas. Contra su democracia representativa, nuestra autodeterminación. Contra sus instituciones, nuestro organizar. Contra la brutalidad de su violencia, la creatividad de nuestra autodefensa arraigada en el apoyo popular. Contra su policía, nuestros payasos (¿... o?).

Contra su autosatisfacción, nuestra rabia. Contra su muerte, nuestra vida. Contra su dinero, nuestra dignidad. Contra su destrucción, nuestra creación. Contra su trabajo, nuestro hacer.

Contra su dimorfismo sexual, nuestra perversidad polimorfa. Contra sus definiciones, nuestro desbordar. Contra su prosa, nuestra poesía. Contra sus sustantivos, nuestros verbos. Contra su pomposidad, nuestra risa. Contra su arrogancia, nuestra conciencia de que ellos dependen de nosotras. Contra su permanencia, nuestra comprensión de que nosotras los hacemos y que si no los hacemos mañana no van a existir mañana. Contra su mando, nuestra insubordinación. Contra su control, nuestro mundo que no pueden controlar, que nunca podrán controlar.

Nuestro lugar, nuestro tiempo, nuestra música, nuestro baile. En este momento nosotras somos el centro del mundo. ¡Disfrutémoslo!

*Discurso pronunciado en un concierto en Rostock el 3 de junio, en el contexto de las protestas contra el G8. Gracias a Dorothea Härlin, Lars Stubbe, Néstor López, Raquel Gutiérrez y Vittorio Sergi.

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