Han transcurrido 20 años desde que éramos unos jóvenes
soñando cambiar el mundo, esperando que el mundo no nos cambiase primero.
En todos estos años he visto a muchos compañeros y compañeras claudicando, ya
fuera por las urgencias de la vida, por oportunismo o ambiciones personales,
“por torpeza o cobardía” decía la canción.
Lo bueno es que muy pocos se fueron al “lado oscuro”, a
defender el sistema capitalista que tanto hemos criticado. Los más fueron
atrapados por la rutina del trabajo (y es que “el enemigo es el trabajo”), por
la familia, por la carrera, por la seguridad (y las necesidades que el sistema
nos ha impuesto), porque a fin de cuentas las cuentas se pagan con dinero, no
con sueños.
Hoy algunos han hecho del activismo su currículum laboral,
debo confesar que yo mismo obtuve algunos trabajos gracias al activismo
militante, pero a tiempo reconocí que la lucha social no puede ser “carrera”.
Algunos se convirtieron políticos profesionales, eso que tanto criticáramos, al
final dieron una larga vuelta para llegar al punto exacto del pasado, pero
ubicados al otro lado del espejo. Otros siguen cantando canciones
revolucionarias de noche, mientras desempeñan su rol de ciudadano consumista de
día, unos cuantos además, van organizando eventos, recitales, arengando por las
redes sociales y todo eso.
He conocido compañeros y compañeras nuevas cada año, en
muchos se ha repetido el mismo proceso, en algunos más jóvenes vemos que el
proceso se da a ritmo acelerado. Pero con los años también hemos ido quedando
algunos con los sueños vivos, intentando hacerlos realidad de muchas formas,
aun cuando los más de estos intentos se cayeron o diluyeron en el proceso.
Siento que de cada intento al menos queda uno que no claudica, tal vez por eso
intentamos tantas cosas y tantas veces, que resultan siendo cada vez más
pequeñas.
Me pesa el tiempo dedicado a formarnos políticamente, los
más lúcidos en el discurso, los más radicales en la teoría, son los que más
fuertemente han claudicado en la práctica. Tampoco han funcionado los intentos
que dejaron de lado la formación y autoeducación, así que me reafirmo en la
necesidad de concientizar, de educar, pero por medios diferentes a la educación
formal. Educarnos en la práctica más que en la teoría, analizando los
principios y experiencias anarquistas para tener una base, no una camisa de
fuerza.
Dos décadas es un tiempo prudente para sacar lecciones. Los
sueños, las utopías, nunca dejarán de serlo si no intentamos convertirlas en
realidades, pero, ¿cómo hacer realidad un sueño que implica a toda la sociedad,
o al menos a un sector de ella? Pues ahí está la paradoja, no se puede
transformar la sociedad individualmente, pero no se puede iniciar una
transformación social, colectiva, sin antes tener individuos transformados.
De los pocos intentos de construir comunidad, es decir, vida
colectiva; tampoco es que hayan quedado muchos en pie al día de hoy. Pero las
experiencias suman enseñanzas. La transformación social se inicia transformando
la propia vida de cada individuo implicado en el proceso. El principal enemigo
es el temor a quedarnos solos en el intento, “para qué arriesgarme sin la
seguridad de vencer”, pensamos. Y es el mismo pensamiento que tuvieron que
vencer todos los revolucionarios de la historia.
¿Cómo valoramos nuestra ubicación en un sentido
“revolucionario”? Hay mil formas de engañarnos, pero una característica simple
es ver qué carrera estamos siguiendo, qué destino estamos alcanzando. Podemos
ser profesionales con visión crítica, eso ya es bastante, madres y padres que
le brindan una crianza liberadora a sus hijos, eso es aún mejor. Podemos ser un
poquito más si abandonamos las metas que el sistema nos ha impuesto, si nos
aventuramos a la inseguridad futura, si apostamos por la autogestión, aun
cuando no la tengamos completa. Y seremos más si lo somos también
cuantitativamente.
Abandonar las seguridades que brinda el sistema, nos ha
enseñado que el cambio necesitado es
principalmente económico, no importa cuán lúcidos estemos ni cuanta
dignidad nos rebalse, lo que puede detenernos es “la urgencia de tener para
comida”, recordemos pues que el capitalismo es ante todo un sistema económico. Y
como todo sistema se sostiene en lo cultural, es clave reemplazar ideas como
“desarrollo”, “éxito” y “competitividad” por otras más solidarias y
libertarias. Por eso es importante construir lazos, relaciones sociales
alternas a las que nos brinda el sistema.
La lección concreta es que transcurridos estos años, los que
quedamos en pie somos los que nos atrevimos al cambio de vida, y en el camino
encontramos una compañera, un compañero, con quien fortalecer esa decisión. Entonces,
esos nuestros intentos individuales, familiares, se van encontrando, vamos
construyendo una comunidad, pequeñita aún, y lo más raro, salpicada como
archipiélago en medio de la sociedad convencional.
Antes pensaba que las alternativas sociales-culturales
debían nacer compactas, para ir creciendo como un tumor que poco a poco pudiese
reemplazar al cuerpo social existente. Tras pisar suelo rebelde zapatista y conocer
otras experiencias autónomas del mundo, entendí que en vez de pensarnos como
tumores, debemos vernos como células regeneradoras de un organismo enfermo.
Y tampoco pensemos ese organismo como un ser con cabeza y
extremidades, con órganos especializados. La sociedad es más parecida a una
planta que a un animal, las flores brotan de forma aleatoria y las nuevas hojas
reemplazan a las viejas sin necesidad de ocupar su mismo lugar. La revolución
que anhelamos no requiere modificar las instituciones existentes, puede crear
otras nuevas.
Camino a medias, logros incompletos, apenas atisbos. Podría
ser el resumen. Pero 20 años es un espacio de tiempo muy corto en términos
históricos, aún podemos hacer mucho. Con la ventaja de la experiencia
acumulada, podemos evitar cometer ciertos errores o dedicarle tiempo a cosas
innecesarias como la política formal o los debates teóricos. Siento que el reto
siguiente es pasar a la masificación de las alternativas, pero esto sólo se
puede intentar desde las microalternativas existentes, de procesos reales
aunque pequeños, antes que de teorías grandes pero imaginarias. Aunque esta
sólo es una expectativa, pienso que la experiencia ayuda a que no esté muy
equivocada.
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