Foto de la gripe de 1918 |
A principios del siglo XX, la
civilización moderna se sentía triunfante, el futuro se mostraba esperanzador
por todos lados: el desarrollo tecnológico parecía dejar atrás las epidemias
del pasado, las guerras se reducían, los derechos se incrementaban, el progreso
económico o social eran el gran desafío. Pero pronto las naciones tan
orgullosas de sus avances se enmarcarían en una guerra de dimensiones
desconocidas hasta entonces, y una epidemia completaría el panorama.
La gripe de 1918
El año 1918 una epidemia de gripe
se extendió desde los campos de batalla durante la guerra que asolaba a Europa.
Se sabe que el virus se distribuyó desde las tropas de Estados Unidos, el presidente
Woodrow Willson había consultado a sus altos mandos militares sobre la conveniencia
de cortar el envío de soldados a Europa, pero eso hubiera significado una baja
muy fuerte para los aliados y un rebrote del avance de la Tripe Alianza
(encabezada por Alemania), así que decidieron continuar con el apoyo militar y
minimizar los datos sobre la epidemia.
Era una extraña epidemia, pues a
diferencia de las gripes conocidas, que atacan mayormente a niños y ancianos,
esta atacaba especialmente a adultos y jóvenes, y de forma muchas veces mortal
(la tasa de mortalidad estimada fue de 10 a 20% de los infectados). Por eso se
transmitió desde los campos de batalla, se extendió por los países europeos y
los gobiernos prefirieron difundir lo menos posible la información sobre la epidemia.
Hasta que llegó a España, país neutral en el conflicto, donde se difundió
masivamente la información sobre la nueva epidemia, información que de allí
salió a todo el mundo y por eso se la conoció como la gripe española.
El virus se extendió por todo el
planeta y fue disminuyendo paulatinamente a medida que el sistema inmunológico humano
había aprendido a enfrentar el virus. Ahora sabemos que era el virus H1N1 y que
a partir de 1920 desapareció tan abruptamente como había aparecido, luego de
haber aniquilado entre el 3 o 6% de la población mundial.
Siendo un virus mutante, la forma
de combatirlo recurrió a todo lo que había
ala mano, incluyendo los remedios caseros. No se puede generar una
vacuna para este tipo de virus. Lo que ayudó a su control, paradójicamente, fue
la existencia de necesidades aún no superadas por el desarrollo industrial, por
ejemplo la ausencia de aviones que difundieran el virus tan rápido como puede
suceder en el presente. Se recuerda que en localidades de España se organizaron
procesiones religiosas rogando a Dios por la desaparición de la enfermedad,
siendo estas espacios de posible contagio.
El tiempo del miedo
A partir de entonces, el
desarrollo científico permitió enfrentar muchas enfermedades, el uso de
vacunas, analgésicos, anestesias y especialmente antibióticos, lograron
contener muchas enfermedades, y si bien nuevas epidemias atacaron por diversos
frentes, ninguna tuvo esa mortalidad de la gripe de 1918. Aun así, otros males
asolaron al planeta, como el crac de New York
de 1929, una crisis económica de fuertes repercusiones. El ascenso del
fascismo y el nacismo trajeron consigo una multiplicidad de violaciones de
derechos humanos, llegando a la hecatombe con la Segunda Guerra Mundial
(1939-1945).
La ilusión comunista surgida en
Rusia en 1918, también terminó derivando en un estado totalitario y represivo
tan sólo unos años después. En 1936 la revolución española cayó levantando el
estandarte de la libertad como antesala a la despiadada guerra de años
posteriores. Las grandes esperanzas quedaban como recueros épicos y como
testarudas luchas de algunos movimientos (como el feminismo) ante una sociedad
controlada por las injusticias.
El final de la guerra supuso un
nuevo ordenamiento mundial que generó tres escenarios: la descolonización de la
mayor parte del planeta, que posibilitó una comunidad de naciones libres al menos
políticamente. La competencia entre dos superpotencias (USA y URSS), generando
la existencia de dos bloques de naciones y la recordada guerra fría, una
contradicción política acompañada de múltiples guerras locales entre los dos
bandos, desarrollando una carrera armamentista y el peligro de una guerra
nuclear. Finalmente, el desarrollo tecnológico post conflicto (y en gran parte
nacido en él) propició modernas tecnologías de transporte, comunicación y
producción, la llamada “revolución verde” mecanizó la producción agrícola con
efectos ecológicos consiguientes.
La población de la segunda mitad
del siglo XX creció con el temor a una posible guerra nuclear, la visión del
futuro era oficialmente publicitada como el triunfo del comunismo o la
democracia (según el campo en que se encontrase), pero en la cultura popular el
futuro se veía más sombrío. Los antiutopistas dan cuenta de esto (Huxley y
Orwell aún son referentes hoy en día). Finalmente, la guerra fría acabó y todo
el planeta quedó bajo la ideología capitalista norteamericana, la amenaza
nuclear fue reemplazada por otra más compleja. Sucede que por esa misma época,
los científicos descubrieron que el desarrollo industrial estaba alterando el
clima del planeta, se empezó a hablar del cambio climático y las nuevas
generaciones crecimos con el temor de un futuro cada vez más tenebroso, menos previsible
y con menor cantidad de recursos naturales.
El retorno de las epidemias
Mapa de extensión del Coronavirus al 10 de marzo 2020 |
Sin embargo, no habíamos tomado
en cuenta que los enemigos más peligrosos serían los mismos de nuestros
antepasados remotos, los microscópicos patógenos que reaparecen en estos
últimos años. Con el cambio climático encima, crisis económicas como la de 2007
y cantidad de guerras por todo el planeta, esta vez movidas por intereses
económicos ligados al mercado global; las epidemias vienen a colocar una cereza
en el pastel de la incertidumbre.
Hay una razón lógica para la
proliferación de enfermedades. Cuando una comunidad vegetal o animal se
extiende en número, se convierte en caldo de cultivo propicio para algún
enemigo, sea un predador o un patógeno. Esto es lo que propicia el equilibrio
de la vida en el planeta. La sociedad global ha extendido la población humana a
cifras nunca antes imaginadas, además, estas poblaciones se concentran en
grandes urbes, no hay escenario más propicio para un patógeno.
¿Cómo pudimos olvidar este
aspecto tan básico? La verdad es que no lo olvidamos. La soberbia de los
gobernantes, empresarios y científicos nos ha venido diciendo que el desarrollo
tecnológico puede controlar cualquier problema, que el desarrollo es infinito. Pero
es imposible que exista algo infinito en una naturaleza finita. Por eso existen
movimientos que plantean virar el camino del desarrollismo, planteando el
decrecimiento, la vuelta al campo, retomar valores indígenas, entre otras
propuestas. En el panorama actual, estas son las únicas alternativas viables, sostenibles
y lúcidas frente a un panorama de crisis crecientes.
El coronavirus está en
desarrollo, no se puede cantar victoria aún, tampoco vale ser fatalistas. Lo importante
es reconocer que este virus puede funcionarnos bien como simulacro, porque mientras
la sociedad siga conglomerada seguirá siendo sensible a virus nuevos o
renovados (el Covid 19 es una mutación), no es casual que haya surgido en el
país más poblado e industrializado del planeta. Hasta ahora, la forma en que
las poblaciones han reaccionado deja mucho que desear, de tratarse de un virus
más letal estaríamos ante una situación peor a la de 1918.
De habernos tocado esta pandemia
durante el apogeo del Estado de Bienestar, podríamos haberlo afrontado de mejor
manera, pero el neoliberalismo salvaje de estos días no ayuda. El fracaso del
capitalismo neoliberal es evidente. A la vez, los valores de una sociedad
consumista contribuyen a la propagación del virus, pues la gente tiende a
actuar egoístamente. Los llamados de atención sobre estos aspectos plantean la
necesidad urgente de modificar la cultura global. El reto está planteado, las lecciones
de hace 100 años podrían ayudarnos a no seguir ilusionados en un modelo de
sociedad que sólo beneficia a los patógenos (me refiero a los humanos privilegiados
de este sistema, principalmente), que la solidaridad se imponga y derrote al
capitalismo.
Roberto Ojeda Escalante
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