Aunque el Inca Garcilaso de la Vega sigue siendo un referente nacional sobre el pasado prehispánico, también es cierto que le pesa un prejuicio muy arraigado sobre su obra. Se considera que el contenido histórico de la misma es falso o al menos bastante alterado.
Viene aquí uno de los problemas sobre la historiografía del tiempo
prehispánico, el uso de textos historiográficos como si se tratase de
evidencias escritas. Es necesario aclarar que todo escrito sobre un tema
histórico es una interpretación de la misma, que se basa en fuentes, evidencias
y testimonios, pero no constituye una evidencia más, sólo las retransmite. Las
fuentes escritas propiamente dichas son los documentos que no relatan hechos
históricos, sino que cumpliendo otras funciones, nos sirven como evidencia de
hechos e ideas de determinada época.
El caso de Garcilaso es un buen ejemplo de un escritor que plasma una visión
de la historia inca, una versión propia, como la que realizan todos los que
escriben algún tema histórico. El autor interpreta los testimonios recibidos de
acuerdo a sus concepciones ideológicas, culturales y sociales. Si bien el libro
está dedicado a la población americana, y se esmera en ser entendido por esta,
Garcilaso sabía que su principal público inicialmente iba a ser europeo,
entonces presenta al Tawantinsuyu de manera que fuera fácilmente entendible por
ese público. Como la idea es mostrar que se trataba de un gran imperio, lo hace
comparándolo con el mejor ejemplo imperial para un europeo del siglo XVII: el
imperio romano. Y lo hace tan bien que por momentos termina distorsionando
aspectos propios de la cultura andina.
El contexto cristiano lo hace idealizar a los incas, negando la existencia
de sacrificios humanos por ejemplo. Para el pensamiento cristiano de la época
esto era visto como una aberración y salvajismo, entonces, para evitar que
sigan viendo a los incas como un pueblo salvaje más, niega la existencia de los
sacrificios. No sabemos hasta dónde está consciente de esas negaciones o es que
se las terminó creyendo. Nos sucede a todos aún hoy en día, hay cosas que
queremos creer tanto que terminamos afirmándolas aún sin tener evidencias.
Muchas hipótesis fuerzan o sesgan los datos arbitrariamente, lo que ocasiona
los grandes debates académicos. Debates que no se dieron en tiempos de
Garcilaso.
Garcilaso presenta a los incas como cercanos al monoteísmo, como también lo
hacen todos los cronistas indios y mestizos, aunque cada uno lanza una versión
diferente. No hubo pues un debate entre estos autores, ni siquiera Guaman Poma
y Morúa, que trabajaron juntos, traslucen debates, Guaman Poma critica muy duramente
a Morúa, a pesar de que tomó en su libro algunos datos de aquel. Garcilaso
pretende corregir a autores anteriores, impulsado por su afán de reivindicar la
sociedad andina. A la larga él mismo padecerá otras “correcciones”.
Desde la segunda edición de los Comentarios
Reales de los Incas (1720), el libro de Garcilaso se convirtió en la fuente
más respetada sobre el pasado inca. Y fue así hasta que a fines de la siguiente
centuria se empezaron a descubrir otras crónicas que traían versiones
diferentes sobre esa historia. Los historiadores limeños del siglo XX
encontraron en estas, grandes coincidencias en los hechos claves del proceso
incaico, que sin embargo no coincidían con la versión garcilasiana. Entonces
comenzó el ninguneo del famoso escritor, Rostworowsky y Macera fueron los más
duros, llegando a calificarlo de “mentiroso”. Pero, así como el inca tenía
razones para acomodar la historia que relataba a la versión que iba
construyendo, lo mismo sucedió con estos historiadores republicanos. Rebajar a
Garcilaso era una forma de golpear al indigenismo que predominaba en el sur
andino. Poco a poco, se fue imponiendo un consenso que veía fantasía y falsedad
en el discurso histórico de Garcilaso, aunque se le reconocía valor en sus
contenidos de temática antropológica.
Este proceso se fue legitimando a la par del desarrollo de las
investigaciones arqueológicas. El sector de investigadores “garcilasistas” tuvo
en los hallazgos arqueológicos de Luis E. Valcárcel de 1934 su principal arma,
se habían encontrado los cimientos de los “torreones” de Saqsaywaman gracias a
la información de los Comentarios Reales.
Pero no fue suficiente. Garcilaso presentaba un proceso histórico de larga
duración, con una expansión inca lenta y que recurría a entablar alianzas tanto
como a conquistas. La mayoría de los otros cronistas presentaban un proceso de
expansión más bien corta centrada en los últimos gobernantes. La arqueología
descubrió la existencia de diferentes etapas de desarrollo cultural, que fue
entendida como pre-inca, quedando los incas como el tiempo epigonal de un
proceso variado y en gran parte enigmático. La versión de Garcilaso no podía
sostenerse.
Sin embargo, conforme avanzaron los estudios arqueológicos llegamos a
nuevas contradicciones a fines del siglo pasado, al mismo tiempo que el
desarrollo de la disciplina arqueológica presentaba nuevas interpretaciones. La
presencia de estilos cerámicos diferentes no era prueba de rupturas
necesariamente, aún hoy en día una cultura como la mapuche, por ejemplo,
presenta estilos locales diferenciados pese a tratarse del mismo pueblo
(conversación con Rodrigo Moulián). Y en ese reaprender, las dataciones
radiocarbónicas empiezan a contradecir el consenso imperante. Si bien esta
técnica viene desde los años 40 del siglo XX, es comprensible que un país
periférico como el nuestro haya demorado en aplicar este procedimiento. Las
pocas dataciones de construcciones incas arrojan fechas que van al siglo XIII,
esto es doscientos años antes de lo comúnmente aceptado. Y esto se da en
lugares del Cusco (Huch’uy Qosqo por ejemplo, Bauer 2018), pero también en
lugares ubicados en el altiplano y norte chileno (Schiappacasse 1999).
La historia andina ha sido interpretada siguiendo un modelo europeo, con
sociedades que decaen ante rupturas e invasiones, cuando en realidad se parece
más al proceso chino, con etapas de unificación y otras de fragmentación, casi
siempre producidas por factores internos más que externos. La segmentación en
horizontes culturales y periodos intermedios tiene mucha carga ideológica que
impide ver más allá de su follaje. El estado inca surge en el llamado intermedio
tardío, donde a diferencia de la fragmentación creciente en otras regiones, se
da una fuerte centralización que culminará en la gran expansión que encontraron
los españoles (Bauer 2018).
La historiografía limeña y un neoindigenismo cusqueño coincidieron en crear
un héroe prehispánico a fines del siglo XX: Pachakuti. La versión más difundida
presenta a este gobernante como un Alejandro Magno andino, que convierte un
pueblo pequeño en capital de un gran imperio. Esta versión se basa en fuentes
cronísticas pero no está respaldado por evidencias arqueológicas. En realidad,
los “bárbaros” chankas que atacan el Qosqo y producen el heroísmo de Pachakuti,
son producto de una interpretación comparativa que termina extrapolando
situaciones del viejo mundo a territorio andino. El “cantar de Pachakuti” era
la versión de su panaka (sus descendientes), pues cada panaka ensalzaba las
hazañas de su progenitor, como lo hacen las versiones familiares en las
historias orales contemporáneas. Cada familia puede atribuir los mismos méritos
a su respectivo “héroe familiar”, en cada versión el liderazgo puede ser
contado de manera diferente.
Parece que la expansión inca se dio al menos dos siglos antes de lo
pensado, y se fue desarrollando a lo largo de alianzas, conformando una especie
de confederación previa a la final centralización y expansión militar relatada
en las historias de Pachakuti y Tupa Yupanki. Entonces, Garcilaso no elaboró su
relato arbitrariamente, describió ese tiempo de alianzas como conquistas de los
incas urin, y por eso habla de ofrecimientos y adhesiones pacíficas.
Finalmente, lo que los “pachakutistas” no quieren mirar, es que en las mismas
versiones que encubren al vencedor de los chankas, se refleja también un
periodo de complicadas relaciones políticas. Pachakuti se consolida luego de
vencer a varios rivales dentro del ejército inca, comenzando con su hermano
Urku, luego el chanka Anqo Allo (que figura como capitán del ejército inca) y
culminando con su hermano Qapaq Yupanki, uno de los mayores conquistadores del
periodo (Ojeda 2021). Incluso Tupa Yupanki también rivaliza y derrota a Tupa
Qapaq (su hermano) y Chasuti Qoakiri (capitán qolla). Esas complejidades
políticas están presentes en la inestabilidad de la dominación estatal inca que
aparece en las evidencias arqueológicas. En muchos lugares, aunque eran
sociedades tributarias, muchos pueblos parecen tener bastante autonomía del
gobierno del Qosqo.
Como ya lo he propuesto en otro texto (Ojeda 2021), el relato de la guerra
inqa-chanka encubre varias historias sumidas en una (Szeminsky 2003, Barreda 1973,
etc.). La evidencia arqueológica demuestra que no existió ninguna “horda
chanka”, los datos etnohistóricos tampoco lo sugieren. La guerra parece relatar
hasta tres conflictos separados temporalmente: la incursión wari, el conflicto
Pachakuti-Urku, y la rivalidad Anqo Allo-Pachakuti. La “vuelta al mundo” que
representa el monarca, se refiere al momento de centralización y consolidación
del poder del Qosqo, pero sobre una base de articulación previa ya bastante
extendida, de tipo probablemente confederada. Y esto debió suceder al menos
antes de 1420, fecha recientemente datada en estructuras inka imperiales de
Machu Pikchu.
Sucede que la versión “pachakutista” se sustenta sólo en crónicas, incluso
la datación que da el año 1438 como inicio de la gran expansión, es dato
proporcionado por una sola crónica. Es pues una versión que recurre a formas
propias de hace un siglo, cuando no habían avanzado la arqueología, la
etnohistoria y la lingüística que hoy nos han aportado mucha información. Y si
bien estas están presentes en referencia a otras regiones, en el caso cusqueño
se sigue priorizando las crónicas en desmedro de las evidencias arqueológicas. La
versión “holliwodense” se ha impuesto gracias al manejo turístico, en desmedro
del trabajo científico.
Un aspecto curioso de los mismos críticos de Garcilaso, es que formulan
teorías a partir de datos de Garcilaso, como el “lenguaje particular de los
incas”. Investigadores como Cerrón Palomino (2004) cuestionan las
interpretaciones presentados por el inca, pero el pivote de las investigaciones
sobre el lenguaje particular es precisamente Garcilaso. Es más, seleccionan
parte del dato, pues Garcilaso presenta varios vocablos pero sólo afirma el
significado de uno: Qosqo = ombligo. Cerrón y otros niegan tajantemente este
significado. Vemos un claro sesgo que no es la forma científica de abordar las
fuentes.
Con tantos errores en las interpretaciones del presente, los errores de
Garcilaso hay que verlos como interpretaciones suyas, muy osadas en varios
casos, pero no se trata de mentiras o alteraciones. La prueba está en lo
profesional de su trabajo al relatar la historia de la Florida (La Florida del inca). Una lectura
hermenéutica y contrastación con otras fuentes es más útil que una lectura
selectiva y sancionadora como se ha venido acostumbrando.
Referencias bibliográficas
Barrera Murillo, Luis (1973). Las
culturas incas y preincas del Cusco. Tesis, Universidad Nacional de San
Antonio Abad del Cusco.
Bauer, Brian (2016). Cuzco antiguo.
Tierra natal de los incas. Cusco: CBC, segunda edición.
Cerrón-Palomino, Rodolfo (2004). El aimara como lengua oficial de los incas.
Boletín de Arqueología N° 8. Lima:
PUCP, pp 9-21.
Ojeda Escalante, Roberto (2021). Las
varias historias en el relato de la guerra inqa-chanka. https://enfoquescusco.wordpress.com/2021/06/24/las-varias-historias-en-el-relato-de-la-guerra-inqa-chanka/
Schiappacasse F. Virgilio (1999). Cronología del Estado Inca. Estudios Atacameños N° 18. Pp 133-140.
Szeminsky, Jan (2003). Acerca de las posibilidades de encontrar huellas de
una larga tradición histórica en las fuentes del siglo XVI y XVII. En: Lorandi,
Ana María y otros. Los Andes 50 años
después (1953-2003). Homenaje a John Murra. Lima: PUCP.