Existen dos publicaciones
autónomas que se vienen abriendo paso a contracorriente en el Perú,
curiosamente llevan nombres similares aunque parece que sólo eso los une. Ojo
Zurdo es una revista de temática política, El Ojo Interior es una revista de
temática cultural y espiritual, ambas en la búsqueda de alternativas al
capitalismo dominante, pero desde dos miradas diferentes. Ambos se ignoran
mutuamente e ignoran completamente el enfoque de la otra revista.
Lo que sucede entre estos dos
ojos tan desvinculados, sucede en general con los movimientos antisistema del
país. Hay activistas políticos que sustentan todas sus propuestas en análisis
racionales y académicos, desprecian todo lo que suene espiritual y asumen lo
cultural en un sentido meramente complementario. Hay organizaciones que se
sustentan en lo espiritual, apuestan por la ecología y se apartan completamente
de la política. Hay muchos más matices culturales, académicos, sectoriales,
territoriales, clasistas.
El activismo de performance
Vivimos en la sociedad del
espectáculo (Deboard), todas las actividades humanas se han convertido en una
especie de escenas de la gran película de la globalización. La facilidad de las
comunicaciones ha convertido a estas en una necesidad, necesitamos likes para
sentir que nos oyen, que somos alguien, que cumplimos un rol en el espectáculo
de la vida moderna. Esto ha llegado también a los sectores críticos. Muchos activistas
dedican sus mayores esfuerzos a realizar acciones visibles, o que al menos
puedan registrarse para colgarlas en las redes sociales. Performances,
festivales, plantones, parecen desplazar a los procesos de más larga duración.
En el pasado, las utopías se
vivían en grupos pequeños y no tan visibles, ya fuera en el sindicato, la
guerrilla o la ecoaldea; los militantes de estos movimientos se internaban en
esos espacios sabiendo que les llevaría años construir algo y que en ese
periodo, probablemente muy poca gente se enteraría de sus esfuerzos. Lo
importante no era cuántos se enteraban sino el impacto que dicho esfuerzo
lograría a la larga. Hoy las cosas son diferentes, cualquier acto por más chico
que sea puede difundirse casi en tiempo real, esto resulta una herramienta
interesante, pero también opaca la importancia de la construcción real de
alternativas.
En la sociedad de masas, los
líderes encarnaban el sentimiento colectivo, se convertían en la voz y el
rostro conocido del movimiento, haciendo que las bases llegasen a someterse a
la influencia de dichos personajes, ya que no todos podían hacerse visibles.
Esto propició el autoritarismo en los movimientos anticapitalistas, muy bien
justificado por la ideología marxista. Hoy nos libramos de este problema, pero
los movimientos actuales son más fraccionados, cada pequeño grupo difunde sus
acciones por las redes y hace sus rostros conocidos.
Las modas antisistema
La sociedad del espectáculo
tiende a generar modas que se difunden a escala global, utilizando los medios
de comunicación, la publicidad, la política, la academia, etc. Estas modas
hacen que se generalicen ciertas formas de hacer las cosas, elementos
culturales e ideas, que terminan aceptados y reproducidos por la gran mayoría,
normalizándolos. Esto llega también a los sectores críticos, terminamos jugando
el juego que el sistema ha diseñado.
Décadas atrás el “sujeto
revolucionario” era el trabajador, principalmente el obrero. La izquierda
priorizaba la organización y crecimiento del movimiento obrero, descuidando
reivindicaciones y luchas de otros sectores. Pasando al nuevo siglo el obrero
dejó de ser el protagonista de los nuevos movimientos sociales, siendo
reemplazado por el indígena. En los últimos años este parece ser reemplazado a
su vez por las mujeres. La lucha de clases que pretendía acabar con el
capitalismo, dio paso a una lucha cultural contra la civilización occidental y
ahora contra el patriarcado, esto es bueno en tanto se ha ido abarcando
aspectos mayores que sólo el sistema económico, pero, ¿dónde quedaron los
“sujetos” desplazados?
Es indudable que los trabajadores
siguen siendo explotados y en muchos casos más que antes, así como en el pasado
las mujeres siguieron oprimidas por el patriarcado aun cuando los intelectuales
de izquierda no lo considerasen importante. Todos los oprimidos y excluidos padecen
estos problemas a diario, generan sus propios movimientos y hay sectores de
activistas que se especializan en apoyar algún sector (o varios), pero
políticos e intelectuales parecen moverse más a la moda. Estos se ponen al
servicio del “sujeto revolucionario” de moda, aunque generalmente lo hacen para
alcanzar presencia, hacerse visibles. Un ejemplo: cuando Evo Morales estaba por
llegar al gobierno de Bolivia, Álvaro García, como buen intelectual y político,
reconoció que el liderazgo lo debería tener un indígena y se sumó al movimiento
como vice-líder (es Vicepresidente desde entonces).
El riesgo de que algo se ponga de
moda es que toda moda es pasajera. Actualmente vemos un ascenso feminista y se
discute el rol de los varones en esta lucha, esto es un gran logro sin lugar a
dudas, pero ¿cómo dialogan o se integran las luchas indígenas y femeninas?,
tampoco es que la lucha de clases haya desaparecido, existen mujeres ricas y
mujeres pobres, ¿puede haber sororidad entre sectores tan contrarios? El debate
tiene para extenderse. Un sector que también se ha hecho muy visible en estos
años es el de la diversidad sexual (LGTBI), que puede vincularse a la lucha
antipatriarcal con más facilidad que otros sectores, pero también tiene su
propia agenda, porque padece una discriminación específica.
La especialización es la raíz de las injusticias
Francisco Ferrer decía que se
debe estudiar el origen de las injusticias. Cabe hacerse la pregunta sobre ese
origen, pues a veces pareciera que entendemos las injusticias como producto de
la maldad de algunos grupos que en el pasado impusieron su dominio, y que lo
hemos ido arrastrando e incrementando casi sólo por costumbre. La explicación
economicista marxista ayuda a entender este aspecto y aunque puede volverse
bastante reduccionista, resulta útil.
¿Por qué surgió el patriarcado,
por qué el racismo, la dominación de clases, el esclavismo, etc.? Todos estos
males no nacen porque unos fueran más fuertes y abusones que otros, y tuvieran
el poder para mantener su dominación. Si bien esto pasó en algún momento, mucho
antes, las injusticias nacieron porque determinadas sociedades las creyeron
necesarias y útiles. Tener un líder, un guía, un maestro, resultó útil para el
grupo, tanto que se empezó a dotar a estos personajes de ciertos privilegios,
que trabajaran menos para que pudieran dedicar más tiempo a planificar,
coordinar, enseñar, investigar. Poco a poco se fueron convirtiendo en grupos,
así nacieron las élites. Y la especialización siguió creciendo, apareciendo
ayudantes y protectores de las élites, allí aparecen los primeros soldados y
policías, siglos después, estos serán la fuerza que permitirá a ciertos líderes
conquistar otros pueblos.
Los arqueólogos han encontrado
que en un principio las sociedades fueron matriarcales, eran madres mayores
quienes conducían las poblaciones, ¿por qué fueron desplazadas por el
patriarcado?, pues porque resultaba más cómodo para el grupo que esos roles
fueran asumidos por varones, que podían disponer todo su tiempo pues no tenían
embarazos ni lactancias. Por algo similar se desplazó a los ancianos. Con el
paso de los años y las civilizaciones, las élites comenzaron a heredar sus
roles y se educó a toda la colectividad para aceptar esa desigual distribución
de roles, las sociedades se “patriarcalizaron” al mismo tiempo que se hacían
clasistas. No pasó igual en todos los pueblos, muchos se mantuvieron
matriarcales y otros igualitarios, algunos fueron conquistados por sociedades
clasistas que les impusieron su orden, haciéndolos tributarios o esclavos.
Mientras aceptemos la
especialización de cualquier tipo, estamos aceptando la dominación.
Tomando decisiones ajenas
Una asamblea de un grupo social
cualquiera funciona exactamente al contrario de los anteriores. Una comunidad,
un sindicato, asociación, grupo barrial, colectivo; la gente se reúne para
tomar decisiones sobre lo que afectará al conjunto de personas reunidas, ya sea
para defender sus derechos ante los dominadores, ya sea para mejorar su
situación, enfrentar problemas colectivos o simplemente vivir la vida. Estas
asambleas son la forma en que debería funcionar todo en la sociedad, porque
parten de la vivencia y porque son colectivas.
También los activistas caemos en
el error de planificar, consumimos mucho tiempo en debatir sobre cómo deberían
ser las cosas, cuando es mucho más útil poner en práctica esas propuestas en
nuestras propias vidas, en nuestras organizaciones y en los espacios en los que
actuamos. Si queremos apoyar a algún sector, vinculémonos, interactuemos con
ellos, pero no para darles recetas o sugerirles ideas, sino para construir algo
juntos. Una red de economía solidaria y autogestiva es un ejemplo. Ideas como
el frente popular o las plataformas apuntan a lo mismo.
Si dejas de creer, empiezas a crear
Años intentando construir
experiencias libertarias que no pasan de ser pequeñas y fugaces, podría
hacernos pensar que ese no es el camino, sin embargo, una visita a las
comunidades zapatistas en México, nos mostró que no sólo es el camino sino que
hay otros que ya lo tienen bien recorrido. Lo sorprendente es que allí, son las
“bases” quienes tienen las cosas claras, cosa que acá no vemos, acostumbrados a
ver ideas de dirigencias y activistas pero que no calan en la mayoría de la
gente. ¿Cuál es la diferencia?
El sistema nos domina económica y
políticamente, pero principalmente culturalmente. Creemos necesarias las
jerarquías y por ende las injusticias, creemos inevitables las instituciones y
las normas impuestas. Nos domina un pensamiento simbólico (Bordieu) que se
impone y se reproduce desde la escuela hasta la publicidad, acostumbrándonos a
aspirar ideales como el éxito, el desarrollo, la seguridad. Nos sentimos parte
de una sociedad con sus pros y sus contras, desafiarla es casi quedar en el
limbo, por eso aunque cuestionemos la dominación terminamos aceptando sus
reglas, en la esperanza de que se puede mejorar las condiciones. En esto nos
hizo mal el marxismo, con su discurso de que las cosas sólo se pueden transformar
desde el poder.
Pero cuando dejamos de creer en
el sistema, inmediatamente empezamos a crear modos diferentes. Es lo que pasó
con los zapatistas, por eso avanzaron tan rápido. El momento en que dejemos de
seguir los ideales capitalistas, recuperaremos la capacidad creativa hoy
aplastada por la dominación simbólica. Por eso es útil cuestionar los grandes
espectáculos como el mundial de fútbol, aunque nos digan que odiamos lo
popular. Lo popular es en realidad una producción cultural del sistema, hay que
ser impopulares porque hay que liberarnos de una cultura impuesta, que llaman
“popular” para no reconocer que es subalterna. Cuestionemos todos los
mecanismos de reproducción de las dominaciones, incluidas la academia, la
empresa y la política partidaria.
Tus privilegios son tus ventajas
Si ya dejamos de creerles, toca
usar las ventajas que tengamos a nuestro favor. Las habilidades de cada
individuo no debieran ser motivo de privilegios, sino oportunidades de que el
individuo aporte de mejor manera a la sociedad. Pero nos acribillan con la idea
de que esas habilidades son nuestro principal capital, que no podemos ofrecerlas
gratis, son nuestra mayor herramienta y nuestra única tabla de salvación.
Los activistas sentimos que
tenemos el privilegio de poder decidir nuestras acciones, cosa que no pueden
realizar todas las personas. Cuanto más explotada eres más difícil es modificar
tu situación. El sistema nos enseña a agradecer a algún dios o al destino por
dichos privilegios, pero en espacios críticos llegamos a sentir vergüenza de los
mismos. Saquémosle la vuelta al asunto, esos privilegios son nuestras ventajas
para contribuir con la liberación de la humanidad. Si tenemos más conocimiento
no lo gastemos en debates académicos, usémoslo para comprender mejor la
realidad y ayudar a cambiarla. Si tenemos la posibilidad de autogestionarnos,
hagámoslo, porque esas pequeñas experiencias de economía alternativa que
construyamos, pueden ser una base para el mundo nuevo que buscamos.
No debatamos cómo mejorar la vida
de la gente, reunámonos con la gente que podamos e intentemos hacer eso en la
práctica, no importa que el grupo en el que estemos no sea el “sujeto
revolucionario”, lo que importa es construir lo que podamos en el lugar en que
estemos. No importa la difusión que tengan nuestras acciones, lo que importa es
el proceso que vamos construyendo. No interesa si hacemos un evento exitoso,
sino las relaciones que se están construyendo en el proceso de su realización.
El enemigo principal
Ese es el título de una antigua
película que más era publicidad de las guerrillas, pero retrataba bien el
pensamiento de la izquierda del siglo XX: existen dos clases antagónicas y
cuando los proletarios derrotemos a los burgueses podremos implementar la
sociedad comunista. Sin embargo, si los pobres somos mayoría, ¿por qué no
podemos derrotar a la minoría dominante?, ¿por qué siempre nos ganan las elecciones?
Es que no se trata de una cuestión cuantitativa, el sistema controla a la
población a través de la dominación cultural y simbólica. Hasta ahí llega la
explicación izquierdista tradicional, es necesario ver un poco más allá.
El enemigo no es un ser malvado
completamente ajeno a nosotros. Los grandes decididores de la política, la
economía y la cultura globalizada, pueden ser tipos buenos en su vida familiar
y amical, pero aislados de nuestras vidas, incapaces de comprender nuestras
aspiraciones. El sistema hace que los más malos tengan más poder y por eso se
dan las barbaridades que no necesitamos recapitular. Pero el sistema funciona
porque existen cientos de servidores de los poderosos, como la policía por
ejemplo, que jamás reflexionan sobre el rol que están cumpliendo dentro del sistema
de dominación.
El feminismo nos permite ver la
real dimensión de las cosas: el enemigo está en casa. No luchamos contra
abstracciones como el patriarcado, la injusticia, el colonialismo, el racismo,
la violencia. Luchamos contra gente concreta que hace que esas formas de
dominación funcionen, personas que defienden la opresión o la ejercen a veces
sin darse mucha cuenta de lo que hacen. Por eso la lucha principal es cultural,
necesitamos darnos cuenta de que reproducimos las dominaciones y entonces podremos
empezar a deconstruirnos, invitando y exigiendo a los demás hacer lo mismo.
Pero cuidado, corremos el riesgo de ensimismarnos, pensar que nuestras
actitudes personales bastan. No, también hay que pelear contra la gente que se
niega a cuestionar la dominación y la sigue ejerciendo. Como dice una consigna:
“a un fascista (o machirulo, o racista, o patrón) no se le discute, se le
destruye”.
Emparejando los ojos
Esa separación entre “nosotros” y
los “otros” es nuestra primera barrera. La lucha feminista no puede estar sólo
en manos de las mujeres, porque el patriarcado se reproduce principalmente por
los varones. Igualmente, no sólo los indígenas deben ser antirracistas y
anticoloniales, como tampoco los derechos de los jóvenes son sólo
responsabilidad suya, ni la situación de los pobres excluye a quienes tengan
una situación diferente. Esto podría parecer una contradicción con nuestro
cuestionamiento al “tomar decisiones ajenas”, pero ambas ideas se complementan.
Dos son los ojos pero juntos nos
permiten ver. En vez de pensarnos como varón y mujer, pensémonos como pareja, y
allí, dentro del hogar, es donde empieza nuestra revolución. Construir una
relación igualitaria implica una deconstrucción constante de nuestra herencia
patriarcal, y hacerlo no sólo es posible, sino imprescindible. En los espacios
en los que interactuamos encontramos personas diversas, por género, cultura,
edad, situación económica, preferencia sexual; debemos construir nuestros
movimientos como una gran familia, no especializar los temas sino integrarlos.
Deconstruir el patriarcado tanto como la colonialidad, el clasismo, las fobias
y prejuicios.
El problema de los movimientos
divididos es que se han “agendado” por temáticas, como cuando una organización
se divide en comisiones: laboral, indígena, de la mujer, de juventud.
Necesitamos ver cada lucha con dos ojos: mujer y varón contra el machismo,
negro y blanco contra el racismo, indígena y occidental contra el colonialismo,
homosexual y hétero contra la homofobia. Esto nos fuerza a tomar acciones en
tanto dominados o dominantes, según el caso. Claro que habrán espacios que
tendrán que ser exclusivos de los dominados (círculos de mujeres, movimientos
afros o indígenas, espacios lgtbi), pero una cosa no quita la otra. Es probable
que en nuestras organizaciones no abordemos todas las formas de dominación,
porque no contamos con integrantes que provengan de todas ellas, por eso es
importante ser flexibles, y estar siempre abiertos a vincularnos con otras
organizaciones y espacios.
Roberto Ojeda Escalante
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