domingo, 30 de junio de 2019

No sólo es el patriarcado

No me parece buen mensaje eso de que los violadores y feminicidas son "hijos sanos del patriarcado".

Si estos casos son producto del patriarcado entonces sólo se solucionarían derrotando al patriarcado. Esto, aunque tiene algo de verdad y da un buen argumento al activismo feminista, resulta desalentador para las víctimas. Mientras reeducamos a la sociedad para superar el patriarcado, ¿qué mensaje les dejamos a quienes padecen machismo constante y extremo? Tal vez en nuestros espacios de militancia podemos construir relaciones no patriarcales, pero aún nosotr@s enfrentaremos esas violencias fuera de estos espacios.


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En la historia han existido sistemas patriarcales que sancionaban violencia contra la mujer, ideologías machistas como las religiones monoteístas sustentan estas sanciones en la pretendida "superioridad" masculina (no se les debe pegar porque son débiles). Generalmente se ha visto violación y feminicidio como "excesos", si bien hay una relación entre machismo y esos mal llamados "excesos", no sólo son producto del patriarcado.
Casi todas las violencias humanas parten de un pretendido derecho de posesión, una demostración del poder de unos sobre otros. La frase "si no eres mía no serás de nadie" lo dice todo. El patrón se siente dueño del subalterno, el "desarrollado" de la naturaleza, el "civilizado" de los demás pueblos, y como estamos en una sociedad patriarcal, el varón se piensa dueño de la mujer. En todos los casos, cuando ese poder es cuestionado, el poderoso recurre a la violencia.
Entonces, hay un vínculo muy estrecho entre clasismo, antropocentrismo, racismo y machismo. El patriarcado es una manifestación más de un sistema sustentado en desigualdades. Lo que sucede es que el principal "campo de batalla" de este sistema es el hogar, la pareja, las relaciones de género. Es allí donde el sistema se reproduce y por eso es allí donde se muestra más cruel.
El patriarcado nos educa para que las mujeres acepten la dominación masculina, y que los varones compitan por demostrar cuan dominantes son. El capitalismo nos educa para competir entre todos y demostrar nuestro éxito en la medida que sojuzgamos a otros. Es la combinación de ambos la que lleva a las violencias mayores.
Incluso el amor es asumido como una competencia y como una demostración de poder. Los celos, la obsesión, el acoso, se normalizan sólo en una sociedad que ha normalizado la competencia, las jerarquías y la agresividad.
El ciudadano que triunfa imponiéndose a otros, el que demuestra su éxito humillando a otros, el que es alabado por tener fama y/o poder; reproducirá esos comportamientos dentro de su familia. Por otra parte, el que fracasa públicamente, el que se siente frustrado, encontrará su familia o sus relaciones de pareja como único espacio para sentirse poderoso, agrediendo a quien dice amar.
Así como el amor, el sexo también es asumido como demostración de poder. El capitalismo promociona el sexo más que otras actividades biológicas. Películas, publicidad y televisión enseñan que un varón exitoso es el que más sexo tiene, con más mujeres y justificando cualquier estrategia por lograrlo. Esto incentiva que sujetos sin éxito sentimental o social, lo compensen demostrándose a sí mismos que son exitosos sexualmente, desencadenando acoso y violación.
Podría pensarse que sólo pueden escapar de ese círculo vicioso los que nos reeducamos contra el machismo, sólo la gente consciente de lo malo del machismo y el patriarcado, y por ende la necesidad de enfrentarlos. Pero también existen varones que sin haber realizado estas reflexiones, nunca llegan a ejercer esos niveles de violencia. Claro que sus relaciones son asimétricas en la mayoría de veces, pero no llegan a ser violadores ni feminicidas.
Existe gente buena y gente mala, existe gente sana y otra no tanto, el problema es que el sistema incentiva a los malos más que a los buenos, a los insanos más que a los sanos, porque es un sistema que se nutre de las injusticias y las agresiones. Violadores y feminicidas sí son gente insana, sólo que su “enfermedad” empeora en una sociedad patriarcal, es como un virus en un ambiente con todas las condiciones para desarrollarse. Pero es un virus al fin, no una célula normal y corriente.
El patriarcado provoca que esos varones insanos lleguen a cometer horrendos crímenes. En varones más sanos no llegará a provocar crímenes pero sí maltratos y desigualdades, incluso los que se indignan ante los crímenes machistas, suelen tener actitudes machistas más sutiles y menos violentas, pero machistas al fin.
El patriarcado se desarrolló en las sociedades llamadas civilizadas, al mismo tiempo que se desarrollaba la dominación de clases y el control de la naturaleza. Son patas de un mismo cuerpo, por eso la policía, el poder judicial, el Estado en general, no actúan o actúan levemente contra violadores y feminicidas. El Estado no puede cuestionar la dominación ni las violencias, porque el Estado es producto de la violencia, no puede denunciar el patriarcado porque es producto del patriarcado. Por eso esa frase tan potente a la que me refiero al inicio de este texto, a los oídos del Estado a lo mucho suena a poesía.
No son pues hijos del patriarcado solamente, sino de una civilización enferma. Una civilización en la que hay más crímenes contra mujeres que contra varones, como hay más crímenes contra indígenas que contra blancos, o más crímenes contra pobres que contra ricos. Una civilización que manda a los varones más jóvenes y fuertes a matarse mutuamente en la guerra, que persigue o desprecia a las mentes más lúcidas y creativas, que segrega y oprime a las mujeres.
El marxismo cometió el error de priorizar la lucha de clases y tomar los demás aspectos como temas secundarios, hoy podemos cometer el mismo error enfocándonos sólo en la lucha de género. Si la dominación es integral, la resistencia también debe serlo. Lo que sí hay que hacer es priorizar el tema de género porque, repito, es en las relaciones de pareja donde se reproduce el sistema y puede ser el primer lugar donde podamos construir una sociedad libre.


Roberto Ojeda Escalante

domingo, 2 de junio de 2019

Divagaciones de un anarko qosqoruna


Han transcurrido 20 años desde que éramos unos jóvenes soñando cambiar el mundo, esperando que el mundo no nos cambiase primero. En todos estos años he visto a muchos compañeros y compañeras claudicando, ya fuera por las urgencias de la vida, por oportunismo o ambiciones personales, “por torpeza o cobardía” decía la canción.
Lo bueno es que muy pocos se fueron al “lado oscuro”, a defender el sistema capitalista que tanto hemos criticado. Los más fueron atrapados por la rutina del trabajo (y es que “el enemigo es el trabajo”), por la familia, por la carrera, por la seguridad (y las necesidades que el sistema nos ha impuesto), porque a fin de cuentas las cuentas se pagan con dinero, no con sueños.
Hoy algunos han hecho del activismo su currículum laboral, debo confesar que yo mismo obtuve algunos trabajos gracias al activismo militante, pero a tiempo reconocí que la lucha social no puede ser “carrera”. Algunos se convirtieron políticos profesionales, eso que tanto criticáramos, al final dieron una larga vuelta para llegar al punto exacto del pasado, pero ubicados al otro lado del espejo. Otros siguen cantando canciones revolucionarias de noche, mientras desempeñan su rol de ciudadano consumista de día, unos cuantos además, van organizando eventos, recitales, arengando por las redes sociales y todo eso.
He conocido compañeros y compañeras nuevas cada año, en muchos se ha repetido el mismo proceso, en algunos más jóvenes vemos que el proceso se da a ritmo acelerado. Pero con los años también hemos ido quedando algunos con los sueños vivos, intentando hacerlos realidad de muchas formas, aun cuando los más de estos intentos se cayeron o diluyeron en el proceso. Siento que de cada intento al menos queda uno que no claudica, tal vez por eso intentamos tantas cosas y tantas veces, que resultan siendo cada vez más pequeñas.
Me pesa el tiempo dedicado a formarnos políticamente, los más lúcidos en el discurso, los más radicales en la teoría, son los que más fuertemente han claudicado en la práctica. Tampoco han funcionado los intentos que dejaron de lado la formación y autoeducación, así que me reafirmo en la necesidad de concientizar, de educar, pero por medios diferentes a la educación formal. Educarnos en la práctica más que en la teoría, analizando los principios y experiencias anarquistas para tener una base, no una camisa de fuerza.
Dos décadas es un tiempo prudente para sacar lecciones. Los sueños, las utopías, nunca dejarán de serlo si no intentamos convertirlas en realidades, pero, ¿cómo hacer realidad un sueño que implica a toda la sociedad, o al menos a un sector de ella? Pues ahí está la paradoja, no se puede transformar la sociedad individualmente, pero no se puede iniciar una transformación social, colectiva, sin antes tener individuos transformados.
De los pocos intentos de construir comunidad, es decir, vida colectiva; tampoco es que hayan quedado muchos en pie al día de hoy. Pero las experiencias suman enseñanzas. La transformación social se inicia transformando la propia vida de cada individuo implicado en el proceso. El principal enemigo es el temor a quedarnos solos en el intento, “para qué arriesgarme sin la seguridad de vencer”, pensamos. Y es el mismo pensamiento que tuvieron que vencer todos los revolucionarios de la historia.  
¿Cómo valoramos nuestra ubicación en un sentido “revolucionario”? Hay mil formas de engañarnos, pero una característica simple es ver qué carrera estamos siguiendo, qué destino estamos alcanzando. Podemos ser profesionales con visión crítica, eso ya es bastante, madres y padres que le brindan una crianza liberadora a sus hijos, eso es aún mejor. Podemos ser un poquito más si abandonamos las metas que el sistema nos ha impuesto, si nos aventuramos a la inseguridad futura, si apostamos por la autogestión, aun cuando no la tengamos completa. Y seremos más si lo somos también cuantitativamente.
Abandonar las seguridades que brinda el sistema, nos ha enseñado que el cambio necesitado es  principalmente económico, no importa cuán lúcidos estemos ni cuanta dignidad nos rebalse, lo que puede detenernos es “la urgencia de tener para comida”, recordemos pues que el capitalismo es ante todo un sistema económico. Y como todo sistema se sostiene en lo cultural, es clave reemplazar ideas como “desarrollo”, “éxito” y “competitividad” por otras más solidarias y libertarias. Por eso es importante construir lazos, relaciones sociales alternas a las que nos brinda el sistema.
La lección concreta es que transcurridos estos años, los que quedamos en pie somos los que nos atrevimos al cambio de vida, y en el camino encontramos una compañera, un compañero, con quien fortalecer esa decisión. Entonces, esos nuestros intentos individuales, familiares, se van encontrando, vamos construyendo una comunidad, pequeñita aún, y lo más raro, salpicada como archipiélago en medio de la sociedad convencional.
Antes pensaba que las alternativas sociales-culturales debían nacer compactas, para ir creciendo como un tumor que poco a poco pudiese reemplazar al cuerpo social existente. Tras pisar suelo rebelde zapatista y conocer otras experiencias autónomas del mundo, entendí que en vez de pensarnos como tumores, debemos vernos como células regeneradoras de un organismo enfermo.
Y tampoco pensemos ese organismo como un ser con cabeza y extremidades, con órganos especializados. La sociedad es más parecida a una planta que a un animal, las flores brotan de forma aleatoria y las nuevas hojas reemplazan a las viejas sin necesidad de ocupar su mismo lugar. La revolución que anhelamos no requiere modificar las instituciones existentes, puede crear otras nuevas.

Camino a medias, logros incompletos, apenas atisbos. Podría ser el resumen. Pero 20 años es un espacio de tiempo muy corto en términos históricos, aún podemos hacer mucho. Con la ventaja de la experiencia acumulada, podemos evitar cometer ciertos errores o dedicarle tiempo a cosas innecesarias como la política formal o los debates teóricos. Siento que el reto siguiente es pasar a la masificación de las alternativas, pero esto sólo se puede intentar desde las microalternativas existentes, de procesos reales aunque pequeños, antes que de teorías grandes pero imaginarias. Aunque esta sólo es una expectativa, pienso que la experiencia ayuda a que no esté muy equivocada.