lunes, 29 de julio de 2019

Así se oxidó el acero


Hace algunos años en una conversación de esas que se arman por sí solas, viejos militantes de izquierda contaban sus decepciones ante las traiciones y claudicaciones de sus dirigentes y compañeros. Pensamos que si escribían sus experiencias el título bien podría ser una parodia al de la famosa novela rusa “Así se templó el acero”. Y sí, el acero no se oxida; pero la metáfora funciona.
Entre 1968 y 1975 Perú tuvo el único gobierno izquierdista de su historia, que contradictoriamente fue encabezado por los militares. En esos años, la izquierda marxista había crecido mucho y se dividió en varios partidos, unos apoyaron al régimen militar y otros se opusieron al mismo, tildándolo de “facista” aunque el apelativo resultaba demasiado equívoco.
El marxismo se había vuelto hegemónico en la izquierda y cualquier corriente diferente terminó siendo invisibilizada. Los partidos se “repartieron” las organizaciones sociales, así, el PC-U controló la CGTP, Patria Roja al SUTEP, el PUM a la CCP, etc. Todos estos grupos tuvieron una orientación que se puede resumir en: protestar-negociar-lograr cupos de poder, en mayor o menor grado y con diferente beneficio para sus “bases”. Por otra parte, grupos maoístas denominados “infantiles” se plantearon “agudizar las contradicciones”, hacer estallar el conflicto de clase, entendiendo a los gremios y poblaciones como si fueran bombas que reventar para iniciar la “revolución armada”.
Demás está decir que todos aspiraban llegar al poder, aunque no se tenía claro qué se haría una vez llegado a él, salvo replicar alguna de las experiencias comunistas del mundo de entonces. La ideología suponía que estableciendo un gobierno socialista inicial los males sociales se irían superando poco a poco, con mucha dedicación, evitando revisionismos y aferrándose al mesianismo marxista.
En los años 80’ un grupo infantil (Sendero) inició su “guerra popular” que se convirtió en una guerra civil brutal y sanguinaria, en la que compitieron con la represión estatal en cuanto a vesania y barbarie. La vía violenta para llegar al poder se desprestigió sola y más cuando estos supuestos revolucionarios comenzaron a atacar a otros izquierdistas.
Por su parte, la izquierda legal intentó agruparse varias veces hasta confluir en la IU, convirtiéndose en la segunda fuerza política del país. Aplicaron interesantes medidas reformistas en los espacios que pudieron, pero su manejo autoritario de los gremios, mezclada a la corrupción en los espacios que controlaban (la Derrama Magisterial es el mejor ejemplo, no el único), su imagen se fue desprestigiando en la población.
En los años 90’ el neoliberalismo desplazó a las izquierdas gracias a su propio desprestigio interno, sumado a la caída del comunismo mundial (los regímenes que servían de modelo a los marxistas se caían por la protesta de sus propias poblaciones). Al senderismo lo derrotaron cuando este ya había perdido la guerra en su principal bastión: el campo. Allí las rondas campesinas terminaron apoyando al Estado antes que a estos rebeldes que oprimían más que los gobiernos.
Al perderse la utopía que durante años había sido la única, la desesperanza inundó el campo popular y se reflejó en el auge del fujimorismo, un régimen autoritario, corrupto e instrumental a los intereses de turno; que sin tener ideología ni nada por el estilo, campeó en la política peruana y supervive hasta hoy, ya sea en su propia organización o en otras muchas que accionan de la misma manera, sin ideología clara pero con bastante ambición.
Con la derrota popular del fujimorismo el año 2000, la izquierda inició su lento y complicado reagrupamiento, mientras resurgían movimientos sociales dispersos. En esta nueva etapa la hegemonía marxista quedaba como recuerdo, un recuerdo inspirador en algunos casos, pero alejado del predominio absoluto anterior. Sin embargo, los partidos hicieron lo posible por recuperar esos tiempos y hasta ahora pretenden reconstruir la experiencia de IU.
En lo que va del siglo han sido varias las tensiones entre movimientos sociales y partidos de izquierda tradicionales. Varios levantamientos indígenas contra el extractivismo se distanciaron rápidamente de sus dirigencias gremiales nacionales. Entonces aparecen nuevos agrupamientos partidarios o sindicales que pretenden la hegemonía, en algunos casos de vida fugaz y decepcionante como Conacami. Todos los partidos actuales vienen de la herencia anterior, aunque hayan sufrido varias transformaciones, la estrategia principal sigue siendo: protestar-negociar-captar cuotas de poder. Por otro lado, los rezagos de los infantiles buscan reinsertarse en los movimientos sociales, con su terca idea de convertirlos en polvorines “revolucionarios”.
Los varios levantamientos rurales, así como la protesta juvenil urbana han hecho visibles nuevos actores: indígenas, ambientalistas, colectivos urbanos anarquistas y contraculturales, etc. El desafío para todos es plantearse una orientación ideológica que surja de la realidad antes que de la teoría, que abandone la opción electoral como única vía, pero que se cuide de no caer en un nuevo infantilismo “insurreccionalista”. La autonomía y la autogestión resultarían instrumentos valiosos en este proceso, alejándose del centralismo y las jerarquías dirigenciales.
La huelga de los maestros del 2017 planteó un desafío a las formas en que se conduce el país, pero también al cómo se conducen las organizaciones sociales, una rebelión de las bases que reta al gobierno y a su propia dirigencia nacional (del histórico partido Patria Roja). No todo está dicho allí, Patria Roja tiene décadas de experiencia manipuladora y no va a soltar su feudo fácilmente.
Las luchas de distintos pueblos del mundo contra el capitalismo neoliberal demuestran que el camino es múltiple: el zapatismo de Chiapas, la revolución de Rojava, la autonomía griega, las fábricas ocupadas, autonomías indígenas, son los principales ejemplos, no los únicos. En Perú pueden surgir experiencias propias, que -como en los casos citados- empiecen a construir alternativas en el aquí y en el ahora. Ni reformismo electoral, ni mesianismo marxista, ni claudicación al liberalismo; el reto es organizarnos horizontalmente, aplicando principios contrarios al centralismo, clasismo, consumismo y alienación del capitalismo.