En alguna de las movilizaciones contra el indulto a
Fujimori, a inicios del 2018, se coreaba una consigna que decía: “El indulto es
insulto”. Algún gracioso aumentaba por ahí: “del inculto”. Rápidamente salían
los guardianes de lo políticamente correcto diciendo que eso no estaba bien,
que no hay que ofender a la gente por ser inculta, que es un concepto
discriminador y desde una mirada monocultural.
Este miedo a no ofender a los “sectores populares” no nos
ayuda a comprender por qué los políticos más conservadores y cavernarios
reciben alto respaldo en dichos sectores. Es una vieja tradición izquierdista
considerar al “pueblo” como esencialmente bueno, que si se pasa al “lado
oscuro” es por la manipulación del sistema y los medios, y por la baja
educación que les da el sistema. El “pueblo” aparece como un conjunto de seres
desvalidos a los que debemos salvar. Poco difiere la visión de la derecha sobre
el mismo “pueblo”.
Ese “pueblo” en la realidad política más se parece al
concepto de “chusma”, es decir, la masa aglutinada y exaltada por algún
momento, siguiendo algún liderazgo sin reparar en la extracción de clase del
líder. La población organizada, que más se parece al “pueblo” conceptual,
tiende a calcular mejor sus opciones políticas y en muchos casos se inclina por
posiciones antisistema. Pero la mayoría de la población no está organizada, es
esta gran masa la que generalmente opta por versiones derechistas extremas.
Ese ha sido el caldo de cultivo del fujimorismo, por
ejemplo. La población no privilegiada que opta por esta derecha “populachera”,
no es necesariamente “lumpen”, sino una población heterogénea que comparte
algunos valores propios del capitalismo contemporáneo: el desarrollo, el
bienestar individual, la competitividad, el achoramiento. Por eso les importa
poco la corrupción, lo ven como algo que “todos hacen”. En ese afán de
sobresalir individualmente, en una sociedad que no te abre muchas puertas,
aprovechan cualquier oportunidad para lograr el éxito, aun tomando caminos
éticamente cuestionables. Para ellos, la ética es algo así como decir “pequeño
burgués”. Su identificación con esa derecha “achorada” se fortalece en tanto la
ven más parecida a ellos que las corrientes liberales e izquierdistas.
Los liberales son vistos como “pitucos”, gente privilegiada
dentro del sistema, que exige respetar las leyes aún cuando las leyes son injustas.
Los izquierdistas resultan peores para esta gente, porque hablan de justicia,
igualdad y derechos para todos. En un mundo en que todos compiten contra todos,
muchos ven esos ideales como una contradicción ante sus propias aspiraciones de
superación personal. Por eso se suman al odio contra todo lo que suene
izquierda o antisistema. Los derechosos de abajo han optado por lograr algo dentro
de ese sistema, de cualquier modo y en cualquier grado, lo que menos se les
ocurriría es pensar en cambiar dicho sistema.
No se puede decir que el fujimorismo sea ideológicamente
racista o machista, gran parte de sus dirigentes han sido de múltiples orígenes
étnicos y con una buena cuota de género (sus principales dirigentes y su
lideresa han sido mujeres). Pero sí respaldan las jerarquías sociales de género
y culturales. Consideran que está bien que las mujeres sean subalternas de los
varones, sus propias dirigentes respaldan la cruzada anti igualdad de género y
demás valores patriarcales. Los fujimoristas no niegan sus orígenes étnicos
pero los consideran una herencia arcaica (más o menos como también piensa
Vargas Llosa), saben que no llegarán a ser gringos, así que asumen la
modernidad “chicha” que recoge elementos étnicos decorativos, y los inserta en
el paradigma moderno neoliberal.
Algunos izquierdistas piensan que se trata de “bajar al llano”,
y utilizan símbolos culturales “populares” para atraer a esa gente. Resulta lo
contrario, pues su postura se ve como un maquillaje. La verdad es que no
podemos “achusmarnos” para quitarle adeptos a la derecha. El debate entre ética
y “exitismo” es tan necesario como entre justicia y competitividad. Los valores
están en lucha y tienen que seguir estándolo, pero hay que sincerar las cosas.
Nosotros queremos bienestar para todos y para lograrlo tenemos que derrotar los
valores capitalistas, sabiendo que muchos (aún pobres y marginados) defienden
esos valores. La lucha simbólica es el primer campo de batalla en la lucha
cultural.
Durante las últimas décadas ellos han pasado a la ofensiva.
Y lo han logrado gracias a los malos análisis de liberales, izquierdistas y
antisistema; los análisis mayormente se limitan a lo político y social, cuando
el principal campo de confrontación es el cultural. Existe un paradigma
capitalista que tenemos que reemplazar por uno libertario, y esto no se logra
en lo macro sin antes haberlo logrado en lo micro. Ahí está nuestra fuerza, tal
vez para los ojos de los poderosos también seamos una “chusma”, pero como dicen
los zapatistas, “muy otra”.
Roberto Ojeda Escalante
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